Apocalipsis 21:3 Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Con toda facilidad podemos ver nuestro mundo y decir que ha caído profundamente y está lejos de su estado original cuando Dios declaró que era «bueno en gran manera». Como creyentes, podemos anticipar con esperanza un momento en que Dios traiga una nueva creación que refleje su gloria y perfección. Es más, nosotros seremos parte de esa nueva creación.
Una de las preguntas más fascinantes que nos hacemos en la vida es: «¿Para dónde vamos?». Conocer nuestro destino hace que el viaje sea significativo y agradable, especialmente si nos dirigimos a un destino que hemos anhelado vivir. La Biblia nos enseña que al final de esta era hay un tiempo nuevo. Es lo que inspira esperanza en esta vida, a pesar de todas sus dolorosas pruebas e incertidumbres. En esta lección aprendemos que los creyentes esperan una nueva creación y un nuevo comienzo. Aunque en la Biblia no encontramos la hora de su venida, la seguridad de lo que nos espera se afirma enérgicamente en los capítulos finales de Apocalipsis. Incluso nos revela qué nos espera al final de este viaje. Si bien se desconocen muchos de los detalles, tenemos las buenas noticias de nuestro destino celestial.
1—Todas las cosas hechas nuevas
□ Vienen un cielo nuevo y una tierra nueva Apocalipsis 21:1
La entrada del pecado al mundo tuvo un efecto devastador en la creación de Dios. Sin embargo, al fin de esta era Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva por que la primera creación pasará. Pedro nos dio una idea de cómo Dios hará esto. Su descripción en 2 Pedro 3:10 sugiere que, como un evento del «día del Señor», este juicio involucrará un cataclismo ardiente que destruirá la primera creación en preparación para un nuevo reemplazo.
El profeta Isaías del Antiguo Testamento también percibió este acontecimiento venidero (véanse Isaías 65:17; 66:22). Como Juan, Isaías también lo describió como un reemplazo de la antigua creación, de la que ya no habrá memoria (65:17). La nueva creación traerá gozo y alegría a los habitantes de la Nueva Jerusalén y a toda la humanidad.
□ Bendiciones y juicio Apocalipsis 21:2-8
En Apocalipsis 21:2-8, Juan describió las bendiciones de los nuevos cielos y la nueva tierra. Primero, disfrutaremos de la presencia de Dios. Su hogar estará entre nosotros; es decir, Dios mismo morará con nosotros. Si bien esta promesa fue parcialmente cumplida en la persona de Jesús, quien prometió estar con nosotros siempre, una realidad mayor espera al pueblo de Dios en la era venidera.
En la nueva creación no habrá ninguno de los dolores y tristezas que acom pañan la primera creación, afectada por el pecado y la muerte. Juan describió un mundo sin muerte, llanto, clamor o dolor—todas las cosas pertenecientes a un mundo caído que ya habrá pasado.
También habrá una renovada promesa y seguridad de Aquel que se sienta en el trono y que es fiel y verdadero. Jesús mismo, «el Alfa y la Omega» (véase Apocalipsis 1:8; estas son la primera y la última letra del alfabeto griego), está haciendo nuevas todas las cosas y promete dar gratuitamente el agua de la vida eterna a todos los que vengan. (Véase 22:17; Isaías 55:1.) Con esta bendición viene la seguridad de la relación de Dios con los creyentes: «Yo seré su Dios, y él será mi hijo» (Apocalipsis 21:7). La alternativa que Juan describe es sombría: «Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (v. 8).
2 – La nueva Jerusalén
□ La ciudad celestial Apocalipsis 21:9-14
Juan vio «la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios» (Apocalipsis 21:2,10). El énfasis es que la nueva Jerusalén no es de esta tierra, sino «de Dios». La nueva Jerusalén es parte de la nueva creación, no de la tierra presente, y no del reino milenario descrito en Apocalipsis 20:1-5.
Después del juicio de Dios de Apocalipsis 21:8, «la muerte segunda», uno de los ángeles condujo a Juan a recibir la visión de la ciudad santa, Jerusalén. Juan buscó las palabras para describir la gloria incomparable de esa ciudad. Su esplendor es como el del oro resplandeciente y las joyas preciosas. La estructura de la ciudad tenía la forma de un cubo, y cada lado medía aproximadamente 1.400 millas (2.253 km). Las doce puertas de la ciudad llevan los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel. Cada muro se asienta sobre doce cimientos en los que están inscritos los nombres de «los doce apóstoles del Cordero» (v. 14). Además, la descripción resalta que la nueva Jerusalén es la provisión universal para los seguidores de Dios de todos los tiempos.
□ Un lugar de luz y pureza Apocalipsis 21:15-27
Hay dos omisiones cuando se compara la nueva Jerusalén con la ciudad antigua. Primero, no hay templo en la ciudad celestial, y por una buena razón. Para Israel, el templo era el lugar donde la gloria de Dios se revelaba a su pueblo; cosa que sucedió en numerosas ocasiones (por ejemplo, 2 Crónicas 7:1; 5:14; Levítico 9:24; 1 Reyes 8:11). Dios mora allí, por lo tanto no se necesita templo. Es más, no se necesita una fuente de luz, ya que la gloria de Dios ilumina la ciudad celestial. El Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son la fuente de luz (Apocalipsis 21:23).
Juan también señala un detalle final: la ciudad experimentará y disfrutará de una luz perpetua. A diferencia de la antigua Jerusalén, las puertas estarán siempre abiertas, habrá acceso a todas las naciones que vendrán a rendir gloria y honra a Dios. Las puertas abiertas también hablan de la seguridad de que no habrá quienes hagan el mal b^jo la cobertura de la oscuridad (v. 25).
En la nueva Jerusalén no habrá pecado. Imagine un lugar donde nada impuro entra jamás, donde la abominación y mentira no tienen cabida. Los habitantes de la nueva Jerusalén son aquellos cuyos nombres están inscritos en el libro de la vida del Cordero. Han sido perdonados de sus pecados y permanecen puros ante Dios. ¡Qué glorioso futuro para los creyentes en Cristo! Este es el hogar eterno de los redimidos, donde el pecado ya no corromperá al pueblo de Dios.
3 – Invitación a una nueva vida
□ Vida eterna Apocalipsis 22:1-13
Del trono de Dios y del Cordero fluye un río, la fuente del agua de vida. A ambos lados crece el árbol de la vida que proporciona sanidad a las naciones. Allí, sus siervos le servirán en obediencia, verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Esta visión fue tan impresionante que Juan cayó de rodillas para adorar al ángel (Apocalipsis 22:9). Sin embargo, el ángel le dijo que no lo hiciera, porque la adoración es solo de Dios. El ángel luego enfatizó que el tiempo de la venida del Señor está cerca. Mientras que los pecadores como los justos continúan en sus obras, el Juez, nuestro Salvador y Señor, viene pronto y traerá recompensas y castigo.
□ Una invitación y una advertencia Apocalipsis 22:14-21
El libro de Apocalipsis termina con una invitación: «el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» (Apocalipsis 22:17). Aquellos que han sido purificados por la obra de Cristo entrarán en la ciudad y tendrán acceso al árbol de la vida. Fuera de la ciudad se halla el destino del pecador no arrepentido, separado de Dios eter namente. Jesús invita a todo el que quiera: «ven» y «(toma) del agua de la vida», una invitación que todos deberíamos aceptar.
Juan disuade a cualquiera de alterar el contenido de esta profecía, ya sea por añadirle o quitarle (w. 18-19). Es un buen recordatorio de que debemos apreciar y respetar la Palabra de Dios.
Qué nos dice Dios?
Esta vida terrenal no es el final. Continuaremos adorando y sirviendo a Dios por toda la eternidad. Hay una conexión vital entre nuestra vida en la tierra y la vida venidera en la nueva creación que Él está preparando.
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