Reflexiones acerca de las celebraciones del Halloween y Día de Muertos.
Estamos en ese tiempo del año en el que se celebran a nuestro alrededor fiestas relacionadas, sea por entretenimiento o por convicción, con la muerte y/o el mundo de lo oculto.
Estamos hablando del Halloween, en un contexto anglosajón, y del Día de Muertos, en nuestro contexto latino.
En nuestro contexto local, esto se torna en variadas manifestaciones: Desfile de las ánimas, altares del Hanal Pixan, degustación del exquisito Mucbipollo y el pan de muerto, decoraciones y disfraces con motivos ocultistas y entretenidas reuniones familiares o de amigos.
Siempre surge la pregunta si debemos o no tener alguna participación en esto como creyentes en Cristo. Es interesante notar que hay diferentes reacciones a esta pregunta. Para muchos, una respuesta negativa es obvia e imperativa y condenan severamente a los que se atreven a participar en alguna medida. Para otros, hasta hacerse la pregunta les suena ridículo, con tintes de fanatismo y cerrazón. No ven en esto más que un inocente y divertido tiempo de familia, tradición o entretenimiento.
Pero la pregunta prevalece y vale la pena considerar algunos asuntos al respecto. En primer lugar, me gustaría reflexionar que hay varios tipos de participación en estas celebraciones y que es bueno considerar las diferencias entre una y otra. Es decir, no podemos poner a todas las personas en la misma caja, sino hay una especie de matices que hay que considerar.
Encontramos dos grandes categorías en este respecto: personas que celebran y personas que no celebran. Pero no todos celebran por los mismos motivos, ni todos se abstienen de participar por los mismos motivos. Considerar estas diferencias puede ser útil para nuestro análisis y decisión personal al respecto.
Los que celebran
• Celebración Consciente. En esta clasificación están los que tienen convicciones firmes y moldeadas por una cosmovisión pagana de la muerte y el mundo del ocultismo. Es decir, estos sustentan las creencias básicas que se manejan en estas celebraciones y las toman muy en serio. Sería una contradicción de términos llamarnos cristianos y sustentar esta postura.
• Celebración Ingenua. En esta clasificación están los que han tomado algún aspecto de estas fiestas y lo han aislado de sus conexiones espirituales e implicaciones originales, sustituyéndolas por otras que resultan agradables, aparentemente inofensivas y divertidas. Es decir, ya deja de ser una celebración conectada con creencias religiosas y se vuelve un juego, broma, diversión, tradición y tiempo de familia.
• Celebración Rebelde. Son aquellos que, aun reconociendo los orígenes paganos y la conexión ineludible con el ocultismo de estas celebraciones, participan porque se consideran de mente abierta y quieren deslindarse de los llamados cristianos fanáticos. Buscan mostrar que se puede estar peligrosamente en el mundo, sin ser del mundo.
Los que no celebran
• No-celebración consciente. Estos no participan de estas celebraciones porque pueden ver la conexión que tienen con lo oculto y quieren identificarse con la luz en vez de las tinieblas. A la vez, entienden que hay aspectos que en sí mismos, aunque riesgosos, no representan una amenaza directa a su fe; por ejemplo, comer un poco de mucbipollo rodeado de amigos. Consideran también aspectos como el testimonio, el amor al prójimo, la gloria de Dios en todo lo que se hace y la sabiduría santificada para tomar la decisión en cuanto a su negativa a participar.
• No-celebración vacilante. Estos han escuchado los argumentos para no celebrar las fiestas y reconocen en parte su valor, pero aun así tiene cierto aprecio marcado por algún aspecto de la celebración, aunque deciden no participar por considerarlo la acción más segura.
• No-celebración radical. Estos no participan porque lo consideran totalmente una obra de las tinieblas y cualquier acción, incluso comer el mucbipollo, es considerada un acto abominable y reprobable. También hacen señalamientos severos en contra de los que llamándose creyentes tienen algún punto de participación.
¿Cuál de estas categorías nos describe mejor? Por supuesto, esto es sólo una herramienta de análisis para que consideremos que el asunto no es tan simple como pudiéramos pensar. Al mismo tiempo, nos puede desafiar a reconsiderar cosas que damos por sentado.
Al final de cuentas, en lo personal, no participo de estas celebraciones, ni busco de manera intencional identificarme con ellas o promocionarlas, por las siguientes razones:
1. La cultura no es neutral. Podemos argumentar que esto es una tradición o parte de la cultura, y es cierto. Lo que no es preciso es que “cultura” signifique automáticamente, neutralidad. Todo producto de la cultura viene con una carga o tendencia de origen: o hacemos cultura para la gloria de Dios o la hacemos para su deshonra. Estas fiestas en particular fomentan, en serio o en broma, una visión distorsionada de la muerte y del mundo espiritual contrario a lo enseñado en la Escritura.
2. Nuestro corazón es propenso a la idolatría. Esto no sólo puede ocurrir con estas celebraciones, sino con todo aspecto de la creación. Nuestro corazón puede poner cualquier aspecto de la creación como un sustituto de Dios en nuestras vidas. Con mucha facilidad podemos anteponer nuestra diversión, placer, gusto o tradición a la honra del Señor. Debemos vigilar que nuestro corazón no ponga algo como un disfraz, un juego, una calabaza, un maquillaje o un tamal antes que la gloria de Dios. Entiendo que en sí mismo comer un tamal sabroso o esculpir una cara en una calabaza no representa gran problema, pero debemos ser conscientes de la propensión a la idolatría de nuestros corazones y no permitamos que ningún ídolo nos domine, sino sólo el único Dios verdadero que debe reinar en nuestras vidas.
3. El mundo espiritual es real. Estas fiestas son muy atractivas por el aspecto lúdico, divertido o de entretenimiento que ofrecen. Disfrazarse de bruja o andar con la cara pintada como un cadáver despierta la imaginación de chicos y grandes. Esta actitud lúdica hacia lo oculto o lo oscuro le resta seriedad a la realidad del mundo espiritual de las tinieblas. La Escritura nos enseña de la existencia real de los seres espirituales de maldad y queda claro, que no es motivo de risa, broma, diversión o entretenimiento, sino todo lo contrario. Identificarse con la oscuridad es contradictorio para los que son hijos de luz.
4. Tenemos el deber de edificar. Somos llamados a estimularnos al amor y a las buenas obras unos a otros. Lo que yo haga, o no haga, plantea un mensaje para los que me rodean. Este mensaje debe ser bien claro y debe llevar a las personas al señorío de Cristo en sus vidas. Sin ambigüedades debo declarar con mis acciones y palabras quien es el Señor. Muchas veces, debo limitar mi libertad, en casos donde aplique, por buscar la edificación y crecimiento de mi prójimo. El ejemplo que dejo como creyente marca una medida para mi prójimo y sobre todo, para los que vienen detrás de mí.
5. Es una batalla que no vale la pena. Hay cosas por las que vale la pena argumentar y defender a capa y espada, y ésta no es una de ellas. Para qué defender la práctica de algo que no sólo tiene un origen pagano y proviene de una visión contraria a la Biblia, sino que, aunque sea por diversión, tiene claros nexos conceptuales y prácticos con el mundo de las tinieblas. Para que desgastarse argumentando cada año en defensa de estas prácticas. Hay batallas más importantes para enfrentar. Por lo tanto, es mejor dejar de tratar de redimir estas fiestas tan paganas y ocuparnos en mejores asuntos.
En fin, ésta no es, por supuesto, la última palabra sobre el asunto. Pero espero que estas reflexiones personales puedan ser de edificación, crecimiento y ánimo en tu caminar con Cristo. ¡Sirvamos al Señor con alegría y perseverancia!