…ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte (Filipenses 1:20).
Usted vislumbrará cómo Dios se glorificó en la vida de Jim Elliot; anhelará la dirección de Dios para servirle y aun para morir por él, y permitirá que el Espíritu Santo lo encienda como una llama de Dios en medio de las tinieblas.
Hablar de Jim Elliot es hablar de un joven excepcional. Estudiante en el colegio Wheaton, campeón escolar de lucha, graduado con honores, presidente de la Asociación Estudiantil de Misiones Extranjeras, poeta aficionado, admirado por sus compañeros, poseedor de una estatura espiritual impresionante y con un futuro muy prometedor. Pero, ¿en qué debe gastarse una vida tan valiosa?
Cuando Jim era niño, aprendió en su hogar de Portland, Oregón, que la Biblia es el Libro de los libros. El padre de Jim, un escocés pelirrojo, solía juntar a sus cuatro hijos todas las mañanas después del desayuno y leerles algo de la Biblia, haciéndoles ver que este Libro debía ser vivido y que la vida en Dios era feliz. Aunque los niños se retorcían en sus asientos, por su corta edad, algo de esas verdades penetraron en el pequeño Jim que, cuando se convirtió durante la época en que estudiaba la secundaria, no se avergonzaba del evangelio de Cristo. Ya en la universidad la pasión por las almas lo motivaba y por esa época tuvo la convicción de su llamado misionero a un país latinoamericano.
1. SU PREPARACIÓN
Siendo estudiante, Jim Elliot eligió el griego como especialidad, preparándose para traducir las Escrituras a un idioma desconocido en el futuro. Hizo ejercicio practicando lucha con la intención de preparar un cuerpo fuerte para el trabajo que Dios le tuviera por delante. En 1947, a la edad de 20 años, escribió a sus padres mientras cursaba el segundo año de la universidad: El Señor me ha dado un hambre por la piedad que sólo puede ser de él. Sólo él puede satisfacer tal hambre.
Sin embargo, Satanás tratará de engañar y poner delante toda clase de quimeras: una vida social y superficial, un nombre célebre, una posición de importancia, éxito escolar. ¿Qué son estas cosas sino el objeto del deseo de los gentiles cuyos anhelos están torcidos y pervertidos? Sin duda oiréis que en la escuela y correrán la misma suerte que la letra B de oro y el rubí recibido en el colegio Benson; destartalado del sótano yacerán. Todo es vanidad debajo del sol, y un correr tras el viento. La vida no está aquí, sino escondida arriba con Cristo en Dios, y en esto me regocijo y canto cuando pienso en tal exaltación.
II. EL DESAFÍO
Hacia el fin del año de 1950, contando ya con 23 años, Jim asistió a una reunión misionera, de donde salió convencido de que su trabajo sería en las selvas sudamericanas. Hacia el fin del verano del mismo año, esa dirección en términos generales se hizo específica.
Jim conoció a un misionero que había estado en el Ecuador, quién le compartió sobre la gran necesidad del país y particularmente del reto de los terribles huaorani (llamados peyorativamente “aucas», que en quechua significa “salvaje»). Entonces dedicó la mayor parte de 10 días para orar buscando la confirmación de Dios.
Después escribió a sus padres, debido a los comentarios de la gente que lo conocía, y que estaba tratando de desanimarle, diciéndole que su ministerio sería más efectivo en los Estados Unidos, pues era un joven ministro con mucho futuro. Él sólo escribió: No me atrevo a quedarme mientras aquellos pueblos perecen. ¿Qué importa si la bien concurrida iglesia en mi tierra necesita ser animada? Tienen la profetas, y mucho más. Su condenación está escrita en sus chequeras y en el polvo de las tapas de sus Biblias.
III. RUMBO A ECUADOR
Revestidos de una fuerte determinación, en 1952, Jim Elliot y Peter Fleming, un joven graduado de filosofía y a quien Dios había llamado igual que a Jim, partieron rumbo al Ecuador. Pisaron tierra ecuatoriana en Guayaquil, de ahí fueron a Quito, donde permanecieron perfeccionando su dominio del español. Después se dirigieron a Shell Mera, donde se encontraron con el doctor Tidmarsh, con quien habían mantenido correspondencia desde los Estados Unidos. Ya en compañía del doctor Tidmarsh, volaron a Saida, una base misionera cerrada, para luego emprender una travesía por la selva, que los llevó a su primer encuentro con las tribus de la zona.
Peter, al verlos, dijo en su corazón: ¡Sí, yo puedo amar a esta gente! Jim dijo: Hemos llegado al destino que habíamos decidido en 1950. Mi gozo es completo. ¡Oh, qué insensato hubiera sido rechazar la dirección de esos días! ¡Cómo ha cambiado el curso de mi vida y agregado una multitud de goces! Su ministerio inicia aprender el idioma quechua y acompañar o asistir al doctor en la curación y administración de medicamentos.
El doctor partió tiempo después a las montañas, y se quedaron solos en ese trabajo.
A finales de 1952, una pareja joven, amigos del pasado, llegaron a unírseles, Ed y Marilou McCully, con su pequeño hijo. Una pareja más, Nate y Marj Saint, jóvenes también, pero con mayor experiencia, pues habían estado en Ecuador desde 1948. Nate era piloto de la Confraternidad Misionera de Aviación y Marj ayudaba hospedando en casa a todo misionero que pasaba por la estación.
El último asignado por Dios para esa tarea fue Roger Youderian con su esposa Bárbara, que habían comenzado a trabajar con los jíbaros reductores de cabeza. todos estos hombres con sus familias fueron pioneros de esas regiones; sin embargo, aunque tenían mucho trabajo. Dios los unió para un trabajo especial: predicar a las huaorani. Estos tenían fama de asesinos. De esta tribu Nate Saint dijo una vez: ha sido un peligro para los exploradores, un problema para la república del Ecuador, y un desafio ¡ para los misioneros del evangelio
IV. OPERACIÓN AUCA
Jim estaba más que entusiasmado con la idea de llegar hasta el pueblo huaorani para predicarles el evangelio.
Sólo una cosa estaba inquietando su vida. Cuando inició su ministerio, estaba seguro que debía permanecer soltero, pero había conocido a Elizabeth, una joven que amaba a Dios y su obra tanto como él y que deseaba servirle hasta el fin. y se enamoraron.
Después de un tiempo de oración en la que estuvieron dispuestos a renunciar el uno al otro si esa era la voluntad de Dios, decidieron casarse y unir sus vidas para servir al Señor, en noviembre de 1953. Por su parte, Peter Fleming se casó con Olive en 1954. Jamás se había visto un equipo tan excelente y prometedor como el formado por aquellos cinco misioneros y sus familias. Ellos siguieron preparándose, sirviendo en las comunidades, aprendiendo frases en la lengua de los huaorani y trazando la estrategia para alcanzar a la tribu.
Septiembre de 1955 marca el inicio de la Operación Auca. Su estrategia consistió en sobrevolar territorio y gritar desde los aires frases amistosas. Después hicieron otros vuelos dejando caer regalos. Repitieron este proceso una y otra vez, con el propósito de lograr la simpatía de los huaorani. Ya para diciembre comenzaron a dejar caer fotografías ampliadas de ellos, con el fin de que cuando pudieran encontrarse cara a cara con ellos, éstos los reconocieran. Cuando vieron que empezaron a darse intercambios amistosos desde la canasta que colgaba del avión, dieron el siguiente paso. Planearon encontrar un lugar donde pudieran tener el primer encuentro físico con los huaorani.
El 3 de enero de 1956 está marcado como el día en que dio inicio la etapa del encuentro físico de los miembros de la Operación Auca con los nativos. Ese día, los cinco misioneros subieron al avión con la firme decisión de encontrarse con ellos. El 4 de enero descendieron cerca del río Curarav donde se establecieron, llamando a esta zona Palm Beach. Esperaron algunos días a que los huaorani bajaran hasta ellos, ya que por el altavoz del avión los habían invitado a encontrarse con ellos en el Curarav. Dos días después, el 6 de enero, tuvieron éxito. Un huaorani al que llamaron George y dos mujeres hicieron su aparición; los misioneros se las arreglaron con las pocas frases que sabían, y platicaron con ellos casi toda la noche
V. EL GRANO DE TRIGO QUE LLEVA FRUTO
Al amanecer del séptimo día, los misioneros esperaron creyendo que aquellos huaorani irían por los demás y les informarían que los misioneros eran pacíficos e inofensivos. Su espera ese día fue infructuosa, y el domingo 8 sobrevolaron la población de los nativos. Encontraron en las casas a las mujeres y niños y pensaron que parecían buenas noticias; al recorrer los senderos observaron un grupo de diez hombres. Los misioneros se apuraron para que el avión pudiera llegar antes que sus invitados. Desde ese día sus esposas no volvieron a saber nada de ellos. Se iniciaron vuelos de rescate hasta que el 21 de enero se les informó a las mujeres que sus esposos habían sido asesinados por aquellos diez hombres.
La noticia sobre aquellos jóvenes misioneros mártires corrió por todo el mundo. Jim Elliot y sus cuatro compañeros perdieron la vida y parecía que todo quedaría allí. Parecía que todo había sido en vano, que su entrega no había servido de nada, pues ni siquiera lograron hablar una palabra de Jesús con los aucas. Sin embargo, no fue así. Las viudas y sus hijos (Jim y Elizabeth tenían una bebé recién nacida), permanecieron en la tarea que sus esposos habían empezado, y meses más tarde lograron contactar a los huaorani. Llegaron a conocer personalmente al jefe de la tribu y asesino de sus esposos. Por un prodigio de Dios, este hombre sanguinario aceptó a Jesús como su Salvador y toda aquella región fue impactada por el evangelio.
Al paso de los años, los hijos de aquellos misioneros martirizados siguieron sus pasos, no sólo como buenos cristianos, sino como misioneros. Algunos regresaron a la región huaorani para seguir proclamando el nombre de Jesús. Además, la historia de Jim y sus compañeros fue conocida en el mundo entero y ha servido de inspiración a miles de jóvenes para dar su vida al Señor, aun cuando esto signifique encontrar la muerte como le sucedió a Jim Elliot.