L a parábola que Jesús contó era una historia simple, pero con un profundo significado. La semilla es la Palabra de Dios.
El sembrador es el mensajero, los tipos de terrenos son los corazones de los hombres y las personas que oyen la Palabra, pero cada uno la recibe de manera diferente. Lo más sobresaliente desde mi perspectiva personal son los cuatro tipos de terreno que aparecen en la narración y que muestran los diferentes corazones en los cuales se siembra la semilla.
La semilla que cae junto al camino
Un corazón no arado que resulta en una vida endurecida. La tierra de junto al camino era demasiado dura para que la semilla penetrase. Es una zona de tierra apisonada en extremo, en el sendero al borde de un campo. Es una superficie dura debido al constante tráfico. Muchas personas tienen un corazón duro, que ha sido pisoteado una y muchas veces por circunstancias contrarias, golpes en la vida, injusticias, derrotas y fracasos que han endurecido el corazón y no están dispuestas a escuchar un mensaje de fe y esperanza. Otras personas confieren demasiada autoridad a sus ideas por mucho tiempo de modo que llega un momento en que son incapaces de aceptar la Palabra de Dios. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal (Proverbios 28:14). El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para el medicina (Proverbios 29:1). No debemos sorprendernos por personas cuya dureza de corazón los lleva a rechazar la verdad divina. Cristo lo enseñó y es una realidad frente a nuestros ojos.
La semilla en terreno pedregoso
Un corazón sin raíz que resulta en una vida superficial, sin profundidad. Las piedras que se encuentran inmediatamente debajo de la superficie de la tierra. Éstas mantienen por más tiempo el agua y el calor; por eso la semilla brota con prontitud, de manera casi instantánea, pero no echa raíz debido a lo pedregoso del territorio y por eso el sol la quema. Esto representa a la persona que escucha la Palabra y se emociona con el mensaje predicado, pero falla al no considerar el compromiso de amar a Dios y su Palabra. No está dispuesto a pagar el precio de una vida que honre a Dios. Es un creyente superficial sin profundidad, sin convicciones. Gente que no desarrolla la fe y el carácter para seguir a Cristo. Al momento que vienen las pruebas y tentaciones se quema su fe y se consume por completo. Son personas que no construyen un fundamento firme. Se constituyen en un peligro porque desaniman a otros y su testimonio es lamentable. Inician en el cristianismo con mucho gozo, hacen promesas, se involucran en cuanto ministerio pueden; pero a la hora de la prueba, a causa de la superficialidad espiritual caen con prontitud. ¡No resisten! Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa (Lucas 6:49).
La semilla entre espinos
Un corazón que no está dispuesto a romper por completo con el mundo. Vive una vida doble, tratando de vivir para Cristo pero se interesa en las riquezas y placeres que el mundo ofrece. El terreno parece bueno pero es engañoso y peligroso. Tantos espinos que crecen y dañan la planta que brotó de la semilla. Aparece el fruto, pero nunca madura. Se vuelve empedernido y de mal aspecto. Es la gente que recibe a Cristo y se trata de involucrar en los proyectos y programas de la iglesia, pero sienten atracción hacia el mundo y se desvían tras las vanidades de la vida. Muestran respeto al pastor y a la iglesia, pero los espinos de la mundanalidad lo van dañando en forma progresiva hasta acabarlo por completo. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición (1 de Timoteo 6:9).
La semilla en buena tierra
Un corazón sano y bueno que resulta en una vida fructífera. Echa raíces profundas en buena tierra y produce fruto con abundancia. Sus palabras, actitudes, carácter, acciones y personalidad honran a Dios y dan testimonio de una vida regenerada por el poder del evangelio. Desarrolla una vida espiritual ejemplar para otros creyentes. Alumbra con la luz del evangelio y da fruto al ciento por uno. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5). La semilla que cae en buena tierra, el evangelio que es recibido en un corazón sincero produce fruto extraordinario. La vida de la persona demuestra un cambio verdadero, una vida transformada, un nuevo nacimiento. Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios (Colosenses 1:10). La semilla que cae en tierra fértil produce a 30, 60 y 100. Es un crecimiento gradual y progresivo. Son creyentes sanos que después de experimentar la verdadera salvación, crecen en santidad, amor, paciencia, conocimiento y fe. Desarrollan una vida de obediencia y trabajan por la obra del Señor. Muchos llegan a ser líderes destacados y competentes; otros son llamados a ministerios y se convierten en instrumentos de Dios. ¡Sembremos la semilla del evangelio!