De tiempo en tiempo se escucha la noticia de que en algún lugar del mundo se manifestó un avivamiento.
Algunos se identifican por la ubicación geográfica en la que se desarrollan, así conocemos los avivamientos de Argentina, Corea, Toronto, Pensacola o Almolonga. Otras ocasiones se relacionan con el nombre de la principal característica o manifestación espiritual que destaca, luego escuchamos del avivamiento que destaca, luego escuchamos del avivamiento de la risa o de la santidad, también del avivamiento pentecostal.
Cada uno de los movimientos espirituales que dominaron su época ha despertado el fervor de los fieles y atraído a creyentes de todo el mundo que están anhelantes de experimentar una bendición tal que los lleve a niveles extraordinarios de comunión con Dios y consagración a un servicio absoluto al Señor.
Uno de los mayores misterios es que todos los movimientos revolucionarios en el ámbito espiritual tienen fecha de caducidad. La mayoría de los que han surgido últimamente pasan con cierta rapidez. El más prolongado, quizá ha durado una década o poco más. Es posible que en muchos casos luego degenere en un recuerdo que hace que las iglesias que lo vivieron traten de imitar, hasta donde se pueden, las manifestaciones. Incluso hay quienes viven siempre reprochándose la pérdida del fervor, y el recuerdo del avivamiento les sirve como factor que remueve las entra- ñas y provoca remordimiento.
Cada uno magnifica su experiencia en menoscabo de los demás. Para cada ministro o creyente que vivió la revolución del avivamiento en su congregación, nada se le compara.
Todo ministro y congregación que ama a Cristo anhela un mover poderoso del Espíritu Santo en su vida. No hay quien no procure que el Señor avive su obra en medio de los tiempos. De hecho en ocasiones se busca con desesperación. No son pocos los que han cedido a la tentación de abrir las puertas de la iglesia a todo tipo de prédica, enseñanza o ministración con tal de permitir que el avivamiento venga de alguna parte. Muchas congregaciones se han visto afectadas por personas que, con la excusa de tener poder de llevar avivamiento donde quiera que van, luego despojan a la gente y desaparecen sin dejar más que una amarga experiencia.
Debemos tener cuidado en la búsqueda de un avivamiento. Es bueno que lo deseemos y procuremos, pero siempre hemos de tener el espíritu presto para discernir la diferencia entre lo que es de Dios y lo que no. Hemos de poner entera concentración en cuidar que nuestra gente experimente un avivamiento del poder de Dios en el marco del orden y la edificación sana. Y por eso hemos de luchar hasta donde sea posible.
Analicemos las características de un verdadero avivamiento conforme al ejemplo que emana de las historias y la doctrina de las Sagradas Escrituras.
Que glorifique el nombre de Jesús
No se trata de que determinados nombres de ministros o congregaciones se vuelvan famosos. Es cierto que esa es una consecuencia casi inevitable en los avivamientos, pues siempre sobresale algún líder espiritual que encabeza el movimiento. Sin embargo, no debe existir la tendencia a la megalomanía que convierte a los predicadores en superhombres o mujeres que tienen ministerios superungidos, al grado que se convierten en modelos o en figuras inalcanzables, semiglorificadas para todos los demás.
Lo ideal es que Jesucristo sea el nombre que resuene en la boca de los que protagonizan el avivamiento y sus espectadores. Es Dios el que debe recibir absoluto honor y al Espíritu Santo se ha de otorgar todo el crédito por las operaciones sobrenaturales en el despertar de los creyentes y la salvación de los perdidos. El Salvador tiene que ser entronizado y ningún nombre ha de hacerle competencia.
Ni siquiera los ángeles del cielo, con toda su perfección y su poder, se consideran más que siervos de Jesucristo. Ellos con toda humildad se presentan como indignos de recibir la mínima gloria de parte de los seres humanos. Cada vez que los vemos aparecer en las páginas de las Escrituras se niegan a ser objetos de reverencia, sino que rinden honor y pleitesía al Señor (Apocalipsis 19:10). Son anunciadores de mensajes gloriosos, o bien ejecutores de los juicios divinos, pero ante todo, son seres que de continuo proclaman la majestad de Jehová y la supremacía de Cristo.
Es más, en la Biblia tampoco se enfoca tanto en la persona y la obra del Espíritu Santo. Él es el Consolador que guía a la iglesia y unge a los creyentes con el poder de Dios. Es el rector supremo del plan de redención. Dirigió a Cristo en su ministerio de principio a fin. Sin lugar a dudas que es Dios. Sin embargo, no tenemos orden bíblica de predicarlo. No existe base escriturística que sustente a quienes dejan a un lado el mensaje cristocéntrico para enseñar exclusivamente sobre el Espíritu. Nuestro cristocentrismo jamás debe ser sacrificado, ni siquiera para hablar del Paracletos. La principal tarea del otro Consolador es glorificar al Mesías. Convence a los pecadores de su impiedad y de su necesidad de la salvación que Jesucristo ofrece (Juan 16:13, 14).
La tesis de Lucas en el libro de los Hechos es que cuando se predicaba a Cristo, el Espíritu Santo respaldaba con poder el mensaje. Si queremos que se manifiesten los milagros, las sanidades y las liberaciones que sucedían en la iglesia apostólica tenemos que volver a la senda antigua de la proclamación de Jesús. Que el Salvador sea nuestro tema y modelo a seguir. Que su doctrina y ejemplo sea nuestra inspiración. Que su nombre sea glorificado en nuestros programas. Entonces veremos la gloria de Dios. El Espíritu Santo cumplirá su labor y hará que todos los poderes del mal sean sometidos ante la majestad del Hijo. Los pecadores se rendirán a los píes del Maestro y los creyentes experimentarán la vida que fluye del trono de la gracia en forma poderosa. Sólo si confesamos el señorío del que dio su vida por nosotros tendremos un avivamiento real. Lo demás son bagatelas y espectáculo vano.
Que fortalezca espiritualmente a la Iglesia
Traerá un avivamiento verdadero una vigorización de los miembros de la iglesia. No se trata de tener programas o realizar actividades que provoquen gran emoción o fervor en los cultos, sino de una dinámica espiritual que otorgue a los creyentes el poder y la fuerza para cumplir la misión que Cristo encomendó, y los motive a vivir de tal modo que sea glorificado el nombre del Señor por el testimonio de sus hijos.
No es verdadero avivamiento el que se queda encerrado en las cuatro paredes del templo. No corresponde al modelo bíblico el que se concentra en tener cultos bonitos. Si enfocamos todos nuestros esfuerzos hacia la realización de proyectos cúlticos en los que la gente se sienta atraída y cómoda no tendremos sino una efervescencia intrascendente. Lo mejor es que vayamos en busca de lo que desafíe a servir a Dios con mayor denuedo, compartir el evangelio con alegría y desarrollar un ambiente en que los dones del Espíritu fluyan para edificación y provecho del cuerpo de Cristo.
En el avivamiento bíblico el Espíritu Santo capacita a la iglesia para manifestar el poder de Dios al mundo. La presencia divina es percibida por los creyentes en el culto y fuera de él. Su gracia les infunde aliento de vida. Los impulsa a profundizar en su relación con el Señor y a arraigarse en la fe. Como resultado tenemos creyentes más comprometidos con Cristo, dispuestos a cumplir el propósito divino en su vida, listos para enfrentar los obstáculos del mundo, preparados para toda buena obra.
Los hijos e hijas de Dios en avivamiento caminan con rectitud, viven en santidad, testifican a través de su conducta de la realidad y la eficacia del poder divino. Descubren y ejercen sus dones espirituales bajo la dirección del Espíritu Santo. Están dispuestos dar más de ellos mismo para el reino de los cielos. No escatiman sacrificio alguno con tal de glorificar al Señor.
Que movilice a la iglesia al evangelismo
Si el avivamiento es la vida de Cristo reflejada en forma vigorosa en la iglesia entonces la pasión del Señor se ha de manifestar en ella. ¿Y qué fue la principal razón de la encarnación del Verbo, sino acudir a la tierra en busca de la humanidad perdida? No podemos afirmar que una congregación tiene avivamiento si sus miembros no son impulsados a salir de sus cultos a los lugares públicos y a las casas a testificar del amor de Dios.
Sin pasión por los perdidos se produce un aberrante enfoque centralista en la iglesia. Un pueblo que sólo quiere tener cultos avivados en cada servicio, sintiendo maravillosamente la presencia de Dios, no es más que címbalo que retiñe, que hace ruido y nada más. La venida del Espíritu Santo sobre los creyentes tiene la finalidad de otorgar el poder necesario y suficiente para que el testimonio de Cristo llegue hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8). Nunca es presentado por Jesús como un recurso para que el cristiano sienta algo especial. Toda criatura, en todo el mundo, desde los vecinos más cercanos (Jerusalén), hasta los más lejanos (lo último de la tierra); desde los seres amados hasta los aborrecidos han de escuchar que el Hijo de Dios murió por ellos, resucitó y se sentó a la diestra del Padre. Todos deben saber que un día viene el Salvador a recoger a los suyos para conducirlos a una eternidad gloriosa, y que la bienaventuranza del reino de los cielos es para todo el que quiera creer.
Se hará visible el avivamiento cuando veamos a los jóvenes de las congregaciones por las calles y en las plazas proclamando a Jesucristo como Señor. Será notable cuando las damas se vean evangelizando en los mercados y las casas. Será evidente cuando salgan los varones de todas las edades a testificar en los parques, las zonas de tolerancia y los lugares de concentración de la gente con un mensaje de paz y bien para todos los seres humanos. Si no hay alcance de los perdidos, o por lo menos el intento, hay que dudar que sea genuino el avivamiento que tal congregación dice tener.
Tienen que importarnos los perdidos como al Maestro. Es necesario que nuestro corazón se conmueva por ver a los extraviados del mundo sin Dios y sin esperanza. No es posible que los que decimos que el poder del Espíritu se mueve en nosotros y la vida de Cristo nos satura seamos indiferentes ante tanta maldad en la tierra. Cada niño en la calle, cada limosnero en la ciudad, cada desamparado en el pueblo, cada mujer maltratada, cada hogar a punto de destruirse tiene que remover las entrañas de los que tenemos a Jesús como Salvador. No podemos ser egoístas y negar que el mundo camina hacia el precipicio. Si en verdad tenemos avivamiento vayamos a llevar esperanza donde la mortandad espiritual tiene dominio. Desafiemos el poder de las tinieblas con el fulgor de la luz que el Todopoderoso produce en los que lo amamos.
Que se dé en un marco bíblico
El problema de muchos de los que se consideran avivamientos, de algún tiempo para acá, es que muchas de las personalidades sobresalientes de los mismos manifiestan teorías y prácticas que se salen por completo del marco bíblico de la sana doctrina. No pocos caen en el extremo de condenar a quien se somete al análisis sus declaraciones o sistemas de culto. Piensan que es legalista el hecho de querer comparar con la Escritura las profecías y las expresiones que suceden en el culto. Amenazan incluso con el juicio divino a quien se atreva a juzgar lo que ellos llaman la operación del Espíritu Santo.
Contra la actitud anterior encontramos sustento en la Palabra del Señor para someter a prueba a los espíritus para ver si son de Dios (1 Juan 4:1). Es tesis paulina que las profecías deben ser recibidas sin menosprecio, pero nunca sin un examen previo para discernir entre lo que es bueno y lo malo, pues ambos elementos contrarios pueden presentarse en una declaración profética. Por lo mismo, el apóstol recomienda que retengamos el bien y nos abstengamos de toda especie de mal (1 Tesalonicenses 5:19-22). Fue el mismo Saulo el que ordenó que en las manifestaciones proféticas en la iglesia siempre haya quien juzgue (1 Corintios 14:29). Jesús, el Maestro por excelencia señala que habrá quienes hablen en su nombre aunque, en realidad, no sean sino hacedores de maldad (Mateo 7:15, 22, 23). Y después de la resurrección felicita a la congregación de Éfeso por tener el tino de probar a los que dicen ser apóstoles, y demostrar que no son sino mentirosos (Apocalipsis 2:2).
Luego es nuestro deber analizar con cuidado lo que se nos traiga como parte de Dios. Quien se opone a esto se coloca en sentido contrario a las declaraciones cristológicas y apostólicas. Si las personas están seguras de que lo que comparten no deben mostrar temor ni recelo ante los críticos. Al revés, deberían sentirse contentos de que su mensaje y práctica sean aprobados por la sana doctrina de la Biblia.
Debemos anhelar un avivamiento, sin duda, pero no a costa de la fe que ha sido dada a los santos. No podemos seguir la doctrina inventada por un hombre, sacada de un texto fuera de su contexto. No es bueno que cancelemos la función cerebral para recibir la ministración de un personaje que viene con aires de avivamentista. Más bien hemos de recibir lo que tenga sustento bíblico, lo que honre la palabra de Dios, y que no violente la sana doctrina. La Escritura ha de ser siempre norma infalible de fe y conducta para los hijos e hijas de Dios. Todo lo que creemos y lo que practicamos debe descansar sobre el fundamento seguro de la Biblia.
Jesús trajo el avivamiento más grande y glorioso de la historia. Notamos cómo su pré- dica y sus milagros siempre iban cargados del testimonio bíblico (Mateo 7:28, 29; 8:16, 17). Proclamaba la verdad de Dios. Dondequiera anunciaba el cumplimiento de las profecías del antiguo pacto. Los evangelistas que narran sus hechos siempre hacen alusión al Cristo como un consumador de la Escritura. Es más, Juan afirmaba que él mismo es la Palabra encarnada del Padre (Juan 1:1, 14).
Los apóstoles, por su parte, experimentaron una época de avivamiento especial. El Cristo resucitado que se sentó a la diestra de Dios iba con ellos confirmando la palabra que predicaban con señales y maravillas (Marcos 16:19, 20). La gente se convertía por multitudes y se sometían al señorío de Jesucristo por la predicación de los discípulos (Hechos 6:7). El mundo fue invadido por los que llevaban la doctrina del Nazareno. Su misión era demostrarle al mundo con las Escrituras que Jesús era el Cristo y que el proyecto de la salvación divina alcanzaba a el espíritu santo toda carne, era para todos los que creyeran.
Todo avivamiento que haga a un lado el texto bíblico es aberrante. El crecimiento más sólido de la fe es el que se construye mediante la recepción y la aplicación de la Palabra de Cristo. No se caerá la casa que se funda sobre la roca (Mateo 7:24, 25). Es por eso que ahora oímos de avivamientos que duran unos cuantos años y luego se apagan. El que nosotros debemos procurar es el que produzca fruto genuino de bendición y que tenga como elemento esencial el tenor bíblico en los contenidos de la predicación y la liturgia.
Procuremos un avivamiento de la Palabra.
Que la doctrina de las Escrituras fluya sin límite y sin reserva. Que no se descuide la revisión permanente del texto bíblico. Que cada creyente sea motivado a escudriñar la verdad divina para alimentar su espíritu en forma consciente. De este modo tendremos un futuro que no se marchitará como el que se basa sólo en emocionalismos. Tendremos un cimiento sólido para nuestra fe y experiencia. La Palabra del Señor nutrirá el alma de los conversos y tendremos un crecimiento y una edificación sobre la roca. Formaremos un edificio inconmovible y nuestro avivamiento trascenderá.