Eclesiastés 5:2 «No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras».
Introducción
¿Alguna vez ha sufrido por causa de una promesa incumplida? ¿Cuál es la razón de que esta razón no fuera cumplida?
La mayoría de los seres humanos hemos sentido el dolor de una promesa rota. Estas experiencias nos recuerdan lo importante que es cumplir nuestra palabra. Una de las mejores maneras de mantener nuestros votos es no hacerlos sin aseguramos de que los podremos cumplir.
Hoy estudiaremos de un hombre piadoso que le hizo a Dios un voto muy poco inteligente. Las consecuencias a las que se tuvo que enfrentar nos ayudan a nosotros a comprender mejor por qué los cristianos necesitamos ser personas cumplidoras de nuestra palabra.
I. Un voto hecho a la ligera
Jueces 11:1-14,28-33; Deuteronomio 23:21-23 –
Jefté alcanzó prominencia en un mal momento dentro de la historia de Israel. El pueblo estaba siguiendo las prácticas idolátricas de sus vecinos cananeos (véase Jueces 10). Esta impiedad provocó el juicio de Dios, e Israel fue atacado por varias naciones enemigas. Entre ellas los amonitas, que habitaban en la región de Galaad, al este del Jordán, donde hoy se encuentra Jordania.
El pueblo acudió al Señor arrepentido, y los líderes de Galaad buscaron a Jefté, hombre grande y valeroso, para que los ayudara dirigiendo el ejército contra el enemigo (Jueces 11:1—11). Este era un guerrero valiente y respetado en Galaad. Esta descripción es sorprendente, si se tiene en cuenta su pasado. Jefté era hijo de una prostituta. Aquella situación le acarreaba una gran vergüenza, que fue la razón de que huyera a Tob, donde reunió a un grupo de marginados como él. Con el tiempo, los convirtió en una impresionante fuerza de combate.
La fama de Jefté creció hasta el punto de que los líderes lo llamaron para que dirigiera la carga contra los amonitas. En un asombroso cambio de situación, aquel paria se encontró frente al rey de los amonitas, señalándole el derecho de Israel a la tierra que él quería ocupar (véase w. 12-27). Sin embargo, aquel impío monarca rechazó, tanto a Dios como a Jefté (v. 28). Así comenzaría la lucha entre los habitantes de Galaad y los amonitas.
Cuando se acercaba el conflicto, Jefté hizo un voto muy poco inteligente (Jueces 11:29-33). Si el Señor le daba la victoria, él le sacrificaría al primero que fuera a su encuentro en la puerta de su casa a su regreso. Jefté no tenía manera de saber quién sería a quien tendría que sacrificar. No obstante, se equivocó al pensar que le era necesario hacer un trato con Dios para asegurar su bendición. Aquel imprudente voto reflejaba una falta de confianza en que Dios les daría aquella victoria tan necesaria.
Dios espera de nosotros que cumplamos los votos que hacemos (Deuteronomio 23:21-23). En el Antiguo Testamento se acostumbraba hacer votos dirigidos a Dios, aunque nunca se exigían. Ahora bien, una vez hechos, había que cumplir los. No hacerlo era una afrenta a Dios. A pesar de este hecho, Jefté hizo su imprudente promesa. Dios le dio la victoria sobre los amonitas (Jueces 11:32-33), y él enfrentó el momento de cumplir el voto que había hecho a Dios.
II. El cumplimiento del voto
Jueces 11:34-40 Sin duda, Jefté regresó lleno de gozo. Sin embargo, cuando llegó a su hogar, la felicidad de la victoria se convirtió en lamento. La primera que salió a saludarlo fue su propia hija (Jueces 11:34).
En los tiempos del Antiguo Testamento, era costumbre que fueran las mujeres las que recibieran a los guerreros victoriosos en su regreso al hogar. El versículo 35 describe esta escena de celebración (véase 1 Samuel 18:6). Por eso parece extraño que Jefté no pensara en esta posibilidad cuando hizo su promesa a Dios.
La razón de la angustia de Jefté se hace evidente en el versículo 35. No tenía más hijos. La pérdida de su hija significaba toda una vida de lamento y angustia, y también el fin de su línea familiar. La otra alternativa que tenía era quebrantar la promesa que había hecho a Dios. Su precipitado voto tuvo terribles consecuencias.
La hija de Jefté sabía lo que significaba el voto, pero no trató de persuadirlo para que lo quebrantara (Jueces 11:36-37). Lo que hizo fue pedirle un tiempo para «llorar su virginidad» (v. 37). Las jovencitas hebreas crecían con un profundo anhelo de casarse y tener hijos, un anhelo que ella nunca podría satisfacer. Jefté aceptó su petición. Cuando ella regresó, él cumplió su voto (w . 38-40).
Hay mucho debate en cuanto a la manera en que Jefté cumplió su voto. Hay comentaristas que creen que no le quitó la vida, sino que la dedicó a toda una vida de celibato. Sostienen que la dedicó al servicio del Señor para toda la vida, privándola así de casarse y de continuar la línea familiar.
Otros sostienen que la costumbre anual de las doncellas de Israel, de ir a endecharla (v. 40), así como el intenso lamento por la situación, parecen indicar lo contrario. Estos eruditos creen que él sí la sacrificó, a pesar de que la Ley prohibía de manera estricta que se hicieran sacrificios humanos (Levítico 18:21; Deuteronomio 12:30-31).
Cualquiera que sea el punto de vista que usted acepte, es importante que hagamos la observación de que Jefté se puso a sí mismo en una posición terrible. Hizo un voto apresurado e irreflexivo a Dios, sin pensar cuidadosamente en las consecuencias que podrían tener sus palabras.
III. Sea reverente ante Dios y cumpla sus votos
Eclesiastés 5:1—7
Eclesiastés 5:1-2 nos advierte al acercarnos a Dios debemos preparar primero nuestro corazón. Debemos guardamos de solo celebrar ritos religiosos y descuidamos de tener en cuenta lo serio que es acercarse a Él. Dios, el Creador omnipotente del uni verso, se toma en serio nuestras promesas, de manera que nosotros las debemos hacer con gran cuidado. El versículo 3 ilustra este principio por medio de un proverbio. Alguien que tiene muchos afanes en la vida, muchas veces tiene muchos sueños. Aunque esos sueños no causen un impacto sobre sus problemas. En cambio, a la persona necia le pasa lo contrario, puesto que puede estar en peligro de hacer compromisos con Dios que no podrá cumplir, y las consecuencias de algo así son graves.
Los versículos 4-5 sirven como advertencia contra la tentación de intentar hacer tratos con Dios cuando nos hallamos bajo la presión de los problemas de la vida. En vez de esto, debemos hacer promesas prudentes y bien pensadas al Señor, y cumplirlas cuanto antes. De esta manera, evitaremos compromisos que nunca debimos contraer.
Cuando hagamos votos, debemos pensar en lo que demandan esos votos (v. 6). El remedio de esto es meditar bien lo que pro meteremos. Debemos analizar las consecuencias de nuestras acciones, para decidir si tenemos en nosotros mismos lo que se necesita para cumplir ese compromiso.
Tal vez el principio fundamental en cuanto a cumplir las promesas que hacemos a Dios, es el que aparece en el versículo
7. Debemos tener temor del Señor. Esto significa reconocerlo como nuestro Dios, acercamos con humildad a su presencia, y reconocer también que le interesamos tanto, que responderá a nuestras oraciones sin necesidad alguna de que hagamos un trato con Él.
Observe también que mientras que los versículos 4-7 se refieren a los votos hechos a Dios, también nos ofrecen principios que son aplicables a nuestros compromisos con los demás seres humanos. Las Escrituras nos llaman a hablar con integridad y claridad (Santiago 5:12). Con frecuencia, la falta de reflexión lleva al pecado, en la forma de promesas no cumplidas. Pero un temor saludable del Señor nos ayuda a estar mejor preparados para amar a los demás y pronunciar palabras sinceras de esperanza y bendición.
CONCLUSIÓN:
Dedique un momento a reflexionar diariamente en las promesas que haga a los demás. Algunas de ellas, como los compromisos del trabajo o las responsabilidades de la familia, provocan consecuencias obvias y graves cuando no las cumplimos. En cambio, otras parecen más triviales, tal vez porque no tienen consecuencias inmediatas que podamos identificar, como la promesa de orar por otra persona, o hacer algún pequeño servicio para la iglesia. ¿Es usted fiel, tanto en las grandes promesas como en las pequeñas?
Dedique hoy un momento a buscar el rostro de Dios. Ore que Él lo ayude a tomar con mayor seriedad todas sus promesas. Busque oportunidades para enmendar las cosas si no ha cumplido en el pasado alguna promesa que haya hecho. Después comprométase a ser en el futuro una persona cumplidora de su palabra.