E n los tiempos de nuestro Señor Jesucristo aquí en la tierra, la vida de las mujeres en Israel era muy difícil, por lo tanto se pudiera pensar que ellas no tendrían participación alguna en el trabajo de la gran comisión.
Creo que nadie, ni remotamente, puede imaginar que había mujeres en el grupo de los setenta que Jesús envió de dos en dos a las ciudades y lugares a donde él había de ir. También podemos pensar, si miramos en Hechos 1:21 (Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros…) y Hechos 6:3 (Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones…), que al parecer las mujeres no tendrían oportunidad alguna de participar en la obra del Señor nunca.
Pero la historia bíblica en general nos muestra todo lo contrario a lo antes mencionado, porque tanto en los evangelios, como en el libro de los Hechos y en las cartas paulinas encontramos a muchas mujeres involucradas en la evangelización. Por ejemplo: fueron mujeres las primeras en dar las buenas nuevas de la resurrección de Jesús y en la salutación final de Pablo en Romanos 16 encontramos un buen número de mujeres involucradas participando activamente en la obra.
Al considerar la participación de las mujeres en el trabajo de evangelización tendríamos que hacer una lista extensa de nombres, y hablar de cada una de ellas nos llevaría mucho tiempo; por ello, sólo mencionaremos a tres mujeres que se destacaron en su servicio para la evangelización: La mujer samaritana, Lidia y Priscila.
La mujer samaritana
En los evangelios podemos encontrar que Jesús siempre se vio rodeado de hombres y mujeres que lo seguían a todas partes. Ambos grupos fueron bendecidos por el mismo Señor recibiendo de él sanidad, alimento; sobre todo, eran partícipes de la gracia al declarárseles perdonados sus pecados.
Hay varias historias conmovedoras que narran cómo Jesús perdona el pecado a las mujeres al igual que a los hombres. En el evangelio de Juan encontramos una de esas historias, en ella Jesús se revela a una mujer pecadora. Una mujer que al igual que muchas, su nombre no se menciona, solamente se dice el lugar donde vivía.
Ella estaba sorprendida de que un extranjero manifestara interés en lo que era mejor para ella en su vida espiritual. Jesús mostró verdadera y profunda compasión por esta mujer necesitada de salvación, él trató de una manera muy especial la situación que aquella mujer vivía. Jesús le dijo: porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad (Juan 4:18).
De esta forma descubre la vida de pecado que ella llevaba. Sin embargo, no le mostró rechazo alguno, sino todo lo contrario, la dirigió a sentir necesidad de que su vida fuera transformada y a desear una limpieza de sus pecados. Jesús hizo que ella pensara en el Mesías y al lograrlo se le revela como tal. Al darse cuenta de que tenía un encuentro personal con el Ungido de Dios, permitió que su vida fuera cambiada. En esta mujer se cumple el objetivo de la evangelización, que es rescatar a las personas de su mal camino y traerlas a Cristo. Pero, todavía no es todo, porque los resultados fueron mucho mejor. La evangelizada se convirtió en una evangelista; la alegría que le inundaba la hizo regresar al pueblo y gritar: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Fue tan sorprendente el testimonio de esta mujer que también los resultados fueron muy grandes, la Biblia dice: Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él… Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer… (30, 39).
Lidia
En el ministerio del apóstol Pablo encontramos a una mujer muy importante. Fue la primera convertida del continente europeo. Hechos 16:14 dice: Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Lidia debió haber tenido una buena economía y por lo tanto una casa lo bastante grande para dar hospedaje a Pablo y Silas.
Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos (Hechos 16:15).
Algunos comentaristas incluso han expresado que probablemente ella fue quien dirigió la iglesia en Filipos durante un tiempo. Por el trabajo que ella realizaba (vendedora de púrpura), quizá tuvo la oportunidad de llegar a las familias de mayor influencia en el imperio, aprovechando esta gran oportunidad para compartirles el evangelio de Jesucristo.
Priscila
A Priscila siempre se le menciona junto a su esposo. Por lo que se registra de ella en el libro de los Hechos, era una mujer incansable, siempre dispuesta a llevar el evangelio, en Roma (18:2; Romanos 16:3), en Corinto (18:1, 2) y en Éfeso (18:18, 19). Era trabajadora (fabricaba junto con su marido tiendas de campaña, 18:3) y hospitalaria (dieron hospedaje al apóstol Pablo, 18:2, 3).
Además, su casa siempre estaba abierta para que el evangelio se predicara (1 Corintios 16:19). Puesto que se menciona a Priscila antes que a su esposo, podemos entender que era ella la portadora de la palabra, y quizá fue ella quien le expuso más exactamente el camino de Dios a Apolos (Hechos 18:24-28).
La participación de las mujeres en el trabajo de la evangelización, en la historia de la Iglesia y en la actualidad, ha sido muy importante; tanto así, que son ellas las que rebasan en número a los hombres en la asistencia a los servicios de la congregación. Por medio de ellas muchas familias vienen al conocimiento del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, logrando con esto la restauración de sus familias, la rehabilitación en algunos de sus integrantes y la sanidad en los enfermos, entre otras bendiciones.
Por lo anterior se puede decir que las mujeres son elementos claves en el establecimiento del reino del Señor en el corazón de las personas. Podemos pensar que en las palabras del salmista David, también estarían incluidas las mujeres en la evangelización: El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas (Salmos 68:11). Debemos apoyar el trabajo de la evangelización que ellas realizan en nuestras congregaciones. No debe verse en menor grado su colaboración, ni menospreciar el servicio que siguen aportando con tanta disposición, amor y entrega para seguir alcanzando a los perdidos y llevarlos a los pies de Jesucristo