Hablar de las responsabilidades de los creyentes con su iglesia es un tema que merece toda nuestra atención, debido a las actitudes de algunos cristianos que van marcando tendencias de mínimos compromisos hacia los temas eclesiales.
El escritor Thom S. Rainer, escritor de varios libros sobre este tema, dice que hace algunos años considerábamos que los miembros más activos de la iglesia eran los que asistían unas tres veces por semana.
Hoy la perspectiva ha cambiado totalmente, a tal grado que muchos expertos definen como miembro activo de la iglesia a alguien que asiste a eventos o reuniones de la congregación al menos tres veces al mes.
Desde luego que la asistencia a las actividades de la iglesia sí define mucho de la espiritualidad y el compromiso del creyente con su congregación; por lo tanto, no podemos cerrar los ojos ante esta realidad de cómo una sociedad centrada en el materialismo ha influido negativamente a los creyentes, además de la influencia de las corrientes teológicas que hacen un fuerte énfasis en el tema de la prosperidad.
Creemos que los seguidores de Cristo tenemos a la mano los recursos necesarios que el Señor en su gracia nos ha provisto para hacer de la vida cristiana un estilo de vida contagioso que sea deseable por los miembros de la congregación poco comprometidos, pero también por una sociedad anhelante de experiencias espirituales trasformadoras.
En la Escritura se registra el origen de la iglesia revelándonos los principios fundamentales sobre los cuales se estableció la vibrante vida de la naciente iglesia.
El versículo 42 del capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece un resumen de los principales compromisos de estos miembros: Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Primeramente observemos cómo el escritor inspirado Lucas describe la actitud de los creyentes hacia las actividades que ellos asumían como responsabilidades. Nos dice que: perseveraban (del griego proskarterountes), lo que significa “ser constantemente diligente” o “adherirse fuertemente”. Esta es la misma palabra que Lucas utilizó para describir las actividades de los discípulos después de la ascensión de Jesús al decir: Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego (Hechos 1:14).
Entonces entendemos que los primeros discípulos manifestaban una constante diligencia y se adherían fuertemente a la doctrina de los apóstoles, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y las oraciones. Ellos asumían estas actividades como responsabilidades insustituibles en su nueva vida. …en la doctrina de los apóstoles.
La primera responsabilidad del creyente consiste en mostrar una constante diligencia para involucrarse en los programas educativos de la iglesia. Los primeros cristianos manifestaban esta adhesión.
Las enseñanzas que ellos seguramente predicaban eran la muerte, resurrección y ascensión de Cristo. Hoy todos los miembros de la iglesia deberían estar instruidos en las doctrinas fundamentales de la fe. Para ello se debe seguir la exhortación del apóstol Pedro: desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación (1 Pedro 2:2). Los cristianos saludables deben alimentarse diariamente de la Palabra de Dios. …en la comunión unos con otros.
La segunda responsabilidad del creyente tiene que ver con manifestar una constante diligencia en fomentar el compañerismo en la iglesia. La palabra original aquí es koinonia que puede traducirse como “participación” o “comunicación” de ayuda práctica para un hermano en la fe, o también una asociación para cooperar en la obra del evangelio sustentados en la comunión con Jesucristo nuestro Salvador y en la comunión del Espíritu Santo que es el que da la efectividad.
El compañerismo que los creyentes debemos manifestar es más que tener reuniones de convivencia. Es tener propósitos conjuntos para la iglesia, unirnos en proyectos que fortalezcan la vida espiritual de la congregación, de alcance evangelístico, de ayuda a grupos vulnerables, de expansión de instalaciones y otros más. …en el partimiento del pan.
La tercera responsabilidad del creyente consiste en manifestar una constante diligencia en fomentar la celebración de “fiestas de amor”. Celebrar fiestas de amor con nuestros hermanos en Cristo y con los necesitados. Se cree que los primeros discípulos después de las comidas ordinarias se daban un tiempo para celebrar la Cena del Señor, y la llamada agapai o “fiesta de amor”. El crecimiento y fortalecimiento de la iglesia primitiva se debió en gran parte al ambiente de generosidad y amor que se creó en estas reuniones en las casas. En la iglesia actual un gran número de personas han sido ganadas y edificadas en este tipo de reuniones. …y en las oraciones.
La cuarta responsabilidad del creyente se refiere a manifestar una constante diligencia en fomentar la vida de oración en la iglesia. El uso del artículo definido (las oraciones) nos indica que a estos discípulos no los limitaba el lugar, el momento o las circunstancias. Ellos oraban en todo lugar y tiempo; era parte de su estilo de vida o podemos decir que era su vida misma. Oraron para ser llenos del Espíritu Santo, para elegir a un nuevo líder, cuando los amenazaban, cuando los apedreaban, en la cárcel, y en muchos otros momentos y lugares.
Hoy reafirmamos: la oración es la vida de la iglesia, si queremos ver cosas extraordinarias es necesario ver a más miembros comprometidos con “las oraciones”. Asumir estas prácticas como responsabilidades esenciales para la vida de la iglesia trajo resultados extraordinarios. Los versículos 43-47 de este capítulo nos ofrecen una descripción de la vida de los primeros cristianos: vino un profundo temor reverente, se realizaban muchos milagros y maravillas, vivían en comunidad, compartían con los necesitados, perseveraban unánimes cada día en el templo, compartían el pan en las casas con gran gozo y generosidad, todo el tiempo alababan a Dios y disfrutaban de la buena voluntad de toda la gente. Sobre todo, vemos cumplido el propósito de la iglesia: Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (v. 47).