Primero definamos lo que significa evangelizar: es el proceso de llevar las buenas nuevas a las personas y hacerlos discípulos de Cristo. Encontramos en el libro de los Hechos a Felipe, el diácono que además será reconocido como evangelista.
Este hombre fue hasta el etíope, le habló de las buenas nuevas de Cristo y lo llevó hasta el bautismo en agua. Por otra parte, vemos también la actividad evangelística de Pablo, que no se limitaba sólo a la proclamación, si no a la consolidación de los creyentes como discípulos de Jesús.
Al hablar de consolidación, nos referimos a lo descrito en la gran comisión: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (Mateo 28:20). La única manera de saber si estamos realizando la actividad evangelizadora tal como lo ordenó el Maestro, es observando cuántos realmente llegan a ser discípulos.
Las estadísticas, sin embargo, muestran una realidad distinta: el INEGI en su último censo de población y vivienda del año 2010 nos dice que somos 8 386 207 personas que profesamos ser cristianos (clasificados como protestantes, pentecostales, cristianos, evangélicos) en un universo de 112 336 538 mexicanos, lo que nos dice que conformamos el 7.46% de la población en México. Si situamos a los primeros cristianos en el tiempo de ala Reforma, aproximadamente en 1857 a la fecha, nos da 157 años, el crecimiento anual es de 53 415 nuevos convertidos, pero, esto significa un 0.63% de crecimiento anual.
Lo que la estadística nos dice es contundente, hemos olvidado la tarea evangelística, el crecimiento de nuestras congregaciones no ha sido el esperado, si nos comparamos con la iglesia primitiva.
Las razones de lo anterior son muy variadas, un estudio presentado por Crusade Contact, la Cruzada para Cristo, aporta algunos datos que nos ayudan a entender dichas razones: sólo el 5% de los creyentes se interesa por la actividad evangelizadora. Únicamente el 10% apoya a algún proyecto misionero local o foráneo, el 90% restante nunca la hará porque no le favorece de manera directa; prefieren invertir en algo que les beneficie, como un bonito templo, una excelente decoración o algún proyecto social. Además, sólo el 50% asiste a reuniones de ense- ñanza que los ayuden a crecer y llegar a la madurez, la mitad restante se conforma con escuchar sermones dominicales. El 75% ni siquiera se plantea hacer algo en su iglesia, se limitan a calentar la banca en que se sientan.
Una manera práctica de evaluar lo que estamos haciendo es preguntándonos en qué gastamos nuestro recursos, es decir, nuestro tiempo, dinero y trabajo. Debemos reconocer que la mayoría de ellos los invertimos principalmente en la construcción, mejoramiento y equipamiento para el desarrollo del ministerio; sin embargo, este camino nos ha llevado a no invertir lo suficiente en las personas que necesitan de Dios y de la salvación que ofrece. Tendremos que concluir en que es necesario volver al método usado por la iglesia primitiva, que todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo (Hechos 5:42).
Sus recursos eran invertidos en mayor medida en la proclamación y consolidación de las personas que venían a los pies de Cristo.