Y a de suyo el liderazgo implica la solución de problemas y la conciliación de proyectos particulares o ánimos encontrados a favor de una visión, y en nuestro contexto específico, de mejor eclesialidad –o sea, de institucionalidad eclesiástica.
En ocasiones surgen líderes que tienden a capitalizar situaciones de caos para consolidar su propia imagen y erigirse como los salvadores del momento. No obstante, la tarea del auténtico líder se dignifica en circunstancias de crisis reales. El caos, que no es generado artificialmente sino que surge como consecuencia natural y directa de la crisis, produce el liderazgo que se dimensiona y aquilata en medio de la tormenta.
En un marco referencial tomaremos el viaje marítimo del que Hechos 27 da cuenta, pues en él aparecen aspectos determinantes para el liderazgo en la tormenta.
- Las primeras etapas de las travesías generalmente inician en paz, pero ya embarcados no hay que olvidar que en el mar sólo hay olas: enormes, grandes, medianas y pequeñas. Por eso, si algún líder no quiere que las olas lo azoten mejor que no se embarque. Pero así no llegará lejos.
- Al tiempo de navegar asoma la oposición: los vientos eran contrarios. Las crisis generalmente no se resuelven solas, a veces “darle tiempo al tiempo” las hace crecer. Es mejor evaluar la conveniencia de tomar otra alternativa y adoptar cambios, a veces dolorosos, aunque sin el abandono de la visión.
- Navegando muchos días despacio… a duras penas… nos impedía el viento… Es cierto, a veces hay que hacerla de Atanasio y ser indeclinable frente a concesiones de la fe. Pero cuando no sean cuestiones de fe sino de metodologías las que ponen en riesgo la estabilidad, entonces sí que mantener el rumbo sin introducir cambios es mera necedad. Es un sacrificio innecesario. Es sumergirse en una aventura desastrosa.
- La experiencia de otros no es para desestimar, es didáctica: llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos. Por algo le habían puesto ese nombre. Más valdría desembarcar y permanecer en él hasta que la crisis que ya se avecinaba, el invierno en este caso, fuera superada. Alta mar no es el mejor lugar para lidiar con tiempos de adversidad. Es mejor hacerlo en la conocida tierra firme que en medio de algo desconocido e impredecible. Y si es sobre la solidez de la roca entonces ya es algo inmejorable.
- En medio de tantas ajenas y malas decisiones el líder en la tormenta surge y se hace escuchar: la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida. Las voces de los espirituales deben de ser escuchadas y tomadas en cuenta. Aunque los expertos y experimentados navegantes puedan tener mayor credibilidad ante la gente, el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía, pero las mujeres y los hombres espirituales que doblan sus rodillas todos los días y muchas veces al día son guías que Dios ha colocado en su Iglesia para nuestra bendición: Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.
- Y siendo incómodo el puerto para invernar. Muchos buscan la comodidad y no su seguridad. Han adoptado la ley del menor esfuerzo como guía rectora para sus frágiles existencias. Aunque implique incomodidades y sacrificios, ¡huyamos de anteponer la comodidad de la vida a la seguridad!
- En una interjección pura: ¡aguas con las mayorías! Aunque no siempre, a veces toman decisiones precipitadas, irreflexivas o inducidas: la mayoría acordó zarpar también de allí. A veces se contentan con una brisa fresca y les parece que ya tenían todo lo que deseaban.
- En ese contexto la alegría inicial no les duró. Pero no mucho después se desata la tormenta. El control se pierde. Las fuerzas arrebatan. Y entonces, ¡al abandono!, nos dejamos llevar. Ya no se navega para donde se quiere sino para donde se puede. La brújula ya no importa porque de nada sirve: el navío está fuera de control: quedaron a la deriva.
- La sobrevivencia misma se pone en jaque. La crisis en su desarrollo natural, sólo genera más crisis. Viento, huracán, tempestad, oscuridad: viento huracanado… furiosa tempestad… no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días… acosados por una tempestad no pequeña… habíamos perdido toda esperanza de salvarnos. En este escenario hay que retomar las decisiones sabias y empezar por deshacerse de lo prescindible. Los aparejos si no sirven para navegar se convierten en lastre y en objetos peligrosos. Las estructuras no son intocables. Hay que reajustarlas para conservar la nave a flote. Es que en ocasiones el crecimiento implica restar. Las matemáticas en el liderazgo no siempre se compaginan con las matemáticas puras.
- Entonces Pablo… dijo… Antes no fue escuchado, ahora sí. A veces la crisis nos hace voltear no al piloto ni al patrón de la nave, sino a quien tiene la vida sumergida en el corazón de Dios: esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo. El líder en la tempestad está equipado con estrategias y metodologías, ¡pero sobre todo con su vida devocional! Las primeras pueden fallar por el tamaño de la tempestad, pero la segunda mantiene a flote y a quienes están en la misma embarcación.
- No obstante que la confianza en Dios es absoluta: Con todo, es necesario que demos en alguna isla. Dice la Nueva Versión Internacional (NVI): Sin embargo, tenemos que encallar en alguna isla. El ofrecimiento del auxilio divino no significa quedarse de brazos cruzados, sino emprender las acciones necesarias. No es pretender “ayudarle” a Dios, es comprender que Dios actúa a través de sus siervos y que la inacción no es concebible bajo ninguna circunstancia.
- La preocupación por la gente es una divisa irrenunciable para el líder en la tormenta. Anima a no huir de la nave, porque únicamente en ella está la salvación. Maltrecha y desprovista de sus aparejos para navegar, es el sitio más seguro para sobrevivir. No siempre lo más equipado es lo mejor. Es mantenerse en el lugar de Dios aunque no parezca algo deseable; la idea es no huir del lugar donde Dios ha ofrecido bendecir. Las palabras de consuelo del líder: os exhorto a tener buen ánimo… no habrá ninguna pérdida de vida… tened buen ánimo… os ruego que comáis… ni aun un cabello de ninguno de vosotros perecerá. El efecto en los 276 de a bordo: Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también.
- A veces encallar es trágico; otras, es la salvación misma. Detiene del correteo sin rumbo. Preserva del sinsentido de las olas. Nos libra del tropel de la violencia del mar. Pero el barco fue a dar en un banco de arena y encalló (NVI) …y la proa, hincada, quedó inmóvil… Los bancos de arena son mejores que las rocas para hincar, ya no la proa sino las rodillas. El líder en la tormenta ayuda al pueblo a dejar de andar a la deriva, aunque así sea haciéndolo encallar en la suavidad de la playa. Aunque se pierda lo recuperable, lo irrecuperable es preservado. La buena playa de la presencia de Dios es el mejor lugar para agradecer por lo verdaderamente trascendente. ¡Aleluya!
- Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra. Todos llegaron sanos y salvos a tierra firme; el líder sabe que lo más valioso que debe de cuidar no es la estructura ni el mobiliario: es la gente. Las condiciones de la vida natural o espiritual nos pueden lanzar al mar y exponernos a las tempestades. Pero la gracia divina nos sustente y provea lo necesario para tener vidas de bendición y crecimiento espiritual, siempre en la comunión de su presencia y contando con líderes adiestrados y eficaces en la tormenta, de forma que este cántico inunde nuestras almas: Maestro, cesó la tormenta, Los vientos no rugen ya.
Y sobre el cristal de las aguas, El sol resplandecerá. Maestro, prolonga esta calma, No me abandones más; Cruzaré los abismos contigo, Al puerto de eterna paz. ¡Amén…!