Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Lucas 18:22).
Usted conocerá la vida de un joven que dejó su fama y riqueza por servir al Señor; valorará la salvación de las personas a quienes evangelizó y entregará sus logros y éxitos en las manos de Dios
La historia de este magnifico jugador de criquet, comienza años antes de su conversión. La familia Studd era una familia notablemente rica. Carlos, su padre y sus dos hermanos eran amantes de los caballos, la vida social y los deportes. Pero Dios tenía un propósito para Carlos y lo llevó a predicar el evangelio en tres continentes.
Cierto amigo del padre de Carlos, el señor Vincent, se convirtió al evangelio en una campaña del evangelista D. L. Moody. Entendiendo que ser cristiano implica ganar almas, se puso en contacto con Edward Studd y lo invitó para escuchar a Moody, invitación que su amigo aceptó. La primera noche se sintió complacido con lo que escuchó, y siguió asistiendo hasta que el Señor tocó su corazón y le entregó su vida.
I. LA CONVERSIÓN DE SU PADRE
Cuando el padre de Carlos T. Studd se convirtió a Cristo, rápidamente convirtió su casa en un centro de predicación. Invitó a muchos pastores para predicar el evangelio a la gente de los alrededores. Su vida en el Señor sólo duró dos años, pues fue a la presencia de Dios, pero los que lo conocieron dijeron que en esos dos años hizo más de lo que otros creyentes hacen en veinte.
En ese ambiente fue que Carlos y sus hermanos fueron impactados por el evangelio. Su padre siempre que tenía oportunidad les preguntaba: ¿ya eres salvo?, tanto que por las noches los muchachos se hacían los dormidos con tal de no sentirse acosados por la misma pregunta. Entre tantos invitados a la casa, uno de ellos fue llevado por los jóvenes a montar a caballo, pero los muchachos hicieron burla de él al ver que no sabía montar. Sin embargo, fue a través de esa persona que Dios salvó a los chicos Studd
II. SU CONVERSIÓN
Carlos escribe sobre este suceso: Cuando estaba por salir a jugar criquet, el invitado me tomó desprevenido y me preguntó: ¿eres cristiano? Yo contesté, no soy lo que usted llama cristiano, pero he creído en Jesucristo desde pequeño y por supuesto creo en la iglesia (pense’ que al contestar tan cerca de lo que me pedía, me libraría de él, pero se me pegó como lacra).
Me citó Juan 3:16 y me dijo: ¿Crees en Jesucristo? ¿Crees en la otra mitad del versículo: más tenga vida eterna? No, dije. Pues bien, ¿no te contradices creyendo sólo la mitad del versículo y no la otra? Supongo que sí, contesté. Bueno, agregó: ¿vas a ser siempre contradictorio? No, supongo que no siempre; entonces preguntó: ¿quieres ser consistente ahora? Vi que me había arrinconado y pensé: si salgo de esta pieza acusado de voluble no conservaré mucho de mi dignidad, de manera que dije: si, seré consecuente. Bueno, ¿no ves que la vida eterna es una dádiva? Cuando alguien te da un regalo para navidad, ¿qué haces? lo tomo y doy gracias, respondí. Dijo: ¿quieres
dar gracias a Dios por este regalo? Entonces me arrodillé, di gracias a Dios, y en ese mismo instante, su gozo y paz llenaron mi alma. Supe entonces lo que significaba nacer de nuevo y la Biblia que me había resultado tan árida antes, vino a ser todo para mí.
Esta experiencia marca el inicio de una nueva vida para C. T. Studd, aunque no fue sin problemas. Los años que siguieron, continuó jugando criquet y logró fama mundial por sus habilidades. Pero entonces le vino una crisis de seis años de enfriamiento espiritual. En lugar de contar a otros del amor de Cristo, escribe Studd: fui egoísta y mantuve ese conocimiento para mí. La consecuencia fue que mi amor empezó a enfriarse y el amor del mundo entró. Pasé seis años en ese estado infeliz
La forma en que regresó a Dios tuvo que ver con la enfermedad de su hermano más querido, G. B. (Jorge). Mientras Carlos pasaba largos ratos junto a su cabecera viendo a su hermano suspendido entre la vida y la muerte, reflexionó: ¿Qué valen la fama y los halagos? ¿Qué vale poseer las riquezas del mundo cuando se está frente a la eternidad? Vio como todas estas cosas dejaron de tener valor para su hermano, quien sólo se ocupaba de la Biblia y la oración. Dios hizo un milagro, devolviéndole la salud a Jorge; Carlos corrió en busca de Moody para que lo ayudara.
Dios le devolvió el gozo de su salvación y a partir de entonces nunca más dejó que se enfriara. Se volvió un férreo ganador de almas y supo que de todos los placeres que había experimentado, ninguno se compara al de ver una vida entregada a Cristo.
III. SU LLAMADO AL CAMPO MISIONERO
Por supuesto, compartió las buenas nuevas con todos sus compañeros deportistas. Por esa época llegó el momento de elegir una carrera y por tres meses oró y esperó en Dios, hasta que entendió en su corazón que no podía vivir para él mismo mientras millones se pierden sin conocer a Cristo. No pasó mucho tiempo antes de que el Señor le hablara. Había sido invitado a una reunión de despedida de un misionero a la China, donde oyó de la necesidad de misioneros para aquel país. Supo que allá lo llamaba el Señor. Por supuesto que encontró oposición, pero sabía que esa era la voluntad de Dios y la iba a obedecer contra todo.
Haciendo sus preparativos de viaje, fue invitado a compartir su visión en las principales universidades del país, donde aprovechó su fama como deportista para acercarse a la juventud, siendo testigo de un avivamiento juvenil en todo el Reino Unido. Hudson Taylor lo entrevistó y aceptó como misionero, y finalmente, en febrero de 1885, partió junto con otros jóvenes para China. Llegó al oeste y después de 18 meses, se dirigió a Shangai, para ver a su hermano Jorge, que pasaría por ahí
En Shangai conoció a una joven misionera que lo impactó por su pasión por Cristo. Ese tiempo fue de enorme bendición espiritual para aquel lugar. Con los meses, Carlos y Priscila Livingstone Steward se enamoraron y dos años después de que Carlos salió de Inglaterra contrajeron nupcias, en abril de 1887. Por cierto, el llamado de Priscila al campo misionero fue por una visión que tuvo en la que, en la esquina de su Biblia se veían las siguientes palabras: China, India, África. Palabras que se cumplirían fielmente en esta pareja.
IV. SU ENTREGA Y DEPENDENCIA DE DIOS
Un aspecto importante de la vida y ministerio de Carlos y Priscila fue su humildad y dependencia absoluta de Dios. Se casaron sin trajes nupciales, y Carlos, donó la fortuna que había heredado de su padre a ministerios de servicio cristiano; afirmó que así como una vez aquel joven rico rehusó seguir a Jesús porque tenía muchos bienes, él sería el joven rico que repartiría todos sus bienes a los necesitados y seguiría a su Señor.
Su estancia en China fue difícil. Llegaron a un pueblo donde no se rentaban viviendas para los “diablos blancos». Consiguieron una casa a la que los nativos temían por estar embrujada, pero después de 10 años, aquella parte de China había sido totalmente evangelizada y los frutos de su labor empezaban a observarse por todas partes.
En 1894, y con la salud afectada, regresaron a Inglaterra. Cuatro años en Londres sirvieron para que los esposos Studd y cuatro niñas que habían procreado en China, recuperaran la salud de sus débiles pulmones.
Con esa mejoría realizaron giras por los Estados Unidos y se prepararon para su próximo campo misionero: la India. En Ootacamund, al sur de la India, Studd fue pastor de la Iglesia Unida de 1900 a 1906, trabajando arduamente en la evangelización, tanto en la comunidad como en sus alrededores. Durante su estancia en la India, sus hijas Engracia, Dorotea, Edith y Paulina aceptaron al Señor y fueron bautizadas por su padre.
Fue un tiempo de mucho trabajo, pero también de buenos amigos y hermanos muy queridos, entre los que se encontraban por cierto, Amy Carmichael.
De 1906 a 1908, la familia Studd regresó a Inglaterra para organizar los estudios de las hijas, y recuperar algo de fuerzas. Cierto día, caminando por Liverpool, mientras consideraban regresar a la India, se topó con un cartel que decía: Caníbales quieren misioneros.
Esto llamó tanto su atención que decidió entrar a ver quién había puesto un cartel así. Se encontró con un misionero que recién había llegado de África y compartió acerca de numerosas tribus a las que nunca se le había predicado de Cristo.
La vergüenza penetró profundamente el alma de Carlos Studd y se dijo: ¿Por qué no vas tú? La reacción inmediata de quienes lo supieron fue un rotundo no. Carlos ya tenía 50 años de edad y los médicos estaban muy preocupados por su salud. Inmediatamente sintió que el Señor le decía: ¿No soy yo el buen médico? ¿No puedo llevarte allí? ¿No puedo mantenerte allí? Sin dinero, sin fuerzas y con 15 años de mala salud, Studd se dispuso para la última y más grande empresa misionera que realizó: la misión al corazón de África. La comisión médica le rehusó el permiso, por lo que tuvo
que viajar sin el apoyo de los grupos misioneros, en 1910. Priscila decidió quedarse en Inglaterra para organizar el apoyo desde ahí y viajó una sola vez a África.
Durante los próximos 19 años se verían solamente en cuatro breves períodos. Priscila murió en 1929 y Carlos, pese a los presagios de la gente, trabajó incansablemente, y llevó el evangelio a numerosas tribus que aprendieron a amarlo y a verlo como un padre, dándole el nombre de Bxvana.
Fueron más de 20 los años que Carlos pasó en África, y cientos de misioneros después de él fueron llamados por el Señor para apoyarlo y dar continuidad a la obra que inició y cuidó hasta el 19 de Julio de 1931, cuando a los 70 años, Bwana fue llamado a la presencia del Señor.
Carlos T. Studd es un buen ejemplo de lo que significa darlo todo por el Señor. La fama, la gloria, la riqueza y el poder, dejaron de ser importantes para él cuando vio el valor de un alma salvada. Se hizo pobre para enriquecer a otros. Lo perdió todo, pero lo ganó todo. Europa, Asia y África fueron impactadas por un joven deportista que estuvo dispuesto a dejarlo todo por seguir a Jesús