LA EVANGELIZACIÓN EN EL TERCER MILENIO — Pbro. Guillermo Rodríguez H.

Vigencia

L a Biblia registra diversas promesas y pactos que Dios ha hecho con sus escogidos a través de la historia de la salvación; una división general de esas promesas y pactos puede ser en condicionales e incondicionales. Las promesas o pactos condicionales son aquellas que para su cumplimiento requieren determinada respuesta de los hombres, en fe y obediencia. Por ejemplo, en el pacto edénico se le ofrece a Adán la permanencia en el huerto y la promesa de no morir, a condición de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. El resultado todos lo sabemos; este pacto fue roto y su promesa quedó invalidada.

En cuanto a los pactos incondicionales un ejemplo lo constituye el hecho con David. Jehová Dios le ofreció: será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente (2 Samule 7:16). Esta promesa fue ofrecida por la soberanía de Dios, sin que dependiera de acción alguna del hombre para su cumplimiento. Aunque el linaje de David se apartó lastimosamente de la senda de justicia, la promesa no puede ser quebrantada. Hallará su pleno cumplimiento en el reinado milenial del Mesías.

El Nuevo Testamento contiene esta esperanzadora promesa de Jesucristo: y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Pero esta presencia prometida no está basada en una expresión incondicional, sino sujeta al cumplimiento de ciertas condiciones de parte de la Iglesia. En efecto, esa promesa se hace efectiva cuando los elegidos cumplen con el mandato de evangelizar y discipular. El contexto del pasaje así lo enseña. Jesucristo afirma tener toda autoridad en el cielo y en la tierra, la cual delega en sus discípulos para la evangelización (incluyendo a las misiones) y el discipulado (enseñándoles que guarden). A quienes cumplan se les ofrece la presencia continua de Jesucristo, incluyendo la aplicación de su poder, lo cual se hace una realidad con la manifestación del Espíritu Santo, el Paracleto prometido a los fieles quien nos revela, guía a y enseña de Jesucristo.

Si esta es una promesa condicionada, ¿qué ocurre con aquellos creyentes o congregaciones que no cumplen y no se esfuerzan en el evangelismo y el discipulado? ¿Pierden la perspectiva y se vuelven conflictivos, tradicionalistas, ritualizados, monótonos, con una liturgia sin sentido y un pentecostalismo de membrete? ¿En este sitio se ubicarían las congregaciones que no tienen a la mano ni el más arrugado folleto evangelístico para entregar, cuyas escuelas dominicales han venido a ser un monumento al aburrimiento y al bostezo?

El panorama no tiene por qué ser siempre así. Cuando el despertar ocurra la presencia gloriosa del Espíritu Santo se hará evidente para capacitar, dar visión y otorgar poder de lo alto, y cumplir así con la gran comisión. De igual forma, aquellas congregaciones que se esfuerzan con seminarios, cursos o conferencias para capacitar a sus feligreses y conformarlos a la imagen de Jesucristo, muy pronto perciben que son acompañadas por la presencia sobrenatural, gloriosa y sublime del Maestro, para enseñar el camino del servicio cristiano y de la vida eterna.

Para renovar o mantener la vida de nuestras iglesias es necesario practicar las dos vertientes que definen su filosofía y razón de ser, y les permite que Emanuel haga una realidad su presencia mediante el Espíritu Santo.

Desarrollemos proyectos para la adquisición del celo y la vocación evangelizadora, la proclama del evangelio, la instrucción de los creyentes, la adoración vivencial, el compañerismo y la fraternidad, el anhelo de servicio. En suma, evangelicemos y discipulemos. Así estará con nosotros la presencia de Jesucristo y del Espí- ritu Santo, todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

En tanto no haya llegado el fin del mundo, o sea, mientras no sean cumplidas todas las cosas y nos mantengamos vivos, el mandato de la gran comisión continúa vigente.

Vengo a cumplir con la comisión que me encomendaron, es a veces la forma de empezar un trabajo. La expresión significa que no se va a hacer lo que se quiera sino lo que se encomendó. También se entiende que el enviado tiene la autoridad necesaria para cumplir con la encomienda. Además los involucrados saben que el mensajero tiene la determinación de alcanzar el fin de la comisión. Y en el caso de que lo quieran intimidar sabrán que no se están metiendo con el emisario sino con quien lo comisionó. Finalmente, el enviado ha de rendir cuentas a quienes lo envían. Entonces, al hablar de la gran comisión surgen dos preguntas: cuáles son sus alcances y a quiénes se ha comisionado para ello.

Alcance

En cuanto a su alcance, no hay duda: se trata de discipular para integrar a la fraternidad de fe, al pueblo santo (claro que para ello deben ser primero evangelizados). No podemos enseñar a los inconversos a vivir como creyentes si aún no lo son. Tampoco podemos seguir evangelizando a los creyentes porque ya lo son. A los primeros, la evangelización. A los segundos, el discipulado.

En el Antiguo Testamento Dios escogió como su pueblo a los descendientes de Abraham (Génesis 12:1-3). Pero ese pueblo, Israel, le rechazó (tal como había sido profetizado a Moisés en Deuteronomio 31:16-18), y ha sido temporalmente puesto de lado como pueblo escogido (Mateo 23:37-39; Romanos 9:30-32). Ahora, en el Nuevo Testamento, Dios ha escogido como su pueblo a todos los que creen en Jesucristo (Juan 1:11-13) y le obedecen (Mateo 7:21-23) y sirven (Mateo 20:25-28).

A ese pueblo del Nuevo Testamento se le ha dado el Espíritu Santo (Juan 20:22) como sello y arras (Efesios 1:13, 14), pero también como Consolador (Juan 14:16) y bautismo (Hechos 2:4) para que, como lo afirma 1 Pedro 2:9, 10: anunciéis las virtudes. O sea, que somos salvos para anunciar, salvos para servir en el anuncio de las virtudes de Dios.

Medios

En cuanto a los comisionados para cumplir con la gran comisión algunos se parapetan atrás de Efesios 4:11 para decir que no son evangelistas, que no tienen ese don, que no están equipados para la función de anunciación evangélica… y en parte están en lo cierto. No todos los creyentes son evangelistas desde la perspectiva de Efesios 4, pero todos somos embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20); representantes de Dios en la tierra; discípulos que siguen las enseñanzas del Maestro y las comparten con otros. Así, la evangelización es testificar; es supracarismática y universal a todo creyente.

Están igualmente los que permanecen estáticos, por decisión o por inercia. De ellos no falta el que está así porque espera la llegada del avivamiento en México para asumir su compromiso. No es menosprecio por las profecías ni que ya no estén vigentes, sino que desde Pentecostés hasta nuestros días Dios y la Iglesia siempre han querido que la manifestación de la gloria del Espíritu Santo esté presente (Mateo 28:20; Hechos 4:29-31). En realidad no necesitamos una profecía que anuncie como algo futuro lo que ha estado en el corazón de Dios para todas las edades (Hechos 2:39), pero tampoco olvidemos el quebrantamiento, el arrepentimiento y la búsqueda intensa del rostro de Dios (2 Crónicas 7:14; Lucas 11:9) para recibir una nueva llenura de su bendita presencia.

Es así que al servicio que cada creyente presta para la proclamación integral del evangelio lo denominamos sacerdocio universal de los creyentes; esto es lo que dice 1 Pedro 2:4, 5 y 4:10.

La noción del sacerdocio universal de los creyentes se diluyó entre las páginas de la historia, hasta que el concepto de clérigo (el que ha recibido el orden sagrado) predominó sobre el de laico (del pueblo, sin orden religiosa), y pretendió, contra todo orden bíblico, reservar la posición de servicio a los ministros de tiempo completo graduados del instituto bíblico. De hecho, si la Biblia no habla sobre los laicos es porque el clero no existía; es una invención posterior de la iglesia. Ahora, para las Asambleas de Dios, el laico no es sinónimo de alguien no calificado para el servicio, sino que denota al ministro de la iglesia local que no está de tiempo completo.

La Reforma protestante se esforzó también por insistir en el sacerdocio universal de los creyentes, en contraposición con el orden sacerdotal de la iglesia católica romana, que lo tiene como uno de sus sacramentos. Es probable que el trasfondo cultural católico pese sobre algunos creyentes (Hebreos 12:1) y les impida una vida plena de servicio (espiritualmente evangélicos aunque culturalmente católicos); en parte esto puede explicar por qué ciertos creyentes van al culto únicamente los domingos (misa), oran como une mero ritual (rezar), y traen sus ofrendas de lo que les sobra (limosna).

Por eso: Esta es la evangelización nueva que necesitamos. No es métodos mejores sino hombres mejores… (Robert Coleman [Plan supremo de evangelización], CBP).

La evangelización

El evangelio es la buena nueva del cielo que en Cristo Jesús otorga perdón y reconciliación para vivir en forma nueva, dar el fruto apropiado, rendir el servicio confiado y obtener la vida eterna.

Evangelizar es declarar la obra salvadora de Jesucristo mediante el poder (tener la capacidad o facultad para hacer una cosa determinada) del Espíritu Santo, para que los hombres y mujeres pidan el perdón de Dios, se reconcilien con él y con sus semejantes, para vivir la fe y servir en la comunidad de la iglesia.

La evangelización es un compromiso de vida más que una acción ocasional. La evangelización es comunicar las buenas nuevas de Jesucristo a través de las palabras y las obras, a través de la predicación y de la vida, y a través de lo que se cuenta y de lo que se muestra. Los seguidores de Jesús son testigos de su fe en Cristo como Salvador y Señor (Timothy Robnet [Contamos la historia], UNILIT). La evangelización no es tanto cuestión de métodos; es asunto de prioridades, de valores. Es que la evangelización es resultado de la adoración. El verdadero adorador no se ensimisma en sus alabanzas, sino que es impelido a negarse a sí mismo para tomar la visión y la misión de Cristo Jesús (Marcos 8:34).

Además, para comunicar el evangelio hay que saber quiénes somos y qué tenemos; de otra forma la sal se diluiría. Es el otro

lado de Hechos 3:6. …lo que tengo te doy… No podemos comunicar la vida de Cristo Jesús si nosotros mismos no la tenemos o está descuidada. Evangelizar es estar rebosantes de la vida del Espíritu para llevarla a otros.

Planeación

El evangelio es el amor del Padre que transforma y no la imposición de reglas que oprimen. La planeación de la evangelización es plataforma para el lanzamiento a una vida plena, eterna, y no ancla que inmoviliza en el ayer.

¿Alguien planea casarse? Antes del plan para ello está el compromiso y la preparación. Nadie se casa por accidente o por casualidad; se casan porque se enfocaron en ello. Lo quisieron hacer; se comprometieron; lo planearon; reunieron los recursos; analizaron dónde vivirían; llegaron al altar… En fin, nadie se casa por cuestión de suerte sino por elección y determinación.

La analogía del matrimonio no es ociosa. Es que hay cuando menos dos cosas que no se pueden hacer individual y deliberadamente: casarse y evangelizar. La planeación requiere:

  1. Convicción para ir de la inacción a la obra.
  2. Determinación para avanzar de la multitud a la individualidad.
  3. Intencionalidad para buscar la oportunidad (incluso en la Escuela Dominical).
  4. Claridad en la presentación de la evangelización. Pero, ¿qué tipo de evangelismo se llevará a cabo? La estrategia es importante para la planeación, aunque los resultados se vean con cualquiera de ellas. Hay evangelismo masivo y personal. Hechos 8:5, 6 habla de la estrategia evangelizadora masiva.

Está el evangelismo en locales cerrados, tal como Hechos 9:20 describe. Igualmente se llevó a cabo el evangelismo en las casas (Hechos 5:42). El evangelismo en las calles ya estuvo presente desde la iglesia primitiva (Hechos 8:26-39).

Relación

En el postmodernismo las relaciones personales no sólo sobreviven sino que se consolidan tanto en la conciencia de aldea global como en el resurgimiento de los regionalismos.

Así, la evangelización es por medio de hombres y mujeres; es relacional. Es una relación que demanda conciencia corporativa (como iglesia) e individual (como creyente). Es lo que llamamos el trabajo del creyente, el trabajo personal, no corporativo.

También es relacional porque restaura las relaciones: hombre-Dios y hombre-hombre. El aspecto relacional aplicaría de igual forma en que lo mejor es ir de dos en dos (Marcos 6:7).

El evangelio es sencillo pero no simple. Su presentación debe ser genuina y hacer sentir al oyente como en un oasis en el desierto o en un hospital para los heridos o en un cuartel de refugio en contra de las potestades del mal, respondiendo con amor (que es cemento que une y signo distintivo del discípulo) y compasión.

El evangelismo en el tercer milenio no está dependiente de nuestras fuerzas ni con nuestros recursos, sino con la gracia y presencia del Espíritu Santo, como una expresión práctica de que nuestra relación con Dios está fresca y palpitante

fuente: aviva 2014 – edición 11

Acerca de: Pbro. Guillermo Rodriguez Herrera

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Pastor y Líder nacional del Concilio de las Asambleas de DIos México, fue secretario general nacional por varios años y actualmente pastorea una iglesia en Chetumal Q.Roo junto a su distinguida esposa. Médico de profesión y escritor de libros de contenido pastoral.

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