E l fundamento innegociable de todo siervo es que se ajuste a la voluntad de Dios y que cumpla los preceptos de las Sagradas Escrituras. En este entendido, lo primigenio no es el corolario, sino el origen de la visión.
Confesamos sin cortapisas, contundentemente, que el génesis visionario es el Cristo resurrecto mismo. Una verdadera visión fluye de los propósitos redentores del Mesías Salvador; esa es, por necesidad, la única perspectiva del Señor.
Nuestro pensamiento reflexivo debe ser si realmente estamos cumpliendo la visión original del que nos llamó a la mies. No los planes personales y egoístas, producto de nuestras necesidades. Por desgracia, la influencia del individualismo y la personalización propia de la sociedad contemporánea están originando un ministerio tendiente a la profesionalización. Podemos servir en la obra del Señor, pero sin tener en la vida al Señor de la obra. Solamente por habilidad, porque sabemos hacer un ministerio. Convertimos el servicio en un modus vivendi.
Con este entendido, nuestra meta no debe ser en primer lugar las cosas que podemos hacer por Jesucristo, sino aprender a ser como él. Porque he descendido del cielo… para hacer… la voluntad del que me envió (Juan 6:38). Hacer la voluntad de su Padre, era la visión suprema de nuestro Señor Jesús. Sólo después de este cumplimento viene lo salvífico, el orden práctico de la visión. Esta es la actitud exclusiva e insuperable de explicar la correspondencia entre lo que hacía y los propósitos de Dios. Entre lo que era y lo que vino a hacer. ¿Lo que soy determina lo que hago, o lo que hago determina quién soy? La respuesta a ambas interrogantes es ¡sí! El ser afecta el hacer y el hacer determina el ser. En otras palabras, el llamamiento con que fuisteis llamados (Efesios 4:1), integra carácter, conducta y visión.
Que el mismo Jesucristo tuviera excelso cuidado de conducirse así, nos muestra la relación existente entre el líder y su Dios. No es fácil seguir los objetivos divinos, el cumplimiento de su voluntad ha necesitado siempre corazones totalmente entregados al Todopoderoso. Conocer los designios del Padre es un honor, pero cumplirlos es una obligación. Antes que podamos entender lo que el Señor nos está diciendo, debemos tener el ánimo pronto para obedecerle. Está claro, entonces, que él no regala visión al que no la quiere recibir, ni guía a alguien que no está dispuesto a seguirle. Luego, el principio de la obediencia juega un rol preponderante, porque el Creador no promete manifestar su voluntad a nadie que no esté dispuesto a cumplirla.
El elemento más distintivo de la visión es Jesús mismo, y es de él que ésta deriva su contenido, su forma, y su autoridad. Si se repasaran todas las enseñanzas de Cristo, no habría ninguna verdad básica que el Señor no hubiera ejemplificado en su vida. Él enseñó a buscar primeramente la voluntad de Dios, su oración en el huerto fue: hágase tu voluntad (Mateo 26:42). Sus discípulos debían andar en la senda de la humildad: se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte… (Filipenses 2:8). Ellos debían perdonar; él oró por aquellos que lo crucificaron: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23:34). Debían andar en el camino del servicio, el Hijo estuvo entre ellos como uno que sirve (Lucas 22:27). No debían ser vengativos en su espíritu: …cuando le maldecían, no respondía con maldición (1 Pedro 2:23). Ellos debían negarse a sí mismos y llevar una cruz; él anduvo ese camino delante de ellos. Fueron desafiados a ser perfectos; él fue perfecto. Esta visión involucra ser como Jesús y hacer lo que él hizo. Es tanto una meta cómo un método.
¡Cuán glorioso es tener un Maestro, Salvador y Señor, que demostró plenamente en su propia vida el cumplimiento de la visión del Padre, y ahora quiere que le imitemos! Él también demostró en su vida la actitud del Padre hacia la humanidad pecadora y sufrida, asentando así, la segunda parte insustituible de la visión divina: La Gran Comisión. Cuando el Maestro se encontraba con una persona cuyo cuerpo estaba quebrado o torcido, o cuya mente estaba perturbada, enloquecida, la visión soteriológica le conminaba a la compasión más profunda para aliviar a los hombres de tal aflicción.
Leprosos, ciegos, paralíticos, cojos, mudos, endemoniados… todos eran objeto irrestricto de la misericordia del Hijo de Dios. La expresión suprema de su amor y compasión fue su muerte en la cruz. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros (1 Juan 3:16).
Cristo es el fundamento de la visión. Es nuestro ejemplo a seguir. Pero no es meramente algo externo u objetivo, ya que hemos sido atraídos a la unión con él: Está en nosotros y nosotros en él, Cristo dentro de nosotros es nuestra esperanza de gloria (Colosenses 1:27). Llegamos a ser cómo él y a hacer lo que él hizo en la medida que lo dejamos que viva en nosotros. Al estar conscientes de nuestra unión con Jesucristo, la visión ya no es una fuente de desánimo; al contrario, se convierte en un desafío emocionante y constante el andar en comunión con él en respuesta a la suprema visión recibida desde el principio.
Cristo fue enviado al mundo para revelar a Dios y para redimir al hombre; él nos está enviando al mundo para revelarlo y ser una influencia redentora entre los hombres. Y así como él no pudo hacer la voluntad de su Padre, no pudo revelar al Dios y no pudo redimir al hombre, sin ir a la cruz, así también nosotros no podemos hacer la voluntad del Todopoderoso, no podemos revelar a Cristo, y no podemos ser una influencia redentora entre los hombres sin negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz para seguirle.
En el grado que tengamos una conciencia profunda de esta visión, en ese grado estará en nuestras vidas un sentido de urgencia santa y productiva para el Reino de Dios.