Por Edgardo Muñoz
[dropcap]U[/dropcap]no de nuestros distintivos pentecostales se constituye por los dones del Espíritu. Todos estamos de acuerdo que los dones son la intervención sobrenatural de Dios por medio de los creyentes. Sin embargo, el desconocimiento de su propósito primordial, dinámica en su uso y manera en que funcionan, hacen que su aprovechamiento sea limitado. Asimismo, la práctica desproporcionada y monotónica de algunos dones genera en nosotros un concepto distorsionado que concluye en el abandono de su uso adecuado.
Este es el caso de las palabras de sabiduría y de ciencia. Tales expresiones fueron famosas en un ministerio televisivo que, sin dejar de cumplir una maravillosa tarea evangelística, condujo a un encasillamiento que no hizo justica a la amplia función de estos dones. ¿Cómo evitar la caída en excesos, sin desaprovechar tanta riqueza de Dios a nuestra disposición?
Antes de enfocarnos en estas magníficas capacidades sobrenaturales, necesitamos ubicar a los dones en su debido lugar en cuanto a su propósito y uso. Si bien los términos griegos que se traducen como don, coinciden en que se trata de un regalo o dádiva de gracia, no son los “regalitos” que recibíamos cuando éramos niños, los cuales nos convencían de cuánto nos amaban quienes nos los hicieron. Los conceptos infantiles de lo que es un regalo no ayudan, porque con mucha frecuencia recibíamos obsequios de carácter recreativo, lo que no es el caso de los dones.
Los dones son herramientas sobrenaturales (y no siempre paranormales) que el Espíritu Santo nos proporciona, para el eficiente ejercicio de nuestro ministerio.
Enviar a un trabajador a realizar una tarea sin herramientas, además de ser una crueldad, significa ponerlo en desventaja respecto al trabajo y hacer muy dificultosa su tarea. Análogamente, para poner a un obrero a realizar la obra de Dios, sin las herramientas de Dios, sería tan cruel como mandar clavar un clavo en la pared con un alicate. Cuando un gobierno envía a un soldado a la guerra, le provee de un uniforme, armas y otros pertrechos. No se le cobra, se le “regala” temporalmente, para que cumpla con su deber.
Los dones, en ese sentido, son medios de gracia del Señor, que nos permiten desarrollar su obra con sus herramientas. El Espíritu Santo que habita en nosotros, es Dios, por lo que actúa con omnipotencia. En consecuencia, si tenemos al Espíritu en nuestro ser, contamos con el potencial para cualquier don o herramienta sobrenatural. Todo depende el tipo de tarea que desarrollemos en el cuerpo de Cristo. Un maestro en la iglesia del Señor, probablemente no necesite la herramienta de las sanidades, ya que esta funciona mejor en la predicación del Evangelio. En cambio, la capacidad de enseñar las verdades espirituales de modo que los creyentes las asimilen a sus vidas es un buen equipamiento para cumplir con el ministerio. Aquí yace la razón por la que Pablo insta a “procurar” los dones mejores, que no son otra cosa que los más apropiados para la función que desarrollamos. De esta manera habrá dones que un cristiano emplee con mucha frecuencia, otros de manera esporádica, y finalmente algunos que nunca, o casi nunca necesitará utilizar.
En consecuencia, deducimos que hay dones que son para todos los creyentes, como las lenguas, por servir para la edificación personal, y otros sólo para algunos, como el martirio. De poner en extremos opuestos ambas manifestaciones, de acuerdo con la popularidad de su uso, obtendremos una escala gradual, en la que hallaremos capacidades sobrenaturales que se deberían tener más en cuenta por la mayoría de los creyentes.
Para concluir con estos preliminares, deberíamos considerar que, de ninguna manera se puede rotular a los dones, y encasillarlos con una etiqueta determinada. No hay una lista fija de dones, tampoco un glosario, mucho menos una definición exhaustiva para cada don. Intentar la ubicación de los dones en un casillero estático sería tan pobre como encerrar a toda la Deidad en nuestros libros de teología.
[dropcap]T[/dropcap]al pensamiento nos libera de clasificaciones primitivas y de eternas discusiones acerca de las diferencias entre la profecía, la interpretación de lenguas, la palabra de ciencia, la palabra de sabiduría, la revelación y manifestaciones parecidas. También nos ayuda a ampliar nuestra concepción de un don, cuando su operación difiere de lo tradicional. Si bien, desde que Dios permitió a Adán poner nombres a lo creado, nos encanta poner rótulos a cada cosa, deberíamos aceptar que es muy difícil clasificar de manera estricta con un sustantivo a cada actividad sobrenatural. A veces no es tan importante saber cómo se llama una herramienta como el reconocerla y saberla usar con destreza. Por otra parte, se elimina el concepto de que, donde hay un talento no hay lugar para un don y viceversa. Más bien se debería incorporar la idea de la interacción de ambos aportes, y que un don también puede potenciar a una habilidad aprendida o a un talento natural.
Una vez establecidos los conceptos anteriores nos hallamos en condiciones de describir a los dones de palabras de sabiduría y de ciencia.
Ambas manifestaciones espirituales van precedidas por el vocablo “logos” (palabras de…), lo que puede interpretarse como asuntos, conceptos, discursos, enseñanzas, mensajes. Más allá de los posibles significados, la anteposición de “logos” antes de ciencia o sabiduría, nos deja una imagen muy clara de que se trata de acciones eventuales y no cualidades permanentes. Quien ejecuta un mensaje de sabiduría no será necesariamente un sabio, como tampoco quien recibe el conocimiento extraordinario de un asunto oculto, cuenta con la capacidad sobrenatural de saberlo todo, aún qué equipo de la liga ganará el próximo campeonato. En síntesis, se trata de acciones que se manifiestan en los momentos de necesidad en los que Dios busca intervenir.
Definimos sabiduría (gr. sofía) como inteligencia, conocimiento, discernimiento o prudencia. Es la capacidad para entender y actuar de manera sabia en determinados asuntos. El Nuevo Testamento emplea el vocablo para referirse a la manera de actuar de Salomón (Mt. 12.42). Un breve pantallazo de las acciones de Salomón pone en relieve que la sabiduría del monarca se relacionaba con la resolución de conflictos y problemas cotidianos o de trascendencia. También consejos para la vida tan valiosos que de lejos acudían para escucharlos. Proverbios y Eclesiastés son un verdadero compendio de sabiduría práctica. También se cita tal virtud relacionada al aspecto en el que Jesús crecía desde su niñez hasta el ejercicio de su ministerio (Lc. 2.40). Los diáconos requerían sabiduría para tener un buen criterio sobre la distribución de los recursos (Hch. 6.3). Esteban debía disputar contra los libertos, que se le oponían en todo, pero estos no lograban refutarlo por la sabiduría con la que hablaba (Hch. 6.10).
Esteban mismo explica que José tuvo sabiduría ante Faraón (Hch. 7.10). Tal cualidad le permitió el saber convencer a Faraón de las acciones necesarias por la emergencia, pero también lograr su aprobación para otras decisiones también sabias. Llama especialmente la atención lo que el apóstol Pablo dice a los Efesios en 3.10 al referirse a la sabiduría divina como “multiforme sabiduría de Dios” (he polipoikilos sofía tou Theou). En esta cita manifiesta que la sabiduría de Dios es multifacética. Por lo tanto, no deberíamos limitarnos a un determinado formato en las diversas evidencias de la sabiduría Divina. Santiago nos instó a pedir sabiduría de Dios (Stg. 1.5), por lo que necesitamos vivir sabiamente entre los incrédulos (Col. 4.5).
Para resumir lo que es la sabiduría, podríamos destacar que la sabiduría se relaciona con la toma de decisiones, de tal manera que se obtengan los mejores resultados dentro de la voluntad de Dios. Pero no olvidemos que el don de “palabra de sabiduría” es una acción eventual, que no reposa sobre el creyente, sino que se manifiesta en el momento en que se la requiere. Hch. 15.13-21 relata cómo Jacobo guió al consenso de los apóstoles acerca de qué hacer con los gentiles que se incorporaban a la iglesia. Sin dudas se trató del don de palabra de sabiduría, ya que Jacobo no tenía una participación destacada en los asuntos de la iglesia, en cambio, su propuesta en este concilio hizo que sus colegas la vieran como una acción del Espíritu Santo.
Recordemos que la palabra de sabiduría se manifiesta como un evento de intervención divina mediante un siervo de Dios, quien no se exime de decir la peor necedad al acto seguido. No obstante, la palabra de sabiduría ayuda al siervo de Dios a dar buenos consejos y con resultados exitosos a los necesitados, permite que un problema sin resolver en el curso de una congregación, halle la salida, facilita una adecuada mediación en medio de opiniones contrapuestas, contribuye a actuar con prudencia y a poder administrar adecuadamente la obra de Dios.
Las dificultades aumentan en la correcta concepción del significado de la palabra de ciencia (gr. logos gnoseoos). Como en el caso anterior, no se trata de un estado permanente de revelaciones a capricho del que las realiza, sino de manifestaciones que surgen eventualmente, y siempre de acuerdo con la voluntad de Dios.
“Ciencia” viene de la raíz griega ginoskoo que equivale a aprender, saber, entender, y significa “conocer”. Para el pensamiento helénico, este verbo posee un sentido puramente intelectual, mientras que para la cultura semítica se relacionaba con el saber experimental, adquirido por medio de una experiencia. En la Septuaginta, por dar algunos ejemplos, el verbo se emplea innumerables veces como saber (el bien y el mal, Gn. 3.5), también como “advertir” (…y conocieron que estaban desnudos… Gn. 3.7), eufémicamente, como tener una relación íntima (Conoció Adán a su mujer… Gn. 4.1), reconocer (Entonces conoció Manoa… Jue. 13.21), informarse, enterarse (… e informaos… 1S. 23.23).
[highlight color=»yellow»]En el Nuevo Testamento, ginoskoo puede significar: “hallar la manera” (Lc. 1.77).[/highlight] En Romanos 11.33 se emplea el término para aludir a la omnisciencia de Dios. También podría llamarse “conocimiento o ciencia” al dominio sobre un determinado tema. Otra manera en la que el Nuevo Testamento emplea gionoskoo tiene que ver con la comprensión, entendimiento o sentido de lo lógico, como, por ejemplo Ef. 3.19. A veces el término se extiende a la verdad de Dios en todo el amplio sentido (Col. 2.3). Curiosamente 1Pe. 3.7 se refiere a vivir con las esposas con entendimiento o comprensión de su naturaleza.
En definitiva, el don de palabra de ciencia consiste en conocer lo desconocido, saber lo que no se suele saber, por lo que se relaciona estrechamente con “revelar.” Saber lo que naturalmente no se puede saber es conocer algo que está naturalmente oculto. El idioma griego nos proporciona una palabra muy significativa para ocultar, cubrir o esconder algo: kalypto, que a su vez se emplea para referirse al velo que Moisés se puso al descender del Sinaí (2Co. 3.12-16). A su vez, sacar a luz algo oculto, en griego es: apokalypto, que literalmente significa correr el velo, descubrir, “revelar”.
En Mateo se menciona apokalypto tres veces, cuando Jesús ora y dice que el Padre ocultó la gracia de (literalmente la encerró) a los sabios y entendidos (inteligentes) y la “reveló” a los niños. También Jesús se muestra como el que decide a quién quiere “revelar” al Padre. Finalmente, la declaración de Pedro, que Jesús era el Cristo, era producto de una “revelación” de Dios.
1 Corintios 2.9-10 arroja muchísima luz al citar a Isaías y hablar de cosas que nunca fueron conocidas por el humano, pero que Dios preparó para los que lo aman. Inmediatamente añade: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu.” Pablo relata algunos pormenores de su conversión diciendo que: …cuando agradó a Dios… “revelar” a su hijo en mí… (Gá. 1.15a, 16a) explicando de esa manera la aparición de Jesús, camino a Damasco.
Otros empleos relacionados a “revelación” son: “descubrimiento” (Lc. 12.2), manifestación en gloria (Lc. 17.30), la gloria venidera que se manifestará en nosotros (Ro. 8.18), el misterio de la gracia dado a conocer (Ef. 3.1-5).
No podemos olvidar el inicio de Apocalipsis, que simplemente dice: “La revelación…”. Por excelencia, el libro de Apocalipsis deja un paradigma sobre lo que es la revelación: “Aquello que, estando oculto al ser humano común, Dios quiere mostrar a sus siervos, para cumplir con su plan.”
Palabra de ciencia y revelación son dones semejantes y podrían ambos términos comportarse como sinónimos. Sin embargo, observamos que en 1Co. 14.6 se enumeran ciencia y revelación como dos acciones distintas y separadas. Un vistazo superficial pareciera enseñarnos que no se trata de sinónimos. La respuesta se halla en que Pablo no se refiere exclusivamente a manifestaciones sobrenaturales, ya que una cosa es la palabra de ciencia (revelación) y otra la ciencia de Dios (conocimiento de los misterios revelados de Dios). En el primero de los casos se trata de revelaciones eventuales e inmediatas de Dios, acerca de un determinado asunto, mientras que, en el segundo caso, se trata del conocimiento de Dios, su verdad, su gracia y demás. Casi al finalizar el capítulo, Pablo expone algunos dones y otros elementos de la siguiente manera: “¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación.” (1 Co. 14:26). La omisión de palabra de ciencia entre otros dones quizás despeje la idea que, palabra de ciencia y revelación son lo mismo.
El discernimiento de espíritus también se relaciona con la palabra de ciencia. Es más, el discernimiento de espíritus es una palabra de ciencia orientada a las intenciones, ánimos y motivaciones de las personas, a fin de proteger al Cuerpo de Cristo. Si se quiere, también la profecía podría ser un tipo de palabra de ciencia, donde consolamos, edificamos y exhortamos de una manera que satisface milagrosamente las necesidades del momento.
Como podemos ver, la palabra de ciencia abarca todo lo que el Señor, de acuerdo con sus propósitos, nos permite saber sobre determinadas situaciones o problemas. Es como correr una cortina y comenzar a ver con mayor claridad un panorama determinado.
Al hablar de palabra de ciencia en la actualidad, deberíamos pensar en cosas, verdades, situaciones, realidades, eventos inmediatamente futuros, y hasta intenciones que Dios nos desea mostrar para tomar precauciones, hacer, o dejar de hacer algo, estar tranquilos, o cualquier otra decisión que nos encamine al centro de la voluntad de Dios. Cuando un pastor necesita planificar el curso de su congregación, cuando se deben tomar decisiones respecto a la construcción de un templo, cuando se aconseja a una persona, y otras innumerables ocasiones más, la palabra de ciencia sirve de óptima herramienta. También para enseñar una verdad bíblica, e incorporarla a la vida cotidiana.
En la introducción se habló que el encasillamiento de los dones según sus nombres no hace justicia al poder de Dios. Tal es el caso de las palabras de sabiduría y ciencia. Nunca nos sujetemos a un determinado formato, jamás esperemos la intervención de Dios de un solo punto cardinal. La gracia de Dios es polifacética, es tan multiforme que, al igual que un arco iris, no se puede distinguir el cambio de un color a otro. Estos dones, combinados o mezclados con otros más nos permiten predicar con mayor efectividad, aconsejar con certeza, participar de reuniones administrativas con decisiones acertadas, anticiparnos a posibles circunstancias futuras y hasta elaborar excelentes estrategias de trabajo. ¡Tenemos al Espíritu Santo! Simplemente actuemos con autoridad y denuedo, confiando que el Señor nos dotará de la herramienta espiritual adecuada para la actividad que nos toque en el ministerio.