Hablar de fe ya es complicado, pero cuando se estrecha el tema y se quiere hablar del don de fe, la complicación se hace evidente. Esta radica principalmente en la confusión que existe ante el tema así como el desconocimiento de muchos. Es frecuente escuchar aún a personas que al hablar del asunto confundan términos y conceptos.
Por eso es de vital importancia considerar brevemente los tres tipos básicos de fe mencionados en la Escritura.
La fe común
Todos los seres humanos sin excepción tienen fe y de alguna manera la expresan y viven bajo ella. Por ejemplo el que sale de su casa y afirma —En 45 minutos llegaré a la oficina. Tal persona está hablando por fe, puesto que lo dice con conocimiento del tiempo aproximado que habitualmente hace. Sólo por poner otro ejemplo la mayoría nos despedimos con la siguiente afirmación. —Hasta Mañana, esta declaración es totalmente por fe, realmente creemos que llegará el mañana. Por cosas como estas aseguramos que todos tenemos en cierta manera confianza en lo natural o material.
Por otro lado está la fe espiritual que de la misma manera se encuentra innata en el ser humano. En su definición más básica, la fe es la capacidad del ser humano para creer en un ser supremo. Esta fe comienza con creer en la existencia de Dios. La carta a los Romanos 1:20 dice: Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Esta fe va desarrollándose de acuerdo al conocimiento y las experiencias personales, Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios (Romanos 10:17).
La fe como fruto
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22).
Este tipo de fe no es específicamente la que hace milagros y prodigios, más bien, es aquella que el creyente, a través de una comunión con Dios y el Espíritu Santo, desarrolla hasta aprende a confiar y depender en su totalidad del amor y el poder de Dios. Esta fe es más un estilo de vida, en donde el creyente ha aprendido a depositar todas sus cargas en él.
Esta clase de fe distinguía a la Iglesia del Nuevo Testamento. Los diáconos fueron elegidos por esta clase de fe: Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía (Hechos 6:5).
La fe como don
Para definir el don de fe diríamos que es la habilidad o capacidad otorgada por el Espí- ritu Santo de creer que el cumplirá aun lo imposible por nuestra palabra. Debe aclararse que no se trata de palabras caprichosas o de un espectáculo de adivinación, sino que, el don se basa en el absoluto conocimiento y convicción de la voluntad de Dios, tal como lo expresa el apóstol Pablo en la carta a los Romanos en su capítulo 12 versículo 2. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
La fe siempre está sujeta a la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios.
En el libro “Carismas de Dios” de la Hna. Gerda Brown dice textualmente: El don de fe es una impartición sobrenatural que viene directamente de Dios, y que se extiende más allá de lo humano, hasta a veces al nivel creativo Hebreos 11:32-34 Es esta fe dinámica de Dios la que la iglesia necesita.
- Una fe que levante al pueblo de la depresión…
- Una fe que rompa el poder de la enfermedad…
- Una fe que destruya las ataduras del desánimo y derrota…
- Una fe que supla lo necesario en la hora de la necesidad…
- Una fe que pueda abrir las puertas de la cárcel, calmar el tempestuoso mar…
- levantar al creyente a una vida de victoria.
Por otra parte, el autor de la epístola a los Hebreos lo dice también de manera magistral en un discurso elocuente e inspirador.
32 ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón,de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas;
33 que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
34 apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.
35 Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.
36 Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.
37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;
38 de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
39 Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido;
40 proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.
(Hebreos 11:32-40).
Sin lugar a dudas en pleno siglo XXI donde se enseña que todo es relativo y cada uno busca su propia verdad, es necesario que cada uno de nosotros como creyentes siga el consejo de Pablo a Timoteo:
Aviva el don de Dios que hay en ti, necesitamos hombres y mujeres en quienes el don de fe actúe poderosamente obrando prodigios para la gloria de nuestro eterno Dios y el engrandecimiento de su bendita obra. Amén