Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban (Marcos 5:20).
L o conocí en el año 1979, lo llamaban King, que significa rey, pero comía, vestía, caminaba y vivía como un mendigo; en nada le hacía honor a su apodo.
La condición en la que se encontraba, era por demás deplorable. Sumido en las drogas y rodeado por un montón de personas semejantes a él; su mirada era triste, su lenguaje soez. Tal era su situación que pensé: Este hombre no tiene remedio, su condición jamás cambiará. Le perdí la pista, pasaron unos tres años y un día lo miré en un centro comercial de la ciudad. Al principio, cuando lo vi pasar, me sentí confundido, no podía creer lo que veía. En mi mente me pregunté: ¿será el King? No me quedé con las ganas y le grité por su apodo, pues no sabía cuál era su verdadero nombre; él, sorprendido, volteó. Quizá tenía un buen tiempo que no escuchaba que lo llamaran así, pero me reconoció y nos saludamos.
No pude resistir lanzar las preguntas: ¿qué te paso?, ¿qué te hicieron?, ¿estás muy cambiado? King, con tranquilidad y una mirada de paz, me dijo: —calma, son muchas preguntas a la vez, pero te responderé. Era otra persona, su expresión de paz me cautivó, su vestimenta era otra, ya no era el King que conocí tiempo atrás. Me llamó la atención que tenía en su mano un ejemplar de la Biblia.
Entonces una larga conversación inició: —Para empezar, —me dijo—, me llamo José y te voy a contar lo que sucedió. Me visitó un compañero de andanzas, que empezó a hablarme del Señor Jesús y a decirme que sólo él podía cambiar la condición en la que yo me encontraba. Me leyó una porción de la Escritura, en el cual se narra que Cristo visitó un lugar llamado Gadara, y se encontró con un hombre en una situación muy triste, me lo explicó de la siguiente manera:
La condición del gadareno
Este hombre tenía un espíritu inmundo. Moraba en los sepulcros y muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, más éstos habían sido hechos pedazos por él, nadie lo podía dominar. Siempre de día y de noche deambulaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras.
Mientras mi compañero de andanzas me leía la Palabra de Dios, comencé a entender que ese hombre era yo, vivía en una condición de amargura y dolor. Me sentía basura, nadie daba un cinco partido por la mitad por mí; nada me podía controlar. Ni los golpes, ni la policía y ni las lágrimas de mi madre pidiéndome que cambiara, lograron que enmendara el camino. Sí, literalmente de día y de noche daba voces de blasfemia y lamentaba mi situación, culpando a otros por lo que yo vivía.
La solución a la condición del gadareno
Después me leyó cómo Jesús libró a este hombre de una legión de demonios; resaltó el poderío de Cristo sobre las huestes del mal y su autoridad cuando les permitió que entraran en unos cerdos que se precipitaron en el mar por un despeñadero y se ahogaron. Me cautivó el poder de Cristo y su superioridad sobre el mal, mi corazón latía con más fuerza a medida que lo escuchaba; entonces me dije: Si Cristo hizo libre a este hombre, seguro que lo puede hacer conmigo.
El milagro visible en el gadareno
Con gran emoción, mi amigo siguió narrando el pasaje, que tanto a él como a mí nos tenía cautivados. Me dijo: —Fíjate mi King lo que pasó ese día, el relato continúa diciendo que cuando los hombres del lugar se acercaron para averiguar lo que había ocurrido, encontraron al que había sido atormentado por el demonio sentado, vestido y en su juicio cabal.
Tengo que confesar lo que sintió mi corazón, no pude evitar el llanto. Yo, el King que nadie controlaba y que nunca había derramado una lágrima, sentía la presencia de Dios, sentía que perdonaba todos los errores que había cometido y limpiaba mi pecado. Mi amigo interrumpió el relato y comenzó una oración, me pidió que recibiera a Cristo en mi corazón. Lo recibí, no sé cómo explicártelo con palabras, pero sentí el cambio. De pronto me vi yo también sentado, vestido y en mi juicio cabal. Me levanté como una persona nueva, a partir de ese momento perdí el deseo de consumir droga, de mis labios no volvieron a brotar malas palabras ¡Ese día mi vida cambió!
El mandato de Cristo para el gadareno
Cuando las lágrimas pararon y la calma y la paz siguieron, le pregunté a mi amigo: —¿Qué sigue ahora?, ¿es posible que me vaya a vivir contigo? —Bueno —me contestó—, es necesario que seas discípulo en una iglesia, y que cumplas el mismo mandato que Cristo le dio al hombre de Gadara. Jesús no le permitió entrar con él a la barca, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.
La conversación con mi amigo terminó. Salí de aquel lugar trasformado, y desde entonces, a todo aquel que me encuentro y que accede a platicar le cuento lo que el Señor Jesús hizo en mí.
Me despedí del buen King —bueno, de José—. Me quede impresionado del cambio que Cristo realizó en su vida; yo lo conocía, sabía quién era, con quién se juntaba y qué actividades realizaba, pero hubo un cambio radical en él. Si alguien me lo hubiera platicado no lo habría creído, pero, ¡lo estaba mirando!, ¡el cambio era real! Una última palabra me dijo José: —Deberías tú también entregarle tu corazón a Cristo, aunque sé que eres un profesionista, que tienes una linda familia y que nunca has estado inmiscuido en ningún ilícito, también necesitas a Dios.
Me quedé pensando en sus palabras y me dije: Bueno no pierdo nada y si gano demasiado al entregarle mi vida al Señor. Llegué a casa y le platiqué a mi esposa lo que había sucedido, y cómo mi corazón sentía la presencia de Dios. Ella me comentó que era importante que nuestros hijos recibieran enseñanzas espirituales, y juntos decidimos recibir a Cristo como nuestro Salvador. Hoy vivimos felices, sirviendo al Señor Jesús.
El tiempo pasa y cada día doy gracias a mi buen amigo que me compartió el mensaje de salvación, pero sobre todo, a Jesucristo por haber tenido misericordia de mí, y por darme la oportunidad de compartir de su amor a quien me quiera escuchar