El Proceso de Conformación del Canon del Antiguo Testamento: Inspiración, preservación y difusión de los textos sagrados

Por José M. Saucedo Valenciano

 

El libro sagrado que rige nuestra fe y conducta y que tanto disfrutamos ahora es resultado de las operaciones del Espíritu Santo en la inspiración, preservación y difusión de los textos. Es también producto de la diligencia de los santos hombres de Dios que se consagraron a la redacción, publicación y recolección de la historia, la ciencia, la sabiduría y la profecía de las intervenciones divinas. La dirección del Todopoderoso y la inteligencia humana hicieron posible la conformación del conjunto de escritos que constituyen el canon autoritativo de la fe hebrea, así como de la cristiana.

El establecimiento del canon es un proceso dirigido por el Espíritu Santo sobre los hombres que determinaron reconocer los libros que procedían de autores inspirados por Dios y tenían un mensaje y contenido autoritativo para su pueblo, que debían ser estudiados como Escrituras Sagradas y elevados en su reverencia sobre los demás volúmenes proféticos o rabínicos que existían en la antigüedad. Los factores principales para declarar a un libro canónico son, pues, en primer término, la inspiración, y en segundo la autoridad. En la Biblia se integraron los documentos que exhibieron este binomio de causa y efecto.

En ningún momento la canonicidad determina la inspiración; más bien, lo contrario es cierto. Los concilios de eruditos reconocen la procedencia divina de un libro; no le aportan autoridad, sino rinden honor a su esencia espiritual. El proceso de análisis y escrutinio a que se someten los escritos sagrados no es para otorgarles superioridad; tiene que ver mayormente con la intención de percibir la autoridad y el poder de aquellos que poseen la fuerza iluminadora y transformadora de la verdad de Dios. No es el juicio humano el que decide si un documento entra en el catálogo de las Santas Escrituras, sino el sello del cielo estampado por la mano del Todopoderoso el que posiciona sus obras como normativas para la fe y la conducta de su pueblo. Tiene que ver la sanción de los sabios más con la operación providencial del Espíritu del Creador, el cual potenció la inteligencia y el discernimiento de los eruditos para que pudiesen identificar los volúmenes auténticos que debían integrar la Biblia.

Por orden divina se originó la redacción de sus leyes y revelaciones a Moisés, se instruyó la custodia de estos documentos a los sacerdotes y levitas y se mantuvieron resguardados junto al arca del pacto en el Lugar Santísimo (Deuteronomio 31:24-26). Este sistema de protección y santificación de las letras sagradas se mantuvo después de la construcción del templo salomónico. Así lo comprueba el hecho de que cuando por orden de Josías se realizaron labores de reparación en la casa de Dios el sumo sacerdote encontró el libro de la ley divina, el cual entregó de inmediato al escriba Safán, quien lo revisó y después lo leyó en presencia del monarca, el cual mostró enorme reverencia y humillación ante los textos inspirados (2 Reyes 22:8-11).

Desde la Majestad en las alturas se ordenó la copia de la ley mosaica para que se mantuviera como instructivo de los príncipes gobernantes y reyes que se sentaban en los tronos de Israel (Deuteronomio 17:18, 19; Josué 1:7, 8; 2 Reyes 22:10-20). Tanto en el ámbito religioso como político se sostenía la teocracia a través del fundamento de la palabra inspirada por el Espíritu Santo. Providencialmente se encargó la preservación de los libros santos en los líderes y príncipes de la nación del pacto.

La necesidad de la conformación del canon del Antiguo Testamento por cuestión de discernimiento

A la par de la redacción y el estudio de las obras de autores inspirados, surgieron libros que también alcanzaron difusión entre el pueblo del pacto. No pocos autores difundieron sus escritos y aunque ninguna obra había de despreciarse a priori, se hacía necesario distinguir entre los documentos normativos, de contenidos autorizados para la instrucción del pueblo, edificantes para la fe de los israelitas, de origen divino y fuerza transformadora; en contraste con los que eran de menor relevancia y dignos de estudio sin reverencia. Se trataba en principio de una labor de discernimiento.

Entre los libros mencionados en la Biblia que no aparecen como tales en el canon del Antiguo Testamento se anotan los siguientes:

  • El libro de las batallas de Jehová (Números 21:14)
  • El libro de Jaser (Josué 10:13; 2 Samuel 1:18)
  • El libro de los hechos de Salomón (1 Reyes 11:41)
  • Los 3 mil proverbios de Salomón y sus 1005 versos, además de sus disertaciones sobre botánica y biología (1 Reyes 4:32, 33)
  • Libro de las historias de los reyes de Israel (1 Reyes 14:19)
  • Las crónicas de los reyes de Judá (1 Reyes 14:29)
  • Los hechos de Samuel vidente (1 Crónicas 29:29; 2 Crónicas 9:29)
  • Crónicas del profeta Natán (1 Crónicas 29:29; 2 Crónicas 9:29)
  • Crónicas de Gad vidente (1 Crónicas 29:29)
  • La profecía de Ahías silonita (2 Crónicas 9:29)
  • Profecía del vidente Iddo contra Jeroboam hijo de Nabat ( 2 Crónicas 9:29; 12:15)
  • El libro del profeta Semaías (2 Crónicas 12:15)
  • El libro del vidente Iddo el vidente en el registro de las familias (2 Crónicas 12:15)
  • La historia de Iddo profeta (2 Crónicas 13:22)
  • Las palabras de Jehú hijo de Hanani (2 Crónicas 20:34)
  • Historia del libro de los reyes (2 Crónicas 24:27)
  • La historia de Uzías escrita por Isaías hijo de Amoz (2 Crónicas 26:22)
  • Los hechos de Josías escritas en las palabras de los videntes (2 Crónicas 33:19)
  • Las palabras de los videntes (2 Crónicas 33:18)
  • Las lamentaciones de Jeremías en memoria de Josías  (2 Crónicas 35:25)
  • El libro de la profecía de Enoc (Judas 14)

Aparte de estas obras, desde luego que se habían producido otras que ya corrían con seudónimos y como anónimas para el tiempo del retorno del cautiverio. Era necesario, pues, el escrutinio para probar la autenticidad, la pureza y la perfección de las letras divinas. Había que separarlas de las que no alcanzaran a dar la medida requerida para su consideración canónica.

 

El inicio del proceso de conformación del canon del Antiguo Testamento

Se dice que la conformación del canon del Antiguo Testamento pudo haber obedecido a la preocupación de los intelectuales de Israel que veían, sobre todo en ciertas etapas críticas de su historia, un peligro acentuado de la pérdida de su identidad nacional (Guerra 2017). Les dirás esta palabra. P 161). Episodio especial en este sentido es el del retorno del exilio babilónico de los judíos después de un período de casi 70 años de ausencia de la tierra santa, de abandono del culto en el templo y de sometimiento a gobiernos, sistemas, lenguas y culturas bastante distantes a los de la nación del pacto (Esdras 10; Nehemías 8:13-18; 9:38-10:31; 13).

Se relaciona también la intención de la definición del canon del Antiguo Testamento con el hecho de que abundaban los volúmenes de literatura que corrían ya entre los estudiosos de lo sagrado, y que en no pocos se encontraron gérmenes de doctrina espuria o aberrante que ponía en peligro la pureza de la enseñanza en el pueblo escogido. La selección tendría una función de discernimiento para diferenciar los auténticos textos producto de la inspiración divina, de aquellos que contenían verdades o principios valiosos, aunque no del nivel de los autoritativos; incluso para excluir de las sinagogas o casas de instrucción ciertos documentos que de plano mostraban errores de aplicación de la ley o aberraciones éticas que pudieran pervertir a los que los recibieran. El riesgo era aún mayor por cuanto tales escritos se difundían con seudónimos que empleaban nombres de profetas reconocidos. Con el tiempo se habló de libros inspirados o canónicos, deuterocanónicos y apócrifos.

Se nota un énfasis específico en la consagración de líderes, sacerdotes y pueblo al estudio de la palabra de Dios. Esdras y Nehemías son los protagonistas de un avivamiento en la ciencia bíblica en el Israel que retornó del exilio babilónico (Esdras 7:6-10, 25, 26; Nehemías 8:1-9:3; 13:1-3). El sacerdote enviado por Artajerjes conformó equipos de eruditos dedicados cien por ciento al escrutinio de la revelación inspirada y en la búsqueda de sentido y aplicación para las familias hebreas, las cuales recibieron con avidez y reverencia la verdad divina.

Con plena conciencia de que la estabilidad de la nación dependía del apego del pueblo a la ley divina, y de que el desapego a la palabra de Dios los llevaría de nuevo al exilio y la servidumbre, se dedicaron los sabios dirigidos por Esdras y Nehemías a poner el fundamento de la restauración sobre la sólida roca de la verdad inspirada (Nehemías 13:17, 18). El magisterio del reformador es reconocido por el pueblo como la autoridad delegada que se encarga de restablecer el orden sacerdotal y levítico en absoluta concordancia con los reglamentos ordenados en la Escritura del Legislador y en los textos de los reyes y profetas (Esdras 7:23-26; 9:1-10:44; Nehemías 10:28-39; 13:1-3).

Poseía Esdras durante el exilio copias de las Sagradas Escrituras, las cuales estudiaba con diligencia y en su viaje a Jerusalén trajo con él los documentos inspirados. Es de ellos que puede leer al Israel congregado la palabra de Dios y a partir de su colección de textos los sacerdotes pueden escudriñar y enseñar al pueblo. Bajo la batuta del experto se implementó todo un sistema de escuela, con un aparato educativo bien organizado, con docentes que tenían acceso directo a la fuente de saberes divinos, con alumnos hambrientos de conocimiento y dispuestos a aprender la ciencia bíblica, con un inspector de primer nivel, avezado supervisor, instructor de los maestros y con rollos abiertos a los ojos de todos los presentes. La plaza pública se transformó en un aula en la que la verdad del cielo se expuso con precisión, amplitud y claridad a los alumnos (Esdras 7:6-10; 25; Nehemías 8, 9 y 13). Por cierto, en el catálogo de volúmenes a los que recurría el sacerdote sabio, se incluía no sólo la ley de Moisés, sino también los escritos de los profetas, los cuales considera como normativos y prescripciones divinas para la nación del pacto (Esdras 9:10, 11). Para el restablecimiento del orden del servicio litúrgico se siguen los estatutos consignados por los monarcas David y Salomón, cuya literatura poseía carácter imperativo y había que seguir lo que mandataban (Esdras 8:20; Nehemías 12:44-46).

Era Esdras un sacerdote adicto al estudio de las letras sagradas, un copista diligente y un experto en su exposición. Su apego a la palabra inspirada le atrajo el favor divino en forma superabundante. Se afirma que la mano de Jehová su Dios estaba con él y que por ello la gracia le abrió puertas de bendición delante del rey al que pidió el permiso para retornar a la ciudad santa (Esdras 7:6). Desde el principio la mentalidad del sabio maestro apuntaban a propósitos trascendentes en su consagración al escrutinio de los textos inspirados. Y sus intenciones contemplaban la erudición, el cumplimiento y la enseñanza de la palabra del Creador en Israel (Esdras 7:10).

El emperador lo reconoce como escriba versado en los mandamientos de Dios y sus estatutos para Israel. Lo recomienda en sus cartas como sabio y erudito maestro en la ley del cielo (Esdras 7:11, 12, 25). Viene el descendiente de Aarón con la misión específica de establecer una escuela de Biblia en Jerusalén para instrucción de su pueblo, y así lo hace (Esdras 7:25). Había sacerdotes que se dedicarían al servicio del templo y la liturgia cúltica; pero decidió el líder que determinados ministros de entres sus colaboradores se dedicarán por completo al estudio y la instrucción de los textos inspirados. De este modo el pueblo cuenta con suficientes enseñadores capacitados y entrenados en la formación y el discernimiento de la nación escogida en los contenidos del pacto del Creador con Israel (Nehemías 8:4, 7-9). Se formó entonces bajo la dirección de Esdras y Nehemías un equipazo de eruditos cuyo entendimiento era bastante y suficiente para iluminar la inteligencia de la gente en las Escrituras (Nehemías 7:9). Se dice que a este colegio de expertos en Biblia se le llamó luego “La Gran Sinagoga”, y a este grupo se le atribuye la obra magna de fijación del canon hebreo.

El oficio de los escribas se encargaba de multiplicar a través de colecciones y copias de los manuscritos de las Sagradas Escrituras. En este orden aparecen los nombres de Esdras y Sadoc en el tiempo del poscautiverio (Esdras 7:6, 11, 12; Nehemías 13:13). Eran cronistas, secretarios, escribientes y educadores del pueblo, y se especializaban en la conservación y preservación de los documentos inspirados. Reyes, sacerdotes, levitas, cantores y rabinos debían contar con textos bíblicos autorizados, y para ello existía la orden de los escribas.

Gracias a la operación providencial del Espíritu Santo al levantar escribas sabios y celosos como Esdras y los miembros de la Gran Sinagoga, para el período intertestamentario se tiene ya un consenso de los libros autoritativos. Por ello se puede realizar una obra magna del nivel de la Septuaginta, la primera traducción completa de los textos bíblicos hebreos al idioma griego. Los 72 rabinos eruditos asentados en Alejandría entregaron el tesoro de la inspiración divina en el lenguaje universal, con el fin de preservar la doctrina y la identidad israelita de sus generaciones que no dominaban el idioma semítico de sus padres.

El arduo y fructífero trabajo de los colegios revisores de los textos canónicos aportó la base sobre la cual se edificaron las estructuras de las escuelas de conocimiento bíblico por las que en los tiempos del Señor los rabinos poseían un texto bíblico completo y con un catálogo bien definido. Así se deduce de los textos tanto de los evangelistas como de los historiadores como Josefo. En los escritos nuevotestamentarios se menciona al Señor citando las Escrituras con expresiones tanto bipartita como tripartita: Moisés o la ley y todos los profetas (Mateo 5:17; 11:13; 22:40; Lucas 24:27), o la ley de Moisés, los profetas y los salmos (Lucas 24:44). Por su parte el autor de Contra Apión expone la consideración de la tradición hebrea para la cual existen 22 obras de literatura sagrada autoritativa (Geisler 1969).

 

Tiempo de reconocimiento de la inspiración en los libros bíblicos

Algunos apuntan el Concilio en Jamnia, a finales del primer siglo como la fecha en que se determinó el canon del Antiguo Testamento. Sin embargo, todo indica que en esa reunión los rabinos eruditos sólo confirmaron, después de una amplia consideración, lo que ya siglos antes se había definido. La verdad es que la integración de las obras inspiradas en un solo volumen no se dio en un acto, sino en todo un proceso que llevó siglos o quizá hasta un milenio. Algunos documentos de inmediato fueron reconocidos y otros lo fueron tiempo después. Pero definitivamente la colección completa fue resultado de ardua labor y estudio por parte de los sabios. Lo que sí tenemos por cierto es que, para los tiempos de Cristo, mucho antes de Jamnia, se contaba ya con el conjunto de libros que conformaban las Sagradas Escrituras que citaron tanto Cristo como los apóstoles (Lucas 24:27; Juan 5:39; Romanos 1:2; 16:26; 2 Timoteo 3:15).

La mayoría de los libros canónicos fueron reconocidos por eruditos y pueblo como palabra de Dios no mucho tiempo después de su redacción. La autoridad espiritual, el testimonio y la influencia de sus autores y la calidad profética o sapiensal de sus contenidos propiciaron la pronta aceptación de su mensaje tanto en los gobernantes, los sabios y el pueblo (Geisler 1969). Los que de inmediato cobraron relevancia como palabra ordenada por el Señor fueron los documentos mosaicos. Y sobre el fundamento de esa revelación dada al Legislador se construyó una plataforma firme para las sucedientes obras que tenían el sello de la inspiración divina.

Los escritos mosaicos gozaron de reconocimiento de sacralidad en sus letras desde el mismo origen. La ley que él publicó se puso bajo custodia de los sacerdotes y levitas en el Santuario de inmediato. Príncipes y gobernantes tenían orden de meditar en la palabra inspirada continuamente (Éxodo 24:4-7; Deuteronomio 31:24-26; Josué 1:7, 8; Daniel 9:2). Además de ello, los sacerdotes y levitas se regían por las normas dictadas por el Todopoderoso a Moisés para el ministerio del santuario. Al orden primero se habían añadido también los estatutos davídicos y salomónicos para las instituciones litúrgicas posteriores (2 Crónicas 23:18; Esdras 8:16-20; Nehemías 12:35, 45, 46).

Los escritos del sucesor de Moisés ocuparon de inmediato un lugar en el libro de la ley de Dios. La inspiración fue asumida desde el principio por el autor y por ello agregó sus palabras a las del Legislador. El pueblo reconoció en todo momento la obra de Josué como sagrada (Josués 24:26).

Los escritos de Samuel fueron recibidos por la congregación de Israel como procedentes del cielo. Su ejercicio múltiple en los oficios de sacerdote, profeta y juez de la nación del pacto lo posicionaron como líder de suprema influencia antes del establecimiento del reino. La precisión de su videncia y el respaldo divino que no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras, le ganaron la fe del pueblo escogido en la autoridad normativa de sus obras, por lo que éstas fueron guardadas en lugar sagrado; o sea, colocadas en la presencia del Señor (1 Samuel 3:19; 10:25).

Las obras de Salomón fueron copiadas y publicadas en el tiempo del rey Ezequías (Proverbios 25:1). Su fama de sabio abrió las puertas para el reconocimiento de sus escritos. El Cantar de los Cantares y Eclesiastés no gozaron de aceptación en el canon de inmediato; sin embargo, prevaleció la fuerza de su carácter inspirado y finalmente ocuparon su lugar en las Sagradas Escrituras.

El libro de las profecías de Jeremías durante el tiempo de Daniel en la cautividad babilónica, prácticamente contemporáneo del autor sagrado, ya era estudiado por los sabios de Israel como documento inspirado. Fue el hijo de Hilcías el más influyente de los videntes del tiempo del exilio y del posexilio. Los siervos de Dios que se mantuvieron fieles durante el destierro tenían en las obras del sacerdote de Anatot una fuente de exhortación y fortaleza, reprensión y esperanza que los alentaba al arrepentimiento y la restauración de la fe. El estadista menciona que consultó en “los libros”, en plural, lo cual es indicativo de que contaba con una colección de documentos especiales para procurar la revelación divina (Daniel 9:2).

Las obras de los profetas primeros y posteriores en su mayoría desde su mismo comienzo fueron recibidas como mensajes del cielo. No siempre el pueblo las apreciaba ni las obedecía, sobre todo en tiempos de grave apostasía; pero al cumplirse las predicciones y los juicios se consideraron voluntad revelada del Creador, y, por tanto, como algo que comprometía y obligaba al pueblo. Los oráculos divinos consignados en la escritura por los santos hombres de Dios llegaron a tenerse en la más alta estima.

La inspiración de las obras de los grandes monarcas de Israel no tardó en ser reconocida. Ellos marcaron la historia del pueblo escogido a través de sus aportaciones al orden, la estética y el engrandecimiento del sistema sacerdotal y levítico que servía en el santuario. En el tiempo en que se restableció el sistema de liturgia con los cantores, se empleaban los textos davídicos y salomónicos para seguir las normas de esta institución de alabanza y adoración (2 Crónicas 23:18; Esdras 8:16-20; Nehemías 12:35, 45, 46).

La versión llamada Septuaginta, traducción del hebreo al griego, que data del tercer siglo antes de Cristo contenía ya prácticamente la colección completa de los libros canónicos. Esto indica que para ese momento ya había fuerte consenso entre los eruditos sobre las obras que se consideraban de procedencia divina.

El Señor Jesús cita la Ley, los Profetas y los Salmos como fuente original de las profecías mesiánicas de la muerte y la resurrección, a la cual debían estar atentos sus discípulos (Lucas 24:27, 44).

 

Criterios para el reconocimiento y la integración de los libros en el canon veterotestamentario

Criterios principales

  1. Autoridad divina

Cada libro debía tener el sello de autenticidad de la inspiración divina. Si sus páginas contenían mensaje normativo, revelación genuina, instrucción suprema serían integrados. Su lectura debía inspirar a la devoción y detonar reverencia. Los sabios eruditos procuraron identificar en los contenidos bíblicos la verdad cuyo origen es el Creador y que su aplicación resultara trascendente e impactara a las generaciones (Nehemías 8:1-12). La comunidad recibe estos documentos como palabra de Dios dada en el pasado con absoluta vigencia para el presente (Deuteronomio 5:2, 3).

 

  1. Autoría profética. Cada libro debía tener como autor a uno de los profetas reconocidos de Israel. Una obra inspirada por el Todopoderoso vendría a través de un siervo del Señor, ungido y autorizado por el Espíritu Santo. Se reconocía la autenticidad de una revelación divina si provenía de la mano de un santo hombre de Dios que hablaba en nombre del Creador o a través del cual éste se manifestaba. De hecho, la naturaleza profética de un documento le abría la puerta con mayor facilidad que la de carácter poético o histórico (2 Reyes 17:13; Esdras 9:10, 11; Daniel 9:10; Zacarías 7:12).

 

  1. Contenido ortodoxo

Cada libro debía mantener su contenido en el tenor de la revelación dada a Moisés, honrar a los patriarcas, exponer la unicidad y la soberanía del Creador, aportar expresiones que santificaran y glorificaran el nombre divino. Era importante también el aspecto teológico de la elección de Israel y su esperanza y arraigo en la tierra prometida. Las menciones del sábado, las fiestas nacionales, así como la condenación de la idolatría y el abandono de las tradiciones hebreas resultaban importantísimas (Isaías 8:16, 20; Daniel 9:2-13).

 

  1. Efectos en el pueblo

Cada libro debía haber sido recibido, leído y empleado para la enseñanza del pueblo escogido. Se tomaba en cuenta la actitud o respuesta popular ante la fuerza de la expresión de la Palabra, tanto en su tiempo originario como en las generaciones sucesivas. La consideración de la autoridad, el discernimiento o la sabiduría que aportaba el documento de parte de los profetas o los sabios para la instrucción de la congregación (o su inclusión en la liturgia de culto o en la sinagoga), también tenía mucho que ver con la integración del libro al canon (Deuteronomio 4:6-8, 36; Nehemías 8:5-7, 12-18; 10:28-39).

 

Criterios secundarios

  1. Antigüedad

Hay un momento de cierre para la redacción de los documentos inspirados, y existe asimismo un número limitado de hagiógrafos. Ninguna obra redactada después del tiempo de Esdras, Nehemías y Malaquías se tomó en cuenta para la integración en el canon. Ciertos libros del período intertestamentario se estudiaban en las sinagogas, pero no se les consideró nunca como del mismo rango que los autoritativos, sino como una especie de literatura de apoyo o ilustración.

 

  1. Lengua

Sólo los escritos en los idiomas de los padres y los profetas se tomaron en cuenta en el canon. El idioma hebreo, con mínimas inclusiones de versículos en arameo en los autores del cautiverio y poscautiverio (Daniel y Esdras), se consideró el lenguaje sagrado en que Dios habló. Cualquier obra que expresara su mensaje en un alfabeto distinto se rechazaba de inmediato.

 

Conformación del canon hebreo

TANAK es el nombre con el que llaman los hebreos a su Biblia, son las siglas para los tres conjuntos de libros en que se clasifican los 22 volúmenes de la Sagrada Escritura, que nosotros llamamos Antiguo Testamento. Recordemos que el idioma original es 100 % consonántico, y se añaden vocales únicamente para su lectura, pero no en su redacción:

T aplica para la Torah, que es el conjunto de los cinco libros de Moisés, la ley o lo que llamamos Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio).

N aplica para los libros de los profetas, llamados Nebhiim en hebreo. Incluye los documentos de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, éstos llamados primeros profetas; luego integra a los profetas posteriores, como Isaías, Jeremías, Ezequiel y doce profetas menores.

K aplica para los escritos, llamados Kethubhim en hebreo. En esta lista aparecen los libros poéticos, con Salmos, Proverbios y Job; también los cinco rollos o Meguillot, que integra Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Ester y Eclesiastés; y termina con los documentos históricos, que incluyen Daniel, Esdras-Nehemías y Crónicas.

Se atribuye la clasificación y el orden de los libros canónicos a una cuestión de estatus oficial de los autores, dando mayor honor y primacía a Moisés como Legislador y mayor de los profetas, luego a los videntes de segundo rango, y colocando al final los volúmenes escritos por personas públicas que ocuparon posiciones políticas y de gobierno en Israel y los imperios. El factor religioso legal y revelacional toma relevancia por sobre las posiciones reales o principales. Esto apunta a la intención de remarcar la raíz y el tronco del sistema teocrático de la nación del pacto.      

 

Operaciones estratégicas de Esdras y Nehemías que iniciaron con un avivamiento en la palabra de Dios y terminaron con el proyecto magno del canon.

  • Se encargaron de la instrucción del pueblo en la ley de Moisés por medio de los sacerdotes en la gran congregación (Nehemías 8, 9 y 13).
  • Se encargaron de recontar la historia de la redención, empezando desde el Génesis hasta el momento de la restauración de la cautividad de Babilonia (Nehemías 9:6-37).
  • Se encargó de la reinstauración del sistema litúrgico levítico en plena concordancia con la institución ordenada por la ley de Moisés (Esdras 7:7-26; 8:15-20, 24-30; Nehemías 10:32-39; 12:30, 35-466:8).

Se atribuye a los discípulos de Esdras, los hombres de la Gran Sinagoga, eruditos en Biblia y tradiciones judías, la conformación de una asamblea que se ocupó del reconocimiento y la preservación de los libros canónicos de la alianza hebrea. Ellos darían el toque final a la colección que serviría para abundantes copias, traducciones, y versiones que para el tiempo del Nuevo Testamento estudiarían los escribas y rabinos en las sinagogas. Gracias a su labor ardua y magistral ahora disfrutamos de la abundancia de la riqueza del conocimiento que fluye de las letras de la ley, los profetas y los escritos, de cuyas fuentes abrevan los traductores que nos transmiten el mismo mensaje original procedente del cielo, que se transmitió hace más de tres milenios, pero continúa con absoluta vigencia para nuestros tiempos, y no dejará de impactar a las generaciones venideras.

 

Bibliografía

Beinert, Wolfgang. Diccionario de teología dogmática. (Herder. Barcelona:1990).

Fernández, Orlando G. Les dirás esta palabra (Ediciones Paulinas, México: 2017)

Fernández, Pilar y Wagner. Carlos G. Historia de la humanidad vol. 6 Israel y Fenicia. (Arlanza Ediciones, Barcelona: 2000).

Green, W. H. introducción histórica y crítica al estudio del Antiguo Testamento. (Salwson and Co. Printers, St. Louis: 1884).

Harrison, E. F. con Bromiley, G. W. y Henry, C. F. H. Diccionario de Teología (Libros Desafío, Grand Rapids:1999).

Scroggie, W.G. El encanto del Antiguo Testamento. (CLIE. Terrassa:1984)

 

José M. Saucedo Valenciano

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