Por Jorge Canto Hernández
El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia.
El sacerdote Elí tiene fama entre los personajes del Antiguo Testamento. Buena y mala fama. Su mala fama se debía al mal testimonio de sus dos hijos, Ofni y Fines, quienes en realidad eran unos perversos, pues fornicaban con las mujeres que servían al altar y vivían aprovechándose de las ofrendas de las cuales abusaban sin ningún temor. Era tan mala la fama de los muchachos que había un dicho entre el pueblo de Israel respecto a ellos: “ben Elí-ben Belial”, “hijos de Elí, hijos de Belial”, que equivaldría a decir: “hijos de Elí, buenos para nada, inútiles” (1 Sa.2:12).
La Biblia es clara en este caso, el pecado de los dos jóvenes sacerdotes era tan malo que Dios castigó a Elí con la muerte de ambos, y, además de reprender su falta de autoridad sobre ellos, Jehová le sentencia con la pérdida de su ministerio sacerdotal y le señala que vendría otras grandes catástrofes a su casa (1 Sa.2:27-36). Dios le echa en cara a este viejo sacerdote que nunca fue firme ni corrigió a sus hijos, los dejó deformarse ante sus ojos y nunca los castigó como se debería.
Todo esto nos lleva a pensar entonces, ¿cuál sería la buena fama de Elí? Simplemente que fue el sacerdote que modeló al gran profeta Samuel. Esto es cierto, puesto que la madre de Samuelito, Ana, había hecho una promesa demasiado alocada, de entregar al servicio de Jehová al niño que le diera a su estéril vientre. Esto no era correcto, puesto que los padres deben cuidar a sus hijos, no abandonarlos por una promesa desarticulada de lógica. Sin embargo, en esta ocasión, el pobre niño que veía a su madre irse, dejándolo solo, tuvo la bendición de contar con un amable Elí que lo cobijó y que le dio educación.
Elí, el sacerdote sentenciado al fracaso y la execración por culpa de su mal liderazgo paterno en realidad se convirtió en un mentor impresionante. El niño Samuel creció con un perfil tan íntegro que se nota no fue casualidad, sino que tenía a alguien que lo dirigía en su educación y ese fue Elí. Los padres venían cada año con una túnica nueva para Samuelito (1 Sa.2:19) y era cuando lo saludaban, pero el que estaba con el niño era el fracasado de Elí, quien hizo un gran trabajo con el jovencito, pues la Biblia no escatima elogios al comportamiento del niño: “y el joven Samuel iba creciendo, y era acepto delante de Dios y delante de los hombres” (1 Sa.2:26).
¿Qué sucedió con Elí, quien falló con sus hijos pero con Samuel fue un gran mentor? La Biblia nos da un vislumbre: “Y Elcana se volvió a su casa en Ramá; y el niño ministraba a Jehová delante del sacerdote Elí” (1 Sa.2:11). El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí” (1 Sa.3:1). El secreto consistió en que ahora el sacerdote estuvo cerca de su alumno, del mentoreado. Cuando la Biblia dice que “delante de Elí” es como si dijera: “bajo la tutela de Elí”, “con la aprobación de Elí”. La cercanía con un pupilo es muy importante para impactar su vida de manera positiva. Lo que nunca, seguramente, Elí hizo con sus hijos, los dejó ser, sin evaluarlos, castigarlos ni corregirlos. La proximidad permite corregir a tiempo, animar en el momento preciso y, sobre todo, modelar a un buen hombre para Dios.
Elí nos muestra que algunos mentores pueden haber fracasado como padres, pues sus hijos andan por caminos lejanos a Dios, dan de qué hablar y dañan el buen testimonio de la familia o iglesia, pero, además, Elí nos muestra que no por ello un siervo de Dios quedó inservible, sino que se puede mentorear con éxito a los nuevos ministros que vienen creciendo y que necesitan a alguien que tenga el amor y la paciencia para iniciar un gran proyecto en esas vidas. Ser mentor a pesar de uno mismo, de los fracasos anteriores, de las fallas anteriores es posible. Samuel se convirtió en una leyenda viviente, incluso se dice en las Sagradas Escrituras que: Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras (1 Sa.3:19). El éxito de este joven profeta, además del gran respaldo del Señor y la sensibilidad que tenía Samuel con el Espíritu Santo fue que tuvo alguien que lo modeló y que lo perfeccionó con gran precisión, y ese fue Elí.
Esta historia nos enseña que no debemos menospreciar a un hombre de Dios, aunque haya fracasado como padre o en algún otro proyecto, siempre es posible aprovechar sus experiencias anteriores a favor de la obra de Dios. Así mismo, el propio mentor, el que se siente desdichado por los fallos de su prole, puede levantarse y ayudar de verdad a otros a ser siervos del Señor de gran calidad, pues, quizá, el fracaso les abrió una visión que, de otro modo, jamás hubieran logrado.