LAS EVIDENCIAS DE LA RESURRECCION DE JESUS – estudia esta lección teológica (lec 7)

La fe cristiana se basa en la evidencia histórica de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Juan 20:31 Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.

C.S. Lewis dijo en Mero Cristianismo: «Un hombre que fuera simplemente un hombre y dijera el tipo de cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro moral. O sería un lunático…o de lo contrario sería el diablo del infierno. Usted debe hacer su elección». Entonces, ¿quién es Jesús? Esa pregunta se basa en un evento histórico: la resurrección de Jesús.

La evidencia de la resurrección de Cristo corrobora claramente que Él, verdaderamente, se levantó de la tumba. Si los discípulos hubieran robado el cuerpo (como se les instruyó a los guardias que dijeran en Mateo 28:13-14), no les habría sorprendido el informe de las mujeres, ni Tomás hubiera dudado hasta que vio a Jesús por sí mismo. Tampoco habrían visto al Jesús vivo más de quinientas personas a la vez, como se informa en 1 Corintios 15:6. Hoy, vamos a examinar la evidencia que apunta a la resurrección de Jesús, la pieza central de nuestra fe cristiana.

Parte 1—La tumba vacía

□ Desaparece el cuerpo de Jesús Juan 20:1,2

Según el cómputo judío, habían pasado tres días desde la muerte y sepultura de Cristo: fue sepultado antes de la puesta del sol del viernes, permaneció en la tumba el sábado, y era el amanecer del domingo. El tercer día, Marcos 16:1-4 ofrece detalles que nos ayudan a comprender el pasaje de Juan. Primero, las mujeres fueron a la tumba de Cristo para ungir su cuerpo con especias aromáticas para contrarrestar el hedor de la descomposición. En segundo lugar, la piedra que cubría la tumba de Cristo era grande y las mujeres necesitarían ayuda para moverla.

Cuando María Magdalena y las demás se acercaron a la tumba, notaron que la piedra ya había sido movida. Esto fue alarmante, en parte porque la tumba había sido sellada por orden del propio Pilato para prevenir que alguien la perturbara (Mateo 27:63-66). Además, al entrar en la tumba, las mujeres no encontraron el cuerpo de Cristo (véase Marcos 16:5- 6). Esto las inquietó. Pensaron que quizá los enemigos de Cristo habían robado su cuerpo. María corrió rápidamente a buscar a Pedro y Juan para darles la inquietante noticia.

□ La investigación comienza Juan 20:3-10

Al recibir las noticias de María, Pedro y Juan corrieron a la tumba. Juan llegó primero, se inclinó, miró dentro y vio allí los lienzos de lino. Pedro, sin embargo, no vaciló en entrar a la tumba. Él también vio los lienzos de lino, así como el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús, el cual estaba doblado y colocado aparte de los lienzos. Solo entonces, Juan decidió también entrar a la tumba. Respondió con fe de que Jesús había resucitado. Juan creyó en la evidencia tangible, aun cuando no comprendía plenamente las Escrituras que anunciaban la resurrección de Cristo. Los seguidores de Cristo mostraron su amor por Él al preocuparse por el cuerpo de Jesús. Los acontecimientos de los últimos días los habían dejado confusos y desesperanzados. Hoy, conocemos la historia completa y podemos mos­ trar nuestro amor por Jesús siguiéndolo con fervor y celo.

Tenemos la ventaja de poder mirar atrás a la historia y leer el registro de la resurrección de Cristo. Este es el fundamento mismo de nuestra fe y esperanza; sin la Resurrección, ten­ dríamos una existencia infeliz y sin esperanza (véase 1 Corintios 15:12-19). Los discípulos sabían que algo extraordinario había ocurrido. Permanecer en la tumba no servía ningún propósito y podría haber despertado sospechas de que ellos habían robado el cuerpo. Así que regresaron al lugar donde se alojaban en Jerusalén (en Juan 20:10 la frase «volvieron a los suyos» denota un grupo de personas). Ellos no tenían residencia permanente en Jeru­ salén, así que probablemente alojaban con amigos o familiares.

Parte 2—Jesús se aparece a María Magdalena

□ Un encuentro con ángeles Juan 20:11-13

Juan 20:11-13 inicia el primero de doce relatos únicos de las apariciones de Cristo después de su resurrección. Él se apareció varias veces a muchos hombres y mujeres durante los cuarenta días antes de su ascensión. Hubo muchos testigos oculares de este tan decisivo momento.

Aunque los discípulos partieron, María permaneció en el lugar de la tumba, llorando (Juan 20:11,12). Al asomarse nuevamente, vio a dos ángeles con vestiduras blancas. Los ángeles le preguntaron el motivo de su dolor. Posiblemente ella no sabía que eran ángeles. En su dolor, probablemente luchaba por comprender lo que estaba sucediendo.

Los ángeles ciertamente conocían la fuente de su dolor. Sin embargo, la pregunta de ellos refleja compasión. «Apreciada mujer, ¿por qué lloras?» (v. 13, n t v ) . María tendría la oportunidad de expresar sus sentimientos—quizá un recordatorio para nosotros de cómo podríamos responder en momentos de dolor, dando oportunidad para que la persona exprese su tristeza. María había experimentado la pérdida de su Salvador, un golpe sólo agravado por la misteriosa desaparición de su cuerpo. No obstante, la pregunta también prepara el escenario para que ella reflexione sobre la posibilidad de que hubiera ocurrido algo maravilloso. Había motivo de esperanza.

□ Conversación con Jesús Juan 20:14-18

María posiblemente sintió la presencia de alguien detrás de ella cuando, después de res­ ponder a los ángeles, se dio la vuelta. Era Jesús, aunque no lo reconoció. Él también le preguntó sobre su dolor. María deseaba saber si Él se había llevado el cuerpo. Consumida por el dolor, María no pudo ver que de hecho estaba hablando con Aquel a quien buscaba. Entonces, Jesús la llamó por su nombre (Juan 20:16). María supo inmediatamente que era Jesús cuando pronunció su nombre. Cuando los desafíos de la vida nublan nuestra pers­ pectiva, es importante reafirmar nuestra fe en Dios y sus promesas.

Tanto Juan como María pensaban que Jesús estaba muerto. Al no encontrar el cuerpo en la tumba y ver sólo las vestimentas mortuorias, Juan creyó en la resurrección de Cristo. María creyó cuando vio a Jesús de pie frente a ella y lo escuchó pronunciar su nombre. Para ambos, la consternación y el miedo dieron paso a la fe.

Puede ser tentador para nosotros también sucumbir a la duda y al temor. Sabemos que Jesús vive y que ascendió, y ahora intercede ante el Padre por nosotros (véase Romanos 8:34; Hebreos 7:25). En los momentos de duda, hacemos bien en recordar sus promesas.

María alabó al Cristo resucitado (Juan 20:16-18). Él le dijo que que fuera a decirle a los discípulos que Él estaba vivo y que regresaría al Padre. Como María, debemos escuchar las palabras de Jesús de ir y anunciar que Él vive. Nuestro testimonio personal del poder de Dios es evidencia de que Jesús realmente ha resucitado de los muertos.

Parte 3—Tomás ve y cree

□ Tomás luchó hasta que vio a Cristo Juan 20:24-28

El estudio de las evidencias de la resurrección de Cristo concluye con la bien conocida historia del discípulo Tomás. Algunos de nosotros, como Tomás, somos difíciles de convencer. Los otros discípulos de Jesús habían visto al Salvador vivo, pero Tomás no estaba con ellos. Podemos entender, entonces, por qué le sería difícil creer que un hombre a quien vio morir había aparecido repentinamente cuando él no estaba presente. Tomás dijo que no creería hasta que pudiera tocar las heridas de Jesús. Como todos los seguidores de Jesús, Tomás había presenciado su horrible muerte. Los recuerdos de estos aconteci­ mientos aún estaban muy frescos.

Si no nos ponemos en el lugar de Tomás, podríamos fácilmente criticarlo. Pero Jesús no se ofendió. Mas bien satisfizo las necesidades de Tomás, y él creyó y lo llamó Señor y Dios. Este es un recordatorio de que Jesús conoce nuestras luchas e igualmente nos ama.

□ Nosotros también somos testigos de Cristo Juan 20:29-31

Tomás había conocido a Jesús como maestro, Señor y amigo. Habían compartido los ali­ mentos y habían recorrido juntos largos caminos. Luego lo había perdido debido a una horrible muerte. Tomás necesitaba ver a Jesús para creer que estaba vivo. El punto culmi­ nante de la respuesta de Jesús fue: «Bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (Juan 20:29). Definitivamente, la fe es un mensaje clave de todo el evangelio de Juan. Nosotros que nunca conocimos a Jesús en la tierra estamos incluidos en este gran círculo de creyen­ tes. Jesús vino no sólo por sus primeros seguidores, sino también por nosotros.

Los Evangelios no son el registro completo de todo lo que ocurrió en la vida de Jesús, sino un registro que nos ayuda a abrir nuestro corazón a Él. Creemos y llevamos sus pala­ bras a los demás para que tengan nueva vida. La declaración: «Que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (v. 31), reconoce que, cuando ponemos nuestra confianza en Jesús, comienza la verdadera vida.

¿Qué nos dice Dios?

Las Escrituras registran a personas comunes como nosotros, que pusieron su fe en Jesús como el Salvador resucitado. Algunos dudaron al principio. Sin embargo, innumerables vidas han sido cambiadas a través de la obra salvadora de Cristo. Entonces, conocer la evidencia no es suficiente. Necesitamos creer-y elegir recibirlo como Salvador y Señor.

Acerca de: Editorial VIDA

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