Mientras que visión es definida en ocho acepciones por la Academia de la Lengua, ninguna de las cuales tiene la carga semántica que en la planeación estratégica se le asigna, la ambición es el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama.
Ambas palabras, visión y ambición, están etimológica, denotativa y connotativamente distantes, aunque en su intencionalidad no falta el que confunda a una con la otra. El que más que tener el deseo de que Dios cumpla con sus propósitos y buena voluntad, el ser instrumento de su gracia de acuerdo a su soberanía, deriva en una personalísima consecución de lo que entre santos ni siquiera se debe de nombrar, ha empezado a seguir el camino de la ambición. Miembros del club de Diótrefes, por así decirlo, meros parloteadores que aman el liderazgo mas no el servicio inscrito en la perfecta voluntad de Dios, y que por lo mismo son incapaces de interactuar con los demás líderes, con los que no se contentan y practican el excluyentismo.
La visión como ahora la entiende y se entiende a la luz de la planeación estratégica es, palabras más palabras menos, el ideal de lo que en el futuro se quiere crear de una organización, para que sirva de inspiración, dirección y compromiso a cada uno de sus integrantes.
Pero “visión”, en su lisa y llana connotación bíblica, no se corresponde exactamente a la visión de las organizaciones actuales, aunque no ha de faltar el que, por la vía de la suposición, aplique una teoría hermeneutizante para hacerla aparecer como coincidentes. Por ejemplo, en Proverbios 29:18 se dice: Sin profecía el pueblo se desenfrena. La Nueva Versión Internacional así lo traduce: Sin visión el pueblo se desenfrena, pero alude directamente a la visión profética, o sea, a la amonestación y guía por el camino de las Escrituras. 1 Samuel 3:1 refiere, no había visión con frecuencia, otra vez referida a la ausencia de la voz del cielo, no a las habilidades de Elí para guiar al pueblo. La vida de Pablo fue gobernada por una visión: No fui rebelde a la visión celestial (Hechos 26:19), que obviamente apunta a la directriz que recibió para predicar a los gentiles. No era “su” visión la que perseguía, sino “la visión celestial”.
Pero entendiendo la visión, aunque no se refiera como tal en la Biblia, como el ideal hacia dónde avanzar o algún tipo de empresa que se quiera lograr, tampoco hay que circunscribirla a uno mismo sino hacerse dependiente del propósito general de la Iglesia. Las visiones personales son parciales y equivalen a la fragmentación del cumplimiento de la gran comisión que pueden llevar a una contracción del crecimiento o, incluso, a un triste panorama de decrecimiento.
En cambio los propósitos de Dios para su pueblo no empiezan y se agotan con un liderazgo, sino que el Señor inscribe los esfuerzos de los liderazgos en el contexto de sus sublimes propósitos de redención y vida eterna. En otras palabras, que no se haga mi voluntad ni se cumpla mi deseo atribuible a una visión propia, sino que Dios cumpla sus propósitos en nosotros y nos marque el camino por donde debemos caminar. Aunque hay caminos que al hombre le parecen correctos, prefiramos siempre andar por el buen camino del Altísimo. Por ejemplo, en el caso de Josué 1:5-9 es como si Dios le dijera: “Tú eres mío; el pueblo es mío; el propósito es mío; la tierra es mía. Tú atiende a mis preceptos, esfuérzate y sé valiente porque en tu liderazgo será repartida la tierra que hace siglos les había concedido.” ¡Qué expresiones tan sublimes! Dios no concede a Josué sus propios sueños ni su propia visión (porque Josué tampoco los tenía), sino que le manda avanzar para que los propósitos de él, de Dios, se vean cumplidos a través del pueblo, no únicamente por medio de su líder. Josué se esforzó en obedecer, lideró al pueblo, combatió con estrategias de guerra, tomo decisiones de vida, pero siempre con la convicción de que Dios está actuando de acuerdo a sus designios eternos. Josué no se sentía el líder del momento sino el siervo que servía al Señor en el avance de sus propósitos. Fue y supo ser un estratega subordinado a las estrategias de eternidad.
El caso de Salomón también revela la grandeza de quien se sabe parte de algo más grande que él mismo. David había querido construir casa para el santuario de Dios, pero no le fue concedido sino a su hijo. A pesar de eso preparó todo, desde los planos hasta oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra, así como los obreros, canteros, albañiles, carpinteros, orfebres y en general a expertos en la construcción, y dejó el dinero necesario para pagar todo, además de haber dispuesto a sacerdotes y levitas para el orden litúrgico. Salomón prosiguió con el propósito (con la “visión” según el concepto moderno de la palabra) de su padre y construyó el santuario con la magnificencia con que David había vislumbrado.
Algunos de los que ahora hablan de liderazgo señalan que nadie debe de trabajar con visiones prestadas, pero otra vez las Escrituras describen un escenario de traspaso de “visión” (en el sentido en que la planificación estratégica la refiere) que culminó en gran bendición. Porque no fue la intención de un hombre sino parte de los propósitos de Dios. No hay en este pasaje asomo de egoísmo ni de celos ni de resabio por continuar con el proyecto del antecesor, sino una feliz interacción al funcionar bajo el amparo de la soberanía y largura de propósitos de Dios. Así no hay trabajos a medias ni proyectos inconclusos ni deseo de borrar la obra del que antecedió sino interdependencia y complementación.
Las Escrituras nos demandan que hagamos, pero especialmente que seamos. Hagamos grandes proyectos que se desprendan de la santísima voluntad del cielo, y seamos líderes conforme al corazón al Dios y no de acuerdo a la naturaleza del ser humano. Por eso no está de más recordar la siguiente tabla comparativa.
Hagamos planes, diseñemos proyectos y estructuremos metas con la sabiduría e inteligencia espirituales, sometidos a la dirección del cielo y así, distanciados de intereses personalísimos producto de la ambición, remontar los retos y desafíos que se presenten. Así sea, para alabanza de su gloria, para gozo y deleite nuestro, para hacer avanzar el reino de los cielos en lo que a nosotros concierne, y que Dios siga trascendiendo la renovación de su misericordia en medio de su pueblo. Anhelemos que el Señor nos siga prodigando el favor de su presencia y que siga derramando de su Espíritu sobre su Iglesia, y que nuestros hijos e hijas profeticen, que nuestros ancianos sueñen sueños y que nuestros jóvenes vean visiones.
No profecías acomodaticias ni sueños a consecuencia de proyectos frustrados ni visiones producto de la imaginación ambiciosa, sino profecías, sueños y visiones que se deprendan de una íntima comunión con Dios, inscrito todo en el marco de su perfecta voluntad, del cumplimiento de sus propósitos, de la grandeza de su gracia, del privilegio de ser instrumentos de su gracia… Amén