¿Soy llamado? Realidad o excusas para las misiones transculturales

Por Ileana Solís, misionera mexicana en preparación

 

En términos generales, todos los creyentes han sido asignados a las filas del servicio activo para trabajar en la expansión del Reino de Dios. Tal vez en otra ocasión se pueda profundizar en la realidad detrás de que cada creyente ha recibido la misma encomienda (Mt 28: 19-20) pero cada uno de los servidores de Cristo han de ser designados, por su soberana voluntad y omnisciencia, a un área, lugar o tarea específica.

Tal vez no conocemos todos los detalles del llamado que sentimos, pero nuestra mente y corazón arden tan solo de escuchar cualquier mención referente a las misiones transculturales. Al pensar en esta clase de misión, asoman muchas preguntas recurrentes aún sin respuesta: ¿Genuinamente hemos sido llamados o solamente es una emoción pasajera? ¿Seremos lo suficientemente capaces para llenar los zapatos de un “misionero”? ¿Qué hay de los logros, planes de vida y metas personales? ¿Tendremos el suficiente carisma para lograr patrocinios que sustenten nuestras necesidades? ¿De qué hemos de vivir?

Primeramente, desde la perspectiva del creyente que no ejerce las misiones transculturales como forma de vida, es fácil pensar que la parte más difícil de tomar este llamado es la renuncia a la vida que se tiene. Escuchar desde los púlpitos que se promociona el trabajo misionero con frases impresionantes como “misionero es quien ha dejado todo, su casa, su empleo, su seguridad”. Pero apelar solamente a las cosas que quedan atrás como un gran sacrificio de este tipo de labor es oculta parcialmente la realidad que, dicha desde la perspectiva de alguien que está viviendo la misión dentro del campo, es que la renuncia nunca es fácil, pero no es la parte más difícil. De hecho, estando en campo se logra una comprensión profunda de que “renuncia” no es la palabra más adecuada para esta acción, tal vez “devolución” sea una palabra más acorde al sentir misionero.

Todo a lo que se “renuncia” para obedecer al llamado, simplemente es la devolución a Dios de lo mucho que recibimos de su mano. La vida misionera transcultural nos recuerda día a día que todas las cosas le pertenecen al dueño de la mies en la que laboramos, todo es para Su gloria, de lo recibido de Su mano le damos. Por lo cual, al entender esto plenamente y con certeza en el corazón, cada vez se torna más sencillo devolverle a Dios lo que le pertenece. Lo verdaderamente difícil es tener esa certeza de ser llamado a las naciones.

Tener la certeza inamovible de ser llamados a este trabajo es un ancla en la vida del misionero transcultural, es la certeza del llamado la parte humana qué hace simbiosis con la parte espiritual de la fe para entregar todo, resistir todo, continuar a pesar de todo.

Respecto a esa certeza serán expuestas dos observaciones: La primera es que la respuesta a la pregunta ¿tú eres llamado?  es “Sí”. Quien lee este artículo y siente que estas líneas le queman en su interior, la respuesta es “Sí”, allí hay un llamado misionero. Quien diariamente derrama sus lágrimas ante el Trono de la Gracia, pero no logra dilucidar la respuesta que está esperando, quien ruega a Dios una confirmación milagrosa y sobrenatural qué indique claramente que no es un sentimiento efímero sino un verdadero llamado a servir en la misión transcultural, la respuesta vuelve a ser:  ¡Sí!, ¡realmente eso es un llamado misionero!

Dios ha puesto esa llama que arde dentro suyo para ser obrero en la expansión de Su Reino y no existe confirmación más clara y certera que la Palabra. Las mismas palabras que Jesucristo dio hace más de dos mil años, hoy, siguen vigentes “Y les dijo: ID por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Este mandato, para todo aquel que se autodenomine seguidor de Cristo, lleva su nombre y apellido.

Lo anterior abre sendero a la segunda observación respecto a la certeza del llamado: Todo el cuerpo de Cristo, la Iglesia, debe participar en la misión, mas no todos deben salir al campo. Como un cuerpo, una unidad y con una sola cabeza dirigente que es Cristo, todos debemos procurar con diligencia cumplir la Gran Comisión. Pero hemos de ser sabios en entender cuál es el lugar que Dios nos ha asignado, cuáles son los dones que nos entregó para administrar y con qué talentos nos bendijo para ser de bendición.

El panorama mundial que se vive hoy en día es un recordatorio del inminente retorno de nuestro Señor, por tanto, es tiempo de que cada parte del cuerpo de Cristo trabaje fervientemente en la obra qué se le ha asignado, sí, yendo al campo misionero, pero también tomando con seriedad y compromiso todo el trabajo que requiere la expansión del Reino (evangelismo local, estudio teológico, adoración reverente, mayordomía, discipulado, sustento misionero, plantación de iglesias, por mencionar algunas).

Continuando con estas observaciones, respecto al temor de ser incapaces de estar en el campo (entiéndanse las dificultades básicas las de idioma, cultura, gastronomía, salud física, emocional y psicológica), se resuelve, sin lugar a duda, que efectivamente ningún ser humano por mucho empeño que tenga en ser capacitado, realmente lo habrá de lograr en todo el sentido de la palabra. Si se ha preguntado sobre las cualidades especiales, estudios o talentos que debe poseer una persona para sobrevivir en el campo misionero transcultural las Escrituras revelan qué Dios es poderoso para glorificarse a través de lo que denominamos gente común.

Dios usó para la expansión inicial de su Reino a Pablo, un hombre de muchos estudios y profunda preparación, así como usó a Pedro, un pescador de oficio que además tenía un carácter impulsivo. El Creador también usó a una mujer samaritana (una paria para los judíos de la época) para proclamar su evangelio (Jn 4:39). Inclusive, podemos ver en las Escrituras, la vida de un hombre que vivió atormentado por demonios ser restaurado y anunciar las Buenas Nuevas con fervor (Mr 5:18-20).

No existe un checklist de cualidades mínimas necesarias para trabajar en la misión transcultural, de hecho, no existe tal listado para ninguno de los ministerios que Dios asigna, pues el Señor no es un jefe lejano y autoritario que nos dará algunas herramientas y nos enviará solos a intentar alcanzar una meta; recibamos con gozo el saber que él va con nosotros a realizar la tarea. Cada paso, cada etapa, cada diferente obstáculo, él está presente ayudando, sosteniendo, fortaleciendo, y por supuesto, proveyendo todas las herramientas que el camino nos requiera, en el momento correcto, de la manera más eficiente. No es necesario sentirse suficiente para realizar la tarea misionera, lo que verdaderamente se necesita es confiar plenamente en Dios, en sus promesas, en su Palabra. Tal como Jehová le dijo a Moisés “Vé, porque yo estaré contigo” (Ex 3:11,12)

Entonces, por el sentimiento de querer ir a las misiones, la certeza de ser llamados a cumplir la Gran Comisión y la fe de que Dios nos capacitará ¿Se debe olvidar el plan de vida que cada corazón anhela? De ninguna manera. Dios como Padre soberano, amoroso, lleno de misericordia y bondad para con sus hijos conoce todas las cosas y las usa para nuestro bien. Conoce las circunstancias que rodean externamente cada vida, conoce también los profundos anhelos de cada corazón. El trabajar para Su obra en la misión transcultural no debe entenderse como una caridad gratuita que nace de nuestro interior para ayudar a sus planes, la Biblia nos enseña qué, de hecho, Jesucristo es el mejor empleador para el cual trabajar, y respecto al servicio brindado a la obra de Cristo el pago es inmerecidamente mucho mayor de lo que se espera. Jesús mismo les dijo a sus discípulos:

De cierto os digo que no hay ninguno qué haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre o madre o mujer, o hijos, o tierras por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.” (Mr 10:29-30)

Caminar el sendero del servicio misionero transcultural es un camino directo a la vida plena que anhela, enseña nuevas maneras de gozarse en el Señor, abre los horizontes del entendimiento de la plenitud en Cristo. Vivir en respuesta al llamado nos da todo lo que anhelamos y aún mucho más.

Por último, debo mencionar la pregunta que internamente siempre está presente pero muy pocas veces se externa cuando hemos sido llamados a la misión fuera de casa. En la introducción le he llamado “carisma para lograr patrocinios”, habrá quien le llame don de convencimiento. Tal vez escuchemos de algunas personas más osadas que se aventuran a llamarle sacar dinero. El asunto central es saber si realmente habrá alguna persona dispuesta a sustentar económica, espiritual y moralmente la vida en el campo transcultural o es nuestro deber aventurarnos a vender todo lo que se posee y repetir incansablemente Filipenses 4:19 y Mateo 6:26 hasta observar algún resultado.

Ciertamente la vida del seguidor de Cristo debe tener un cimiento fuerte de fe en la provisión del Señor y en su fidelidad para el sustento diario de nuestras necesidades, pero en nombre de la sinceridad y la verdad he de advertirle que el sustento que se recibe de las iglesias y patrocinadores es directamente proporcional al trabajo que se realiza.

Por favor no se asuste ni malinterprete estas palabras, he de explicar esta afirmación: el primer sustento económico, espiritual y moral de un misionero ha de ser la iglesia local, pues es quien mejor conoce al prospecto, el pastor local sabrá si éste cuenta con la madurez, convicción y aptitud para ser enviado o si aún debe esperar, crecer y madurar un poco más bajo la cobertura de la iglesia local (deben ser tomadas con madurez las indicaciones pastorales); pero si el candidato a misionero transcultural no ha sembrado sus dones, talentos, tiempo y bienes en las actividades y ministerios de su propia  iglesia  local difícilmente ésta se sentirá convencida de enviarle y sustentarle en el campo.

Pudiera parecer que el fuego dentro del corazón por llevar las Buenas Nuevas merece todos los esfuerzos de la iglesia local y una aprobación automática de los proyectos que se presenten, pero recuerde que la Biblia ha de enseñar el proceder correcto y en el libro de Hechos da las pautas para seleccionar, bendecir y enviar a quien sea llamado para esta noble forma de vida.

Hechos relata que fue el Espíritu Santo quien primeramente, a través de los líderes de la Iglesia, apartó a Pablo y Bernabé para la obra misionera transcultural. Estos hombres ya predicaban a Cristo, servían en la obra y viajaban anunciando el evangelio, pero no salieron hacia las naciones hasta que los líderes, guiados por el Espíritu Santo, les impusieron las manos y les enviaron. Pablo y Bernabé habían sembrado en sus cercanías tanto su tiempo, como sus talentos, sus dones y sus conocimientos, habían invertido sus vidas en la misión desde el lugar donde se encontrasen. El fruto de ese trabajo fue el sustento qué recibían de las iglesias qué plantaban.

Si usted siente el llamado a servir fuera de las fronteras de su ciudad, región o país, no se ha de preocupar por el convencer a las iglesias, Dios es fiel en sus promesas, pero ha de ocuparse en la expansión del Reino con todo lo que esté en su mano hacer desde ahora: Dé su tiempo, oraciones, talentos, economía y dones. Comenzar el recorrido de la vida misionera transcultural sembrando su vida para la gloria de Dios le garantiza vivir de primera mano la provisión milagrosa, pues el abundante amor de la iglesia florecerá a su favor y podrá ver las puertas más pesadas abrirse delante suyo.

Todas estas observaciones son respuestas a preguntas que tienen un factor en común: Son preguntas que se hacen una y otra vez como excusa para no entrar a las filas misioneras.

Analizar una y otra vez las razones por las cuales no debe ser la persona indicada pueden torturar cualquier mente, pero en el Señor se debe descansar. Posponer para un futuro la decisión esperando señales muy prodigiosas es una equivocación bastante común. Por otro lado, la realidad es que podríamos estar llenando la agenda de ocupaciones vanas para intentar menguar el fuego qué sentimos al servir a Cristo. Dicho esto, he de plantear las preguntas que considero necesarias: ¿Cuánto tiempo podrá cargar el vacío de las actividades superfluas? ¿Por cuánto tiempo se puede soportar apagar la verdadera pasión del corazón? ¿Cuántas nuevas experiencias o metas se han de perseguir para llenar nuestras vidas e ignorar el llamado? Estas incógnitas solamente alcanzan una respuesta individual en cada corazón, tome valor y búsquelas incansablemente en la comunión diaria con Dios. Le aseguro que Dios tiene una respuesta.

Dios aún sigue llamando a las misiones transculturales, no para mirar cómodamente a la distancia, sino para sumergirse completamente en la obra.  Tomemos parte, orando con fervor, comprometiendo la economía, dones y talentos al extendimiento del Reino con la certeza de un pago de valor incalculable en el Reino venidero.  Una advertencia final: la paz, gozo, plenitud, cercanía con el Espíritu y el amor rebosante que experimenta aquel que pone un pie en el sendero de la vida misionera hará imposible que regrese a ser quien se era antes. La realidad del mundo no alcanzado y la urgente necesidad del Reino de Dios en cada etnia y cultura del mundo transformará su cosmovisión para siempre. Tome ya la decisión, si quiere aprender a nadar sólo hay un camino: ¡Sumérjase!

 

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