SE EXIGE LA RESPONSABILIDAD MORAL – Estudio sobre Ezequiel (11)

Los seguidores de Jesucristo son responsables de andar en santidad. Ezequiel 18:32 ( ntv) No quiero que mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive!

La lección de hoy continúa explorando la importan­cia del llamado divino de Ezequiel al ministerio profético. En esta parte de la historia, el enfoque cambia al tema de la responsabilidad—la responsabilidad de Ezequiel hacia las personas a quienes fue llamado a alcanzar con el mensaje de Dios, y la responsabi­lidad individual de su audiencia de regresar a Dios con arrepentimiento y obediencia en respuesta a las advertencias proféticas de Ezequiel.

El gran reformador Martín Lutero una vez dijo: «Somos responsables de lo que decimos, y también de lo que no decimos». Hay un tiempo para el silencio y un tiempo para hablar. Cuando otros enfrentan un grave peligro, o cuando van por un camino peligroso, no debemos callar. En los pasajes que estudiaremos en esta lección, Dios inculcó en Ezequiel la respon­sabilidad de advertir a las personas que estaban al borde del desastre espiritual por su conducta. Esta advertencia también se aplica a nosotros. ¿Qué res­ponsabilidad tenemos de advertir a nuestros amigos, familiares y vecinos descarriados?

Parte 1—Advertencia de muerte inminente

□ Nombrado para vigilar y advertir Ezequiel 3:16-21

Siete días después de su visión inaugural, Dios le habló nuevamente a Ezequiel. Esta vez el Señor comparó el ministerio de Ezequiel con el trabajo de un atalaya o vigilante. En el mundo antiguo, era deber del atalaya pararse sobre el muro de la ciudad, o en otro lugar estratégico, y estar atento a las señales de peligro inminente. Si él detectaba peligro, era su responsabilidad dar la voz de alarma para que los habitantes pudieran defender la ciudad. Si no lo hacía, era responsable de la pérdida de vidas y del desastre militar que resultaba.

Dios le dijo a Ezequiel que había hecho de él un atalaya espiritual para el pueblo, y que si no les advertía cuando se acercaba el peligro, sería responsable de las vidas que se perdieran. Por el contrario, si daba la voz de alarma, y el pueblo no escuchaba, entonces sus muertes estarían en las propias manos de estos. La responsabilidad del atalaya era vigilar y advertir. La responsabilidad del pueblo era escuchar al atalaya y actuar en consecuencia (w. 18,19).

Todo creyente está llamado a advertir a aquellos en su círculo de influencia de los peli­gros del pecado. ¿Cuántos de nosotros encontramos hombres y mujeres que necesitan el evangelio, pero nunca les advertimos del peligro espiritual? Sin embargo, como vemos en Ezequiel, los pecadores no son los únicos que necesitan una advertencia. El Señor exhortó a Ezequiel a que también advirtiera a los justos que se desvían del camino correcto. «Si los justos se desvían de su conducta recta y no hacen caso a los obstáculos que pongo en su camino, morirán» (Ezequiel 3:20, ntv). Los creyentes son responsables de sus decisiones desastrosas si abandonan a Dios y aceptan el pecado.

□ En espera del mensaje Ezequiel 3:22-27

Después de encargarle a Ezequiel que cumpliera fielmente su papel de atalaya, el Señor le dio su primera tarea: «Entra, y enciérrate dentro de tu casa» (Ezequiel 3:24). Lo que sigue es una descripción de una circunstancia que es inusual para un profeta. Dios haría que Ezequiel enmudeciera y no pudiera hablar con la gente a la que había sido enviado (v. 26). Sin embargo, Dios le aseguró, que cuando fuera el momento adecuado, «abriré tu boca, y les dirás» (Ezequiel 3:27). Este fue un mensaje poderoso. Ezequiel no debía hablar extem­ poráneamente, desde su propio corazón o según su propio criterio. Debía esperar una palabra de Dios. De esa manera, cada vez que Ezequiel hablara, lo haría con la autoridad que acompañaba a las palabras de Dios.

Parte 2—El principio de la responsabilidad individual

□ La justicia recompensada Ezequiel 18:1-9

Ezequiel desafió una idea que era popular entre los exiliados de Judá, la noción de que estaban sufriendo por los pecados de sus antepasados y no por los suyos propios. Esta idea se resumía en un proverbio conciso que decía: «Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera» (Ezequiel 18:2). La Torá misma declaraba que Dios «[visita] la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen» (Éxodo 20:5). De hecho, el exilio fue la culminación de generaciones de rebelión y elecciones pecaminosas. En 2 Reyes, el Señor respondió a los pecados del malvado rey Manasés con una amenaza ominosa: «yo traigo tal mal sobre Jerusalén y sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos» (2 Reyes 21:12). Y aunque Josías, nieto de Manasés, fue quizás el más piadoso de los reyes de Judá y llevó a cabo una renovación completa de la vida espiritual de Judá, esto no cambiaría la opinión de Dios sobre el castigo que había jurado enviar.

Aunque el exilio fue un juicio colectivo, provocado por los pecados de varias genera­ ciones, la generación actual no era inocente ni estaba sufriendo por los pecados de otros, sino por los suyos propios. Las generaciones anteriores habían pecado y provocado al Señor, pero esta generación había agregado sus propios pecados a los que se habían come­ tido antes.

Aun en medio del castigo colectivo, Dios daría vida a cualquiera que rechazara la ido­ latría, la inmoralidad sexual, la injusticia social y la violencia. Sin embargo, cada persona podía decidir que obedecería sus mandamientos y seguiría a Dios fielmente.

□ La próxima generación Ezequiel 18:10-18

En Ezequiel 18:10-18, Dios le recordó a su pueblo a través de Ezequiel que cada indivi­ duo en cada generación toma una decisión personal acerca de servir a Dios o rebelarse contra Él. Tener padres justos no garantiza la justicia para la próxima generación, ni tener padres injustos significa que uno está condenado a vivir separado de Dios. Cada persona toma su propia decisión acerca de aceptar la salvación y la vida ofrecidas por Jesucristo.

Todos nos vemos afectados por las decisiones tomadas por otros, ya sea en nuestra familia o en la sociedad en general, pero esto no nos deja sin esperanza, ni significa que Dios no pueda bendecirnos a pesar de nuestra historia o circunstancias. La salvación siempre es posible para aquellos que responden con fe y obediencia a la oferta de vida que Dios extiende a través del evangelio.

Parte 3 —El Señor es justo

□ El pecado de cada persona es suyo propio Ezequiel 18:19,20

Dios castiga el pecado, pero Él no castiga a nadie por las malas acciones de otra persona. Él declara: «El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo» (Ezequiel 18:20). Cuando estemos ante Dios en el Día del Juicio, recibiremos lo que justamente merecemos por las obras realizadas en nuestra vida (2 Corintios 5:10). No seremos perdonados porque venimos de una familia o nación cristiana, y no seremos condenados por el mal hecho por otra persona.

□ El pasado no determina el futuro Ezequiel 18:21-32

Ezequiel continuó su explicación de la justicia de Dios al declarar que las acciones pasadas de uno no determinarían definitivamente el futuro de una persona. Dios evaluaría a su pueblo en base a las decisiones que tomaran en el futuro (véase Ezequiel 18:21,22,26). Si se vuelven a Dios con un corazón sincero. Él los recibirá con bondad y les permitirá volver a comenzar con borrón y cuenta nueva. Pablo lo expresó de esta manera: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Como el padre en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11- 32), Dios se regocija cuando sus hijos perdidos vuelven a casa. A la inversa, aquellos que son justos deben tener cuidado de no volverse autocomplacientes o creer que su justicia pasada los protegerá del castigo divino cuando elijen el camino del pecado.

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