Para vivir una vida congruente con las escrituras y la buena voluntad de Dios, el apóstol Pablo afirma: No os conforméis a este siglo; sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12:2), y en otra parte dice En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente (Efesios 4:22, 23).
Transformar significa: hacer que una cosa cambie o sea distinta, pero sin alterar sus características esenciales. La mente del ser humano va adquiriendo forma a través del tiempo, en base a los conceptos que va aprendiendo y se van asentando en su memoria, y acaban por marcar su personalidad.
Todo hombre sobre la tierra, nace bajo la influencia inevitable de una naturaleza caída y ruin que lo va apartando de la voluntad de Dios y que puede llegar a manifestarse en las formas más malignas y degradantes que podamos imaginar.
La Biblia describe el hecho de la siguiente manera: Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón (Efesios 4:17, 18). El hombre natural almacena en su mente toda clase de información torcida que por engaño va abrazando y que termina por regir sus actos de tal manera que lo alejan abismalmente de Dios y sus principios.
Una mente condicionada a ideas previamente adquiridas, determina la conducta y actitud que el hombre va desplegando en la vida. En un barco que transportaba esclavos del África se destacaba un joven que aunque llevaba cadenas como los otros, conservaba un cierto aire de dignidad beligerante que lo hacía ver diferente a los demás; cabeza erguida, mirada imponente, caminar altivo, maneras finas. El verdugo que los sometía preguntó quién era aquel que no se dejaba dominar ni con gritos ni con azotes. El que los había capturado en su aldea natal, le dijo: es que ese es el hijo del rey de la tribu quien cayó muerto en el combate. No hay duda; Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él… (Proverbios 23:7), el hombre es y actúa conforme a lo que hay en su corazón. La renovación de una mente que ha aceptado el evangelio de Jesucristo, debe nutrirse de una nueva información que venga de Dios y su Palabra, que le dé una nueva identidad, que norme su conducta y que desplace a la información adquirida con anterioridad. La palabra de Dios es el instrumento más poderoso por medio del cual nuestra mente ha de ser renovada. Es el conocimiento de ella lo que va dando al creyente la guía correcta y confiable que lo llevará a una vida exitosa según Dios.
El profeta Oseas lo visualizó así cuando dijo: Mi pueblo pereció porque le faltó conocimiento… (Oseas 4:6). No es la falta de sinceridad, valentía, voluntad…etc., es falta de conocimiento. Lo primero que debemos hacer para que nuestra mente sea renovada es conocer la palabra de Dios y almacenarla en nuestra mente y en nuestro corazón; Jesucristo dijo: De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna… (Juan 5:24). Lo primero que debe atender el creyente en su vida espiritual, es leer las Escrituras de manera intensa y constante …ocúpate en la lectura… (1Timoteo 4:13), es la recomendación de Pablo a Timoteo. Quien conoce la Palabra puede ser renovado de una manera verdadera y eficaz.
Dijo un rudo predicador al ver la Biblia empolvada que daba señales de no haber sido leída en muchos meses y que sólo adornaba la sala de una casa: los que tienen Biblia no la leen, los que la leen no la creen, los que creen no la entienden y los que la entienden no la obedecen. Quien conoce la Palabra, la cree y la obedece, puede ser renovado de una manera verdadera y eficaz.
El hombre es tres cosas en la vida.
- Lo que la gente piensa y dice de él.
- Lo que él dice y piensa de sí mismo.
- Lo que Dios piensa y afirma acerca de él.
El concepto que la gente tiene de nosotros, seguramente estará distorsionado o será falto de misericordia, lo cual puede hundirnos en un mar de frustración y desánimo. El concepto que tenemos de nosotros mismos, aunque más auténtico y genuino, no siempre es el correcto y que además puede llevarnos, según sea el caso, a un complejo de inferioridad o de superioridad que nos inhabilite para la vida. Prefiero lo que Dios dice y piensa de mí. La perspectiva de él sobre mi persona, siempre será correcta, sabia, equilibrada y es sólo en la Biblia donde la puedo llegar a conocer con exactitud. Cuando lo que la gente dice acerca de mí me hiere, me decepciona o pretende hacerme tropezar, mi mente renovada saca de los archivos en su memoria la frase que dice: Puestos los ojos en el autor y consumador de nuestra fe, en Jesús… (Hebreos 12:2).
Cuando el diablo me acusa de que acepté a Cristo por interés o sólo por instinto de conservación, puedo convenir en que elegir a Cristo, no fue del todo un acto puro y desinteresado de mi parte, pero el acto mediante el cual él me eligió a mí si fue un acto puro, intachable, desinteresado, perfecto, él dijo …no me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros (Juan 15:16).
Cuando soy presa de una sensación de incapacidad total y comienzo a decir ¡No puedo más!, de los escombros de mi derrumbe comienza maravillosamente a reconstruirme el versículo que dice: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).
Cuando caigo desfallecido y ya sin fuerzas, me alienta: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Y así vez tras vez ¿qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas y de tantos y tantos hechos, principios, testimonios y versículos que están en las Escrituras y que renuevan mi mente día con día y alentándome y haciéndome apto para una vida plena que es en Cristo Jesús.