Las acompañantes indeseables de una noche
Zarpamos desde el puerto de Mazatlán a la Isla María Madre en el viejo barco llamado «Zacatecas», no sé si databa de la primera o de la segunda guerra mundial, pero el caso es que era un barco carguero viejísimo en el cual llevaba hacia la isla víveres, tanques de gas butano, materiales de construcción; nos acomodamos en donde pudimos y me tocó dormir arriba de unos costales de cebolla, no hubo otro lugar para mí, (lo bueno es que no iba a una fiesta) en el sótano transportaban a los presos más peligrosos sacados de las cárceles de todo el país para cumplir sus sentencias en esta cárcel federal.
Nos alejamos del puerto, la noche estaba completamente obscura, noche sin luna y solamente dos focos con luz mortecina alumbraban un poco la cubierta del barco, Ya en plena obscuridad sentí que algo pasaba a cada uno de mis costados, pero en un momento dado pasó sobre mi cuerpo, prendí mi pequeña lamparita de mano, oooh sorpresa…lo que pasaba no solamente a mi lado sino sobre mi cuerpo eran unas indeseables acompañantes que molestaron toda la noche, ratas, muchas ratas, la noche se me hizo larga, hasta que por fin aparecieron los primeros rayos del sol y desaparecieron aquellas asquerosas acompañantes.
Superamos esta terrible experiencia el saber que el «Divino Compañero del camino» iba con nosotros y que fuimos como portadores de la luz del Evangelio para aquellos hombres y mujeres que decidieron vivir en tinieblas y fueron castigados y aislados de la sociedad, pero el Salvador del mundo vino desde el cielo para buscarlos y salvarlos. Dios bendiga a estos ocho varones de nuestra iglesia que me acompañaron en este primer viaje misionero a las Islas Marías.
Ya estando en la isla alguien sugirió comer iguana pero nos hablaron de tamales de marido, ¿tamales de marido? De eso les contaré la próxima semana.
