Por Silvia Muñoz
Cuando era pequeña me gustaba ir a la plaza y sentarme en uno de sus extremos esperando que alguna de mis amigas ocupara la otra punta, y así subir y bajar. El “sube y baja” era una tabla de madera fijada a un travesaño a manera de balanza. En cada uno de sus dos extremos nos sentábamos y nos entreteníamos por horas. Los grandes nos solían dejar con los pies en el aire a los más pequeños, hasta que aparecía alguien para hacer el equilibrio a quien lo necesitara.
Con frecuencia se recrean estas vivencias cuando pienso en los Salmos. Los “altibajos” de este libro poético no pueden tener mejor paralelo que el de un sube y baja.
La primera lectura bíblica frente a la congregación, con mis doce años, fue el Salmo 27. ¿Por qué lo habré elegido? Tal vez quise expresar mi confianza en Dios en épocas de dolor (vs. 5). Mi vida no fue tan sencilla y feliz como la de otros, pero el Señor me alumbraba en medio de mis noches oscuras, me daba fuerzas y quitaba mi temor (vs.1).
Los Salmos expresan sentimientos y emociones humanas. Los estados de ánimo no son malos ni buenos, sino parte de lo que el Creador añadió a nuestro ser. En los Salmos hallamos un balanceo que oscila del dolor a la alegría, de la ansiedad a la gratitud, de la frustración a la esperanza o la confianza, y así con cada sentimiento antagónico. En las dificultades, las pruebas, los sufrimientos y la incertidumbre, la compañía de Dios confronta a la soledad y el desamparo.
La omnipresencia del Señor rodeaba permanentemente al salmista, pero a menudo su humanidad percibía otra cosa. Tal paradoja nos suena muy familiar, ya que muchas veces creemos estar a la deriva y otras, en la cima de un monte muy alto. Así es el hombre en su inestabilidad emocional, como un sube y baja.
El Salmo 103 es una exhortación a la alabanza y gratitud hacia el Altísimo: al Dios que perdona, rescata, hace justicia; al Dios misericordioso que no se olvida de sus seres creados; al Señor que fortalece, que da eterno amor, prosperidad y larga vida.
David exalta al Dios inamovible en bondades hacia su pueblo y somete a su alma al reconocimiento perpetuo de Él.
Solo citamos este Salmo a modo de ejemplo, pero abundan las inspiradas poesías que manifiestan el bienestar que se siente por el dominio del Soberano, donde impera un estado de confianza absoluta y una fe inquebrantable.
Sin embargo, no todos los salmos son así. El 38 muestra angustia y dolor sumados a la sensación de desamparo por la persecución experimentada. El autor estaba realmente abatido.
De manera similar, en el Salmo 55 el terror y el temblor lo invadían. El miedo se había apoderado del salmista debido a la traición que sufrió. Clamaba por refugio en la tempestad que atravesaba.
Qué decir de la culpa que el autor lleva sobre sus hombros por el pecado cometido, en el Salmo 51.
No solo hallamos sentimientos pasivo – negativos en este maravilloso libro. La frustración, la ira y los deseos de venganza afloran en el Salmo 109.
Una buena parte de los salmos pertenece a la pluma de David. ¿Cómo es posible que un rey elegido “conforme al corazón de Dios” pudiera experimentar sentimientos de este tipo?… Pero al avanzar en la lectura, hallamos expresiones de confianza y dependencia: “¿Por qué te abates, oh alma mía?… espera, porque volveré a alabarle”, “…estoy perseguido, mas en ti está puesta mi esperanza…”, “…te confesé mi pecado y fui libre…”.
El libro de los Salmos pone en evidencia las perplejidades de sus autores. Frente a la realidad que enfrentaban, sus sentimientos y emociones fluctuaban. Pero lo que permanecía inamovible era la fe.
Análogamente, nuestro ánimo no siempre está bien. Algunas veces estamos arriba y otras, abajo. Pero eso no condiciona a nuestro espíritu. Nuestro ánimo depende de numerosos factores que se combinan entre sí, pero nuestro espíritu depende de la fe, algo que nos relaciona solo con Dios.
En palabras de Pablo, con frecuencia nos sentimos “derribados, pero no destruidos; en apuros, mas no desamparados”. Pero la fe nos permite depender del poder de Dios, que se hace fuerte en nuestras debilidades.
Los Salmos son una ayuda y modelo para darnos cuenta de que podemos estar en la cima de la montaña con logros increíbles o en lo profundo de la oscuridad, con la tristeza más incomprensible y creyéndonos sin salida. En ese sube y baja emocional podemos estar seguros de una cosa: que nuestra fe en el Señor será el rescate, y Él se encargará de equilibrar la tabla frente a los temores que pesan.
El Salmo 66 muestra en su inicio las bondades de nuestro Señor. En los versículos 9 al 11 nos muestra que podemos estar en las peores condiciones, pero a partir del 12 “nos saca a abundancia”. Continúa hablando de sus misericordias para concluir: “Bendito sea Dios, que no desechó de sí mi oración, ni de mí su misericordia”.
Si nos tuviésemos que guiar por sentimientos y emociones, quizá ya hubiésemos quedado en el camino, pero no somos de los que retroceden, ya que nuestra FE en el Señor es el equilibrio en el sube y baja que nos mantiene hasta el final.
Para definir los Salmos de otra manera, diríamos que son expresiones muy humanas y artísticas de la fe.