Con toga y birrete había desfilado recientemente en la ceremonia de graduación del instituto bíblico. Tendría cuando mucho unos 25 años, pero Dios lo usaba ya. Predicaba con gran elocuencia y pasión, inclusive algunos sanaron en los altares cuando él ministraba. Pero se fue apagando. Se supo lo de su encarcelamiento. Intentó volver al ministerio al salir de prisión, pero nunca volvió a ser el mismo; no pudo retomar el camino del ministerio fiel y fructífero. Seguro se vio ante una encrucijada: por un lado, el camino de la sumisión a Dios y la negación personal; por otro lado, el camino de la voluntad personal y la negación al deseo divino. La voluntad personal, contra la voluntad del Señor, el yo versus Dios
Escogido, ungido, y desechado
El profeta lo señaló de entre todo el pueblo para ser rey de Israel. ¡Quién iba a pensarlo!, pues aunque el aspecto de Saúl era imponente, el gigantón padecía de baja autoestima. Ordinariamente, una pobre imagen personal podría descalificar a un individuo para ejercer una posición de liderazgo, pero al ungir el Señor con el Espíritu a su elegido lo cambió en otro hombre.
Milagrosamente lo capacitó para cumplir la voluntad divina de gobernar y proteger a Israel (1 Samuel 10:6-10). Dios puede escoger y usar aun lo débil para ejecutar su voluntad.
Luego desaprobó Jehová el ministerio de este rey pero no a causa de la timidez, cobardía, o ineficiencia. Al parecer, no fue un mal monarca Saúl. Pudiera decirse que era bien intencionado, lógico y plausible en sus acciones, avispado para captar el curso de acción conveniente en el momento. La falla fatal del hijo de Cis consistió en superponer su voluntad a la voluntad de Dios. Esa fisura en su carácter lo privó de la aprobación divina.
Como rey designado por Dios y bajo la unción del Espíritu, Saúl estaba en libertad de hacer lo que le viniera a la mano según las dos directrices principales de su oficio, es decir, gobernar y proteger al pueblo. Sin embargo, aunque era monarca, delante de Dios él era un siervo, y como tal debía ejecutar al pie de la letra toda instrucción proveniente del verdadero Rey de Israel.
Saúl no sirvió para esto, cayó en desacato, se convirtió en autoridad para sí mismo; dejó de ser el siervo de Dios para convertirse en el esclavo de motivaciones personales. ¿Serían éstas el orgullo de las victorias pasadas y el nuevo respeto de su pueblo? ¿Acaso la codicia? ¿Le asignaría más valor a la aprobación del pueblo que a la de Dios?
El Gran Soberano de Israel tuvo en poco todas las virtudes de Saúl, pues carecía de una cualidad esencial en todo siervo de Dios: sumisión a la voluntad divina.
Liberados para ser siervos
Particularmente en la época apostólica, el término “siervo” denotaba sujeción. Implicaba también la completa sumisión del siervo a su amo.
Paradójicamente, en la actualidad algunos le cargan al vocablo una connotación de señorío.
El admiradísimo Pablo se reconocía él mismo como servidor de Jesucristo. En este tema su doctrina era radical. El apóstol enseñaba que el creyente no se pertenece a sí mismo, sino a Jesucristo, quien pagó un precio para adquirirlo (1 Corintios 6:19, 20).
Existe un antecedente tipológico en el Antiguo Testamento: Dios le exigía al Faraón la liberación de los hebreos, para que le sirvieran. Al ser rescatados los hebreos, ya no servirían al egipcio sino a Jehová de los ejércitos, el Redentor (Éxodo 4:22, 23).
El ministro del Señor es un servidor de Dios y a él debe su completa obediencia. Primero, porque lo ha comprado con la sangre de Cristo (1 Pedro 1:18-21), y segundo, porque lo ha ungido para ocuparse en su obra. Por lo tanto, el siervo del Señor actúa haciendo lo que le viniere a la mano en el cumplimiento del servicio prestado a su Rey, y a la vez se muestra receptivo para discernir directrices más específicas ordenadas por su Dios para obedecerlas fielmente.
Cuando Saúl mostró su espíritu obstinado, el Señor escudriñó los corazones buscando alguno inclinado a la obediencia, y encontró en David a alguien apto para el trono de Israel (Hechos 13.22).
Siervos de corazón
Ocho hijos tenía Isaí, pero presentó solamente siete ante Samuel el profeta.
No consideró el patriarca llamar al menor, quien debido a su edad pastoreaba el rebaño de la familia ¿Acaso se fijaría Samuel en David para ungirlo rey sobre el pueblo de Dios? –pensaría quizá Isaí–. Las escasas probabilidades no ameritaban el trabajo de convocar al jovenzuelo. Sin embargo, Jehová buscaba algo específico, y lo encontró en el corazón del chico a quien su padre negó la oportunidad de ser siquiera considerado por el profeta. El Señor buscó y encontró en aquel adolescente una disposición para acatar y ejecutar toda la voluntad divina. Saúl contrapuso su voluntad a la voluntad del Rey de Israel.
David daría cumplimiento a los deseos de Dios (Hechos 13:22). Saúl quedó descartado. David fue afirmado en el trono, y Jehová en su gracia le prometió la permanencia eterna de su linaje y de su reino.
En su DVD Full Flame, Reinhard Bonnke imagina a Jesús orando la noche anterior a la designación de los doce apóstoles: no me permitas hacer las cosas como las hace el mundo. Al siguiente día –continúa Bonkke– prescindió de los más avezados estudiantes de la Yeshivá, y eligió a doce personas ordinarias para revelarse a ellos, enseñarles la Palabra, ungirlas con su Espíritu y colocarlas en el fundamento de su Iglesia ¿Qué busca Dios en sus servidores?
Requiere varias cualidades el siervo del Señor, pero una esencial es la disposición a someterse a la voluntad divina, pues lo demás lo hará el Espíritu en y a través del ministro, a pesar de la timidez o de la inexperiencia juvenil. El Mesías de Dios sabía vivir sometido a la voluntad del Padre. Aprendió la obediencia aunque era Hijo (Hebreos 5:8), por ello pudo exclamar triunfalmente en Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Helo allí, postrado y bañado en sudor, un Rey con corazón de siervo. Siempre es mejor vivir sometido a la voluntad de Dios.
el mesías de Dios sabía vivir sometido a la voluntad del Padre. Aprendió la obediencia aunque era Hijo (Hebreos 5:8), por ello pudo exclamar triunfalmente en Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Helo allí, postrado y bañado en sudor, un Rey con corazón de siervo.
fuente: AVIVA 2016 – Julio