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La preeminencia del amor (17) Amarás al Señor con todo!!

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Cuando los miembros de la familia se aman unos a otros, se nota en la manera en que interactúan, en lo que hacen unos por otros y en lo que dicen a otras personas sobre sus seres queridos. Nues­tro amor por Dios y por los demás se muestra de la misma manera.

Lucas 10:27

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

Dios nos amó de tal manera que envió a Jesús a morir por nuestros pecados (Romanos 5:8; Juan 3:16). En respuesta, debemos amarlo a Él y amamos unos a otros. Con el amor como el factor que mueve nuestra vida, podemos desa­rrollar naturalmente un comportamiento que lo complazca a Él.

Es común que los cristianos se pregunten si su vida complace a Dios. Algunos creyentes incluso se preocupan por esto, y sienten que tienen que ser mejores y hacer más por Dios para agradarle. Sin embargo, esto refleja un malentendido del cristianismo, una perspectiva que está dema­siado centrada en nuestros propios esfuerzos. La verdad es que Dios sí se complace cuando lo amamos y luego amamos a los demás en res­ puesta a ese amor.

Jesús aclaró esto cuando alguien le preguntó acerca del principal mandamiento y el verda­ dero significado de la Ley. La respuesta a estas preguntas fue siempre la misma: ama a Dios con todo tu corazón, y ama a los demás como a ti mismo.

1—Ama al Señor

«¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna»? Lucas 10:25,26

Lucas 10 registra una situación en la que un experto de la Ley puso a prueba a Jesús. El motivo del escriba para la pregunta probablemente no fue sincero; incluso pudo haber sido enviado por los escribas y fariseos para sorprender a Jesús en algún tipo de declaración que pudiera ser interpretada como blasfemia contra Dios o la Ley. Sin embargo, la pregunta del hombre era muy importante: «¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?» (v. 25).

Jesús no respondió directamente la pregunta, sino que hizo sus propias pre­guntas. Aparentemente, Jesús quería examinar a su interrogador para forzarlo a pensar cuál podría ser la respuesta correcta. Es importante notar que, al responder a una pregunta con otra pregunta, Jesús apeló a la autoridad de todas las Escritu­ras que existían en ese momento (véase Mateo 22:40) y, más concretamente, la Ley. Todo lo que Dios manda, entonces, deriva de lo que se está por decir.

«Amarás al Señor… y a tu prójimo» Lucas 10:27,28

La respuesta del escriba a la pregunta de Jesús respecto a lo que la Ley enseñaba resultó ser acertada. Claramente, el hombre conocía y entendía la Ley (Lucas 10:27). Sin embargo, aunque Jesús reconoció la exactitud de su respuesta—«Bien has respondido»—, le dijo: «haz esto y vivirás» (v. 28). El escriba era responsable

de vivir la verdad que él ya conocía.
La respuesta del escriba reflejaba dos pasajes muy familiares de la Ley. El

primero, Deuteronomio 6:4,5, a menudo se conoce como el shema que significa literalmente «oye» o «escucha» y es la primera palabra del pasaje. El corazón de la Ley requería que la nación amara al Señor su Dios supremamente (v. 5). El pen­samiento judío ha considerado durante mucho tiempo que el alma es la esencia del ser humano. Entonces, amar al Señor con toda el alma significa hacerlo con toda la sustancia del ser.

Dios también enseñó a los israelitas cómo tratar a los demás. El segundo pasaje en la respuesta del escriba es Levítico 19:9-19. Aquí se enumeran instruccio­nes cuya base es el amor a Dios y al prójimo. Sin embargo, el punto importante es que no basta con saber la verdad. La verdad debe ser un estilo de vida. El mundo necesita acciones que reflejen estas convicciones

2—Ama a tu prójimo

«¿Quién es mi prójimo»? Lucas 10:29-35

Para no dejar de interrogar a Jesús, el escriba preguntó: «¿Y quién es mi pró­jimo?». En Mateo 5:43, Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo». Algunas enseñanzas religiosas judías habían tergi­versado Levítico 19:18, restringiendo a los judíos a amar sólo a quienes merecían su amor. Los que decían esto ignoraban las enseñanzas de Levítico 19 que dice al pueblo de Dios que debe mostrar el mismo amor por el extraryero así como por su prójimo judío (Levítico 19:33,34).

Para responder a la pregunta del escriba, Jesús refirió la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-35). En este relato, las dos personas que no cumplieron con el verdadero significado de la Ley fueron líderes religiosos. Uno era un sacer­ dote y el otro un levita. Pero hay un tercer hombre, un samaritano. Los judíos y los samaritanos no tenían una relación cordial. Los samaritanos eran realmente

judíos que quedaron en el territorio cuando Israel, el reino del norte, fue llevado al cautiverio asirio. Los samaritanos se unieron con grupos de otras naciones y mezclaron la adoración a Dios con la adoración a los ídolos (véase 2 Reyes 17). Como resultado, el pueblo judío veía a los samaritanos como seres detestables. En la historia de Jesús, los religiosos judíos ignoraron al hombre herido, pero el samaritano mostró compasión. El mensaje poderoso es que el pueblo de Dios debe amar a la gente aunque ellos se consideren sus enemigos.

«Ve, y haz tú lo mismo» Lucas 10:36,37

El mandamiento de Jesús al escriba—«Ve, y haz tú lo mismo»—es importante para los creyentes hoy. Debemos mostrar compasión y misericordia a cualquiera que lo necesite, sin importar quiénes sean, de dónde vengan o cuál sea su trasfondo espiritual. Solo así podemos obedecer el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Los títulos religiosos no significan nada. Es nuestra dis­posición a mostrar misericordia y ayudar a otros lo que agrada a Dios. Debemos preguntamos: «¿Qué tipo de prójimo debo ser para los demás?»

Jesús resumió la Ley del Antiguo Testamento en amar a Dios con todo nuestro ser y amar a los demás como a nosotros mismos. No debemos descartar las ense­ñanzas del Antiguo Testamento como anticuadas, ya que nos revelan el corazón de Dios. La vida cristiana es una vida de relación con los demás. Debemos vivir en una relación correcta con Dios y con las personas.

3—Amor sin distracción

¿Dónde está su enfoque? Lucas 10:38-40

Era una costumbre judía recibir a los viajeros en el hogar. Cuando Jesús llegó a la aldea de su amiga Marta, ella lo recibió en el hogar familiar, lo que implicaba prepa­rar alimentos. Los discípulos de Jesús tal vez estaban presentes, así que atenderlos a todos presentaba un reto. Marta tenía una hermana llamada María. Se esperaba que María se uniera a su hermana en la atención de sus invitados. Pero María se sentó con aquellos que estaban escuchando las enseñanzas de Jesús. Marta, en lo que pareció ser una frustración tanto con su hermana como con Jesús, pidió a Jesús que le dijera a María que la ayudara. Marta solo quería la ayuda de su her­ mana. Si nos ponemos en el lugar de Marta, seguramente podríamos decir que tal vez pensó que su hermana era poco considerada y egoísta.

Pero Jesús vio la situación de otra manera. Él le explica a Marta que hay un tiempo para escuchar, y un tiempo para servir. Hay tiempos para ambas cosas y la diferencia es solo una decisión.

Establezca prioridades adecuadas Lucas 10:41,42

Jesús respondió a Marta con una benevolente reprensión (Lucas 10:41). Ella había permitido que lo urgente se interpusiera en lo que era realmente importante. En ese momento, la prioridad era pasar tiempo con Él, escuchando sus palabras (v. 42). Por eso Jesús elogió a María por la elección que había hecho. Habría tiempo suficiente más tarde para ocuparse en atender a los invitados.

A menudo también hoy podemos luchar con nuestras prioridades. Debemos aseguramos de no ocupamos tanto en las tareas del Reino que ignoremos al Rey. El incidente con Marta y María nos señala que tanto la devoción como el servicio son elogiables. Pero debemos mantener el equilibrio, y confiar en Dios de que la obra del Reino se hará. Dediquemos un tiempo para estar con Jesús y aprender a de El antes de dedicamos al servicio en su favor. Tal servicio necesita fluir de una relación con el Señor.

Qué nos dice Dios?

Jesús enseñó que el amor debe ser el factor motivador en nuestra vida. Amar a Dios y amar a los demás requiere que prioricemos tanto nuestro tiempo como nuestros recursos. Estar ocupados no debe distraemos de amar a Dios o de alcan­zar a los necesitados entre nosotros.

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Editorial VIDA
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