Por Rafael Mendoza
El ritmo del cambio en el siglo XX fue asombroso. Prácticamente todos los indicadores prometían que en el siglo XXI el cambio se aceleraría aún más. Esto es importante para la iglesia y sus predicadores, ya que tratan con realidades eternas. Si bien es cierto que los análisis interminables sobre el cambio pueden distraer el enfoque del evangelio de Cristo, la tarea que continua es comunicar la verdad de la Palabra de Dios a personas que viven en un mundo en constante cambio. Ignorar esta realidad es buscar una falsa seguridad que no caracteriza al siglo XXI.
Los rápidos cambios sociales generan una serie de retos sin precedentes para la iglesia. Esta deberá enfrentarse a retos que nunca imaginados. Es imperativo mirar más allá de lo convencional y es necesario ser entendidos de los tiempos, a fin de prepararse mejor para estos desafíos. En las próximas décadas, si la iglesia no se adapta, perderá su influencia de manera absoluta.
Permanecer encerrados en los templos postpandemia y utilizar la mayoría de los recursos para programas internos es un error que va en contra de la gran comisión de ir y hacer discípulos. Algunos de estos desafíos ya son una realidad en muchas comunidades de fe que mueren lentamente sin darse cuenta. Por ello, es urgente revisar cada uno de estos aspectos en el entorno ministerial y eclesiástico:
Envejecimiento de la iglesia: La generación de nuevos discípulos es casi nula en muchos países de Occidente. El conformismo de solo mantener el grupo es recurrente. Por ejemplo, en las congregaciones anglosajonas de los Estados Unidos ya no hay adolescentes, jóvenes ni adultos jóvenes en sus entornos eclesiales. La falta de liderazgo en el cambio generacional ha envejecido a la iglesia norteamericana llevándola por el mismo camino que la iglesia en Europa.
Analfabetismo bíblico: La falta de formación de nuevos discípulos en las generaciones millenials, centennials y alfa ha llevado a una falta de conocimiento bíblico entre los congregantes. En Estados Unidos, la mayoría de los estudiantes universitarios son ignorantes de la Biblia, y en América Latina el porcentaje es aún mayor. El vocabulario cristiano como pecado, gracia, y resurrección no es reconocido ni entendido. Esto resulta en una incomprensión absoluta del evangelio entre los jóvenes, inclusive aquellos nacidos en hogares cristianos.
Esto significa que un predicador capaz de proclamar el evangelio solo puede ser efectivo con creyentes que ya están cristianizados en vocabulario y conceptos bíblicos. No puede serlo con personas que no solo ignoran el contenido y la terminología bíblica básica, sino que han adoptado posturas hacia la espiritualidad y religiosidad que están en desacuerdo con lo que dice la Biblia.
La iglesia afecta a grupos sociales de todos los ejes urbanos que fueron conducidos a tener sus mentes como discos duros en blanco, a los que se les han borrado ciertos archivos y partes de archivos que chocan irremediablemente con la verdad de las Sagradas Escrituras. Este analfabetismo bíblico es un desafío que ejerce presión sobre la mayoría de los predicadores cristianos en el mundo occidental, algo que no tenían hace apenas medio siglo
Predicadores que piensen y hablen a través de la Palabra de Dios: Los predicadores deben enfrentar los desafíos sociales con discernimiento, penetración, crítica e integración con los múltiples movimientos sociales y cuestiones culturales. Esto no implica que la agenda de una época se convierta en la agenda de la iglesia, sino que se debe predicar la Biblia en el contexto cultural actual.
Existen predicadores, líderes denominacionales y ministros del evangelio que han pasado años leyendo a los puritanos, reformadores y padres apostólicos, cuya imaginación está atrapada en un túnel del tiempo de varios siglos atrás. No se trata de desechar el estudio de la historia, ya que esto abre nuestros ojos a otras culturas y nos presenta a creyentes en otros tiempos y lugares, y otorga profundidad y perspectiva a nuestras vidas.
Sin embargo, estos predicadores cuyos puntos de integración y aplicación surgen de debates históricos, como la controversia donatista, el debate sobre el socinianismo, la revocación del Edicto de Nantes, la legitimidad o no del principio Hooker, nunca abordan temas apremiantes como el aborto, las bioéticas radicales o la agenda 2030, viven al final de su vida en el siglo equivocado.
En una época marcada por la pornografía infantil, que venden más que los cigarrillos, el alcohol y las drogas, los mundos digitales, la globalización, enfermedades venéreas y el resurgimiento del Islam, la iglesia no puede eludir estos temas tan importantes. Al mismo tiempo, estas cuestiones no deben determinar su mensaje. Pero no mostrar la relevancia del evangelio en tales problemáticas es solo proclamar lo que no tiene importancia. Por lo tanto, la tarea de los predicadores es ser expositores fieles de la Palabra de Dios, ejercer ese ministerio en el tiempo y lugar donde Dios los ha colocado providencialmente como voz profética.
Presión sobre las iglesias pentecostales: Las iglesias pentecostales experimentan una tremenda presión por parte del liderazgo, ministerio y miembros de congregaciones locales, para silenciar el ejercicio de los dones del Espíritu en reuniones públicas. Con ello comprometen las enseñanzas pentecostales y paulatinamente mengua su influencia y su determinación por expandir el evangelio en diferentes entornos sociales.
Sociólogos e investigadores del comportamiento religioso en el mundo señalan que el pentecostalismo tendrá menos membresía en el 2050 que en el 2025. Esto se debe a la presión que padecen los grupos pentecostales para limitar la manifestación de los dones espirituales en sus reuniones públicas.
Al silenciar el ejercicio de los dones del Espíritu, las comunidades pentecostales están traicionando sus propias enseñanzas y principios fundamentales. Esto a su vez reduce de forma gradual su influencia y su capacidad de llevar el evangelio a diversos contextos sociales.
La iglesia pentecostal enfrenta el desafío de mantener fiel a su identidad y misión original, sin ceder ante las demandas de quienes buscan limitar la expresión de los dones espirituales. Esto requerirá un liderazgo valiente y una firme convicción en las enseñanzas bíblicas sobre el Espíritu Santo.
Adopción de tácticas empresariales no bíblicas: Las iglesias experimentan la presión de adoptar tácticas no bíblicas del mundo empresarial en áreas claves de su estructura. Esto debido a procedimientos religiosos obsoletos, impersonalizados e ineficaces. Las estructuras de liderazgo piramidal se niegan a morir y están determinadas a impedir el cambio.
La filosofía de vida en muchos líderes eclesiásticos es “es un pecado estar fuera del presupuesto”, lo que refleja una mentalidad que prioriza la eficiencia financiera sobre la misión y el ministerio donde paulatinamente la organización eclesiástica y la iglesia local se están tomando como empresa personal a la que no se está dispuesto a renunciar.
Importancia de la mentoría ministerial: La falta de mentoría en los ministros ha causado grandes pérdidas ministeriales. Durante gran parte del siglo XX y a inicios del siglo XXI, muchos ministros aprendieron a caminar solos, sin la compañía de un mentor que los guiara en su vida y ministerio.
Crecer sin un mentor era visto como una señal de fortaleza espiritual y madurez. Cada ministro pensaba que no necesitaba consejería, acompañamiento o algo parecido, ya que la educación teológica formal era más que suficiente. Se desechó la idea de que muchos aspectos de la vida y el ministerio se aprenden mejor si se mentorean. Sin embargo, el común denominador en aquellos ministros que hoy tienen éxito en todos los campos de acción es la figura de uno o varios mentores en su vida. Rendir cuentas a un mentor se hace prioritario para cometer menos errores y avanzar con más seguridad.
Al considerar los desafíos que enfrentan los ministros hoy, es más probable que multipliquen su fecundidad si prestan atención a la importancia de la mentoría, en lugar de persistir en el modelo del “llanero solitario” en su vida y ministerio. La Biblia enfatiza el valor del acompañamiento y la guía de un mentor experimentado. Ignorar este principio ha causado grandes pérdidas en el liderazgo ministerial a lo largo del tiempo. La iglesia debe recuperar la práctica de la mentoría como una estrategia clave para preparar a sus futuros líderes.
Pérdida de influencia: La Iglesia Católica, que durante siglos controló y dirigió la sociedad, ha perdido fuerza debido a los pecados de sus líderes religiosos. Los escándalos de abuso sexual y encubrimiento por parte del clero han erosionado gravemente la credibilidad y la influencia en Occidente. Grupos radicales con gran apertura confrontan a la institución católica y han despreciado todo lo que tenga que ver con ella. Esto ha conducido a la sociedad a desechar y rechazar la institución, que ya no goza del mismo respeto y autoridad moral que en el pasado.
La iglesia evangélica también ha transitado por un camino similar y pierde la influencia adquirida a finales del siglo XX. Necesita revisar su tibieza ante los pecados de sus ministros y tomar medidas contundentes para restaurar la integridad del liderazgo.
La única esperanza para recuperar la influencia perdida es un poderoso avivamiento espiritual que renueve la gloria de Dios en la iglesia. Esto implica establecer como prioridad predicar y enseñar fielmente la palabra de Dios y forjar una nueva generación de discípulos maduros y comprometidos. Si la iglesia no actúa con urgencia perderá cada vez más el respeto en la comunidad. Los valores y conceptos espirituales quedarán relegados a fábulas, mitos y leyendas. La sociedad expresará escepticismo, rechazará el cristianismo y evitará la predicación del evangelio.
Infiltración de individuos guiados por deseos malvados: Individuos guiados por deseos malvados asumen posiciones de influencia en las congregaciones locales y organizaciones evangélicas. Han hecho uso de su carisma, elocuencia y dádivas para generar adeptos y seguidores ciegos. Estos lobos se han infiltrado y conspirarán para desviar a creyentes y ministros fieles de las Escrituras. Causan divisiones por cuestiones mezquinas e insignificantes.
La iglesia debe advertir a todos, pueblo y ministerio, para operar con sabiduría y armonía de acuerdo con la Palabra de Dios, su constitución y reglamentos. De lo contrario, estos individuos malvados socavarán la autoridad pastoral y la integridad de la congregación local.
Hostilidad y persecución: La sociedad occidental ya dirige una abierta hostilidad contra la iglesia, seguida de una abierta persecución. El odio por el mensaje del evangelio impregna los medios de comunicación, el gobierno, las organizaciones médicas y de investigación, entidades filantrópicas, la industria del entretenimiento y las instituciones educativas. Lo que se susurraba en la oscuridad ahora se gritará en las calles.
La iglesia debe preparar a sus congregantes para saber responder al acoso, sin la idea de retirarse de la comunidad. Debemos continuar con nuestra responsabilidad de hacer discípulos en medio de una sociedad rebelde.
Desintegración de la familia tradicional: Los valores fundamentales del hogar son minados por las instituciones sociales y políticas en un asalto sin precedentes. El objetivo es reconfigurar la cosmovisión de cada niño para que vea con normalidad el consumo de drogas, el aborto, la sexualización infantil, el matrimonio homosexual, la crianza de niños por padres del mismo sexo, el rechazo a la moral y ética como influencia en decisiones de vida. Además, el divorcio como primera opción al matrimonio, la vida sexual libre y el desprecio a las instituciones.
Cada iglesia local es responsable de enseñar los principios bíblicos de la familia, el matrimonio y la crianza de los niños. Establecer estos principios en cada creyente y asistente a las reuniones de enseñanza y predicación, tanto en hogares como en el templo. Hacer de la familia fuerte, sana y equilibrada según las Escrituras es una prioridad.
No se trata de repudiar a ningún ser humano, sino de establecer las instrucciones divinas de la Biblia, pues la iglesia es la única entidad social que de verdad es inclusiva, al proclamar el mensaje de Jesucristo.
Sociedades multiculturales y diversas: Las sociedades de occidente ya son multiculturales, internacionales, raciales y sexualmente diversas. Esta conformación hace de cada ciudad una continua fragmentación que sirve de refugio para el crimen, la violencia, la perversión y las drogas.
La iglesia ya no puede ignorar esta realidad multicultural y diversa. Debe contextualizar su mensaje para dar una respuesta efectiva a esta nueva realidad social. Esto implica moldear un comportamiento ético en los hogares, escuelas, congregaciones y comunidades.
En este contexto, los programas de misiones urbanas se vuelven aún más importantes. La iglesia debe extender su mano de manera estratégica, combina el evangelismo con acciones concretas de ayuda como proveer alimento, ropa, oportunidades de trabajo, consejería y un discipulado influyente.
Crisis económica mundial: La crisis económica en el mundo empeorará aún con mayor fuerza. Las dificultades económicas se van a prolongar y producirán efectos en la estabilidad financiera de los países. La recesión se caracterizará por una reducción generalizada de las variables económicas clave, como la producción de bienes y servicios, las ventas, el empleo y las inversiones. Esta situación de contracción económica prolongada tendrá un impacto significativo en la estabilidad financiera de las naciones.
Tal como lo señala la Biblia, la crisis económica mundial se agravará en los próximos años. Los problemas financieros se extenderán en el tiempo, afectarán la capacidad de los países para mantener su estabilidad económica y social. La iglesia deberá prepararse para ministrar y brindar apoyo a sus congregaciones y comunidades en medio de esta crisis económica global que se avecina. Será crucial que los líderes eclesiásticos orienten a los creyentes sobre cómo enfrentar las dificultades financieras con sabiduría y confianza en Dios.
En resumen, la iglesia del siglo XXI enfrenta desafíos sin precedentes en áreas como el envejecimiento de la membresía, el analfabetismo bíblico, la falta de mentoría ministerial, la pérdida de influencia, la hostilidad social y la desintegración de la familia tradicional. Para enfrentar estos retos, la iglesia debe contextualizar su mensaje, generar discípulos maduros que conozcan y vivan la Palabra de Dios. Esto requiere que los predicadores integren el pensamiento y el lenguaje bíblicos para abordar los retos sociales con discernimiento y relevancia.
Además, la iglesia debe recuperar la práctica de la mentoría como una estrategia clave para preparar a sus futuros líderes. Sólo así podrá multiplicar su impacto en medio de una sociedad que se aleja cada vez más de los valores cristianos. La crisis económica mundial, la presión sobre las expresiones pentecostales, la infiltración de individuos malvados y la hostilidad abierta contra la iglesia son otros desafíos que requerirán sabiduría, fortaleza y dependencia del Espíritu Santo.
En medio de estos tiempos desafiantes la iglesia debe permanecer fiel a su llamado de proclamar el evangelio y hacer discípulos. Sólo así podrá cumplir su misión de extender el reino de Dios en una sociedad cada vez más fragmentada y hostil.
La distorsión de la verdad se intensificará en todo occidente, y las mentiras saturarán todas las instituciones de cada nación. ¿En quién se puede confiar? Es una pregunta que requiere una respuesta auténtica. La verdad debe decirse en cada conversación, reunión social y servicio litúrgico. La iglesia no puede ignorar estos desafíos de manera irresponsable, porque se interponen entre el Dios que habla y la sociedad que escucha
La motivación de la iglesia y sus predicadores para comprender y dirigirse a las personas en el siglo XXI no es domesticar el evangelio apelando siempre al análisis cultural, sino demostrar ser embajadores eficaces del Soberano cuya Palabra anunciamos. Estos desafíos deben estar presentes en cada uno de los púlpitos y en cada una de las reuniones de los creyentes. Porque los miembros de esta sociedad humanista deben ser miembros del Reino de nuestro Señor Jesucristo. Precisamente porque estamos anclados en la eternidad, estamos tan muy decididos a dirigirnos a hombres y mujeres perdidos que algún día deberán encontrarse con su Dios.