La naturaleza está sujeta a las leyes naturales que fueron promulgadas por Dios en el acto mismo de la creación, de forma que los seres vivos están sujetos al principio de la producción según su género. En biología los géneros se dividen en especies, pero no hay saltos de géneros ni brincos entre las especies. En botánica la ley es árbol de fruto que dé fruto según su género. En zoología es según su género (v. 21) y según su especie (v. 24) L a naturaleza está sujeta a las leyes naturales que fueron promulgadas por Dios en el acto mismo de la creación, de forma que los seres vivos están sujetos al principio de la producción según su género. En biología los géneros se dividen en especies, pero no hay saltos de géneros ni brincos entre las especies. En botánica la ley es árbol de fruto que dé fruto según su género. En zoología es según su género (v. 21) y según su especie (v. 24)
Al usar la metáfora del árbol que es conocido por sus frutos, nuestro Señor Jesús enfatizó esta ley de la naturaleza: las especies producen el fruto de su misma especie, pero de que producen fruto, lo producen. La gente de fe da fruto de fe. Los creyentes inmaduros, vidas inmaduras. Los creyentes espiritualmente maduros, dan fruto de madurez espiritual.
Así pues, producir es engendrar, procrear, criar. Reproducir es volver a producir o producir de nuevo; esto no es tanto ser copia de un original sino que está referido a ser un referente o aliciente en la generación del contexto de las características del que engendra.
Al hablar del evangelismo y el discipulado el énfasis es que el creyente produzca y reproduzca a otros creyentes pero no por sí mismo, sino por la gracia de Dios en nosotros. Así todos, creyentes maduros y nuevos creyentes, reproducirán en su propio ser las actitudes y valores del Maestro. Nuestro anhelo es que cada uno reproduzca el estilo de vida del Señor. A su vez, que los nuevos creyentes puedan ver semejante testimonio viviente en cada uno de los fieles maduros como para ser inspirados a adoptar la santidad en su experiencia propia.
Es en este sentido que san Pablo aseveró en 1 Corintios 11:1 lo que sigue: Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. Tal era su convicción de integridad que no dudó del referente que su propia vida resultaba ser para la nueva generación de discípulos.
En Hebreos 13:7 se abunda en este sentido, ahora con respecto a todos los ministros del evangelio: Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. No hay vuelta de hoja. De que la gente se acuerda de sus pastores, pasados y presentes, se acuerda. Vale más dejar un buen recuerdo, que a través del tiempo siga inspirando y siendo de bendición.
Filipenses 3:17 extrapola tal necesidad del ejemplo a todos los fieles maduros en la fe. No se trata ya del paradigmático Pablo ni del necesario por obligación ejemplo del pastor. Ahora atañe a todo el cuerpo de Cristo, a toda la hermandad que se debe de conducir al tenor de la fe: Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.
Nuestro ejemplo de vida no se diluya ni se confunda ni se secularice. Los hijos de Dios no son hijos del mundo. Los valores del cosmos no son los valores de la fe, como nos advierte Santiago 3:12: Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
Formación y no deformación. Inspiración y no decepción. Gracia y no desgracia. Así no habrán reclamos sino notas de gratitud que trasciendan al entorno y al tiempo, como 2 Juan 1:4 testimonia: Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. ¡La saludable reproducción de la fe genera gozo en la cristiandad y perdurable acción de gracias a Dios!
Ah, qué notas de gloria al nombre de Dios se desprenden cuando la generación subsiguiente conserva el buen testimonio de la fe. Es la satisfacción que expresa 3 Juan 1:4 al decir: No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad. La reproducción de los valores de verdad no debe de pasar desapercibido. Hay que celebrarlos siempre, en testimonio de gratitud. En vista de ello, nos asista la gracia divina para dejar una huella que produzca y reproduzca la vida que Dios hace fluir en nuestras vidas. Hasta que Cristo Jesús sea formado en todos nosotros. Amén.