Jesucristo se dio a sí mismo como el sacrificio perfecto y eterno por nuestros pecados. Hebreos 9:28 – Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevarlos pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.
En la carta a los Hebreos, vemos que Él es verdaderamente todo lo que necesitamos. Lo que la Ley no pudo proveer, Jesucristo lo ha provisto en su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre. Hemos analizado los roles de Jesús como nuestro Salvador, nuestro Sumo Sacerdote y nuestro Mediador. Esta lección se enfoca en su papel como el Sacrificio perfecto por nuestro pecado. Los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento llevaban sacrificios de animales al altar año tras año, pero Jesucristo se presentó a sí mismo como el sacrificio hecho de una vez y para siempre para limpiar al pecador arrepentido.
El escritor de Hebreos establece paralelismos entre el sacrificio de Cristo y el ministerio del sumo sacerdote en el Día de la Expiación (véase Levítico 16:3-30). Este era el único día del año en que el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo, para ejercer el minis terio que expiaba los pecados de la nación. Podría ser útil leer Hebreos 9 y 10 y Levítico 16:3-30, para mejorar la comprensión de Hebreos y el aprecio por el sacrificio de Cristo.
Parte 1-Salvador sin mancha
□ Jesús: el sacrificio perfecto Hebreos 9:11-15
Cada año, solo en el Día de la Expiación (y ningún otro día), el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo del tabernáculo y hacía sacrificios para expiar su propio pecado y los pecados del pueblo. Él no se habría acercado ni debía de acercarse al arca del pacto sin un sacrificio de sangre—la sangre de machos cabríos y becerros (v. 12). Al realizar el sacrificio supremo y perfecto, Jesús también se acercó al tabernáculo con la sangre del sacrificio, como «el Sumo Sacerdote por sobre todas las cosas buenas que han venido» (v. 11, ntv). Jesús fue al Padre por nosotros, pero lo hizo presentando su propia sangre, no por la sangre de algún animal (v. 12). El sacrificio de Jesús proporciona expiación para los pecados de toda la humanidad. Su sacrificio sólo tuvo que hacerse una vez. Los sacrificios de animales sólo podían proporcionar limpieza externa (v. 13). Números 19:1-20 describe cómo las cenizas de una novilla se mezclaban con agua y se rociaban sobre aquellos que eran ceremonialmente inmundos—lo que hacía a una persona no apta para la presencia de Dios. Siete días después de completar el ritual, la persona podía unirse nuevamente a la comunidad y participar en la adoración.
Jesús, sin embargo, es el Mediador del nuevo pacto. Solo a través de su sacrificio somos redimidos del pecado, porque solo Él, como Dios, puede convertirse en el sacrificio que sella un pacto promulgado por un juramento del mismo Dios (véase la lección 11). Cristo ofreció el sacrificio que trajo expiación verdadera y efectiva según demandaba la Ley, y que no era alcanzable por otro medio (v. 15).
□ Sólo el derramamiento de sangre trae purificación Hebreos 9:16-22
Hebreos 9:16-22 debe leerse en estrecha relación con el versículo 15. La muerte de Jesús podría describirse como un precio pagado para librar a un esclavo o prisionero bajo pena de muerte. El versículo 16 explica que para que un «testamento» (griego: «pacto»; véase Mateo 26:28)fuera válido, debía confirmarse la muerte del testador. A diferencia de los términos de un testamento, Dios no conversa con los destinatarios para obtener infor mación. Fue solo Dios quien estableció los términos, tal como hizo con todos sus pactos. Sin embargo, al igual que un testamento, esos términos solo entran en vigor después de la muerte del testador, es decir, del que hace el pacto (v. 17).
Esto explica por qué la muerte es parte de la promesa del pacto de Dios. La sangre tenía que ser derramada para el perdón de los pecados porque el pacto que Dios ha hecho con su pueblo requiere sangre para ser eficaz. La sangre es una señal fundamental de la vida, y Dios la declara el agente de purificación, que limpia a las personas del pecado para que permanezcan limpias ante Él (v. 22; véase Levítico 17:11). Sólo la sangre del que es Puro, el Hijo de Dios, puede traer la expiación eterna para la vida eterna.
Parte 2-Sacrificio hecho una vez y para siempre
□ Un sacrificio «eterno» mucho mejor Hebreos 9:23-26
La limpieza del pecado siempre contempla el derramamiento de sangre. «El tabernáculo y todo lo que en él había—que eran copias de las cosas del cielo—debían ser purificados» (Hebreos 9:23, ntv). Los ritos de purificación del Antiguo Testamento eran sólo «copias» de las realidades celestiales. Esto establece una distinción entre las realidades físicas que fueron el enfoque de la Ley y las realidades espirituales que son el enfoque del nuevo pacto.
Algunos se preguntarán por qué las realidades celestiales «debían ser purificadas mediante sacrificios superiores» (v. 23, ntv). Ciertamente el cielo, como el lugar donde Dios habita (v. 24), ya es puro. Muchos eruditos ven el versículo 23 como una referencia a las fuerzas espirituales en las regiones celestes (véanse Efesios 6:12; Romanos 8:38,39). Hay maldad más allá de este mundo, pero Jesús triunfó sobre los poderes malignos a través de su obra expiatoria. Jesús es el mejor sacrificio—el sacrificio perfecto—y como tal puede presentarse ante el Padre en favor nuestro. No tenemos tal mediador fuera de Cristo, por que lo que es pecaminoso e imperfecto no puede estar delante de un Dios santo y perfecto.
Jesús se ocupó de las realidades espirituales, por lo que no tenía que entrar al cielo una y otra vez para hacer el trabajo del sumo sacerdote (Hebreos 9:25). La repetición anual de los deberes del sumo sacerdote en el Día de la Expiación es un recordatorio de la insuficiencia de los sacrificios que presentaba el sacerdote. Mientras que el sumo sacerdote presentaba la sangre de un animal, Jesús derramó y presentó su propia sangre, como Hijo de Dios encarnado: el sacrificio perfecto por el pecado (v. 26).
□ Un sacrificio para traer salvación Hebreos 9:27,28
La muerte es una realidad para todo ser humano (Hebreos 9:27, 1 Corintios 15:54-57). La muerte es una parte de la vida en este mundo caído (un hecho que realza la gozosa promesa del regreso de Cristo en 1 Tesalonicenses 4:13-18). Además, la muerte trae una finalidad que no se puede evitar. La vida en este mundo está destinada a terminar, y esa certeza precede a otro hecho que es cierto: la rendición de cuentas ante Dios.
El juicio es sin duda un concepto impactante. Sin embargo, Hebreos 9:28 se enfoca en la esperanza. Así como la muerte, y su posterior rendición de cuentas a Dios, es una certeza, también lo es la realidad de que Cristo ha hecho el sacrificio perfecto por todos los que creen (v. 28). Su sacrificio hizo todo para que el creyente se presente limpio ante Dios.
El sacrificio de Cristo conlleva la promesa de que Él regresará de nuevo (v. 28). Pero en esta venida, en vez de perdón, Él traerá la consumación del plan de salvación, y el juicio del pecado mientras que lleva al creyente a la vida eterna en la nueva creación.
Parte 3-EI camino nuevo y vivo
□ Viviendo en la presencia de Dios Hebreos 10:19-21
Anteriormente, el escritor afirmó que la antigua forma de acercarse a Dios se había vuelto obsoleta. De manera similar al lenguaje del capítulo 9, el escritor describió el antiguo sistema como «solo una sombra— un tenue anticipo de las cosas buenas por venir— no las cosas buenas en sí mismas» (10:1, ntv). De hecho, los sacrificios de la Ley en realidad habían servido para recordar a la gente de sus pecados (v. 3).
Ahora el creyente puede entrar en el Lugar Santísimo (w.20,21). Por el sacrificio de Cristo, no es necesario ningún mediador humano. «Jesús abrió un nuevo camino—un camino que da vida—a través de la cortina al Lugar Santísimo» (v. 20, ntv). Además, podemos entrar con «libertad» (v. 19), en contraste con los complejos procedimientos y el acceso limitado a Dios que tenía el sumo sacerdote bajo el antiguo pacto. Sin embargo, esto es igualmente profundo para los cristianos de hoy. Si bien adoramos a Dios por quien Él es, tenemos libertad para acercarnos a Él, porque nuestro Salvador es nuestro gran Sumo Sacerdote. Su cuerpo es nuestro «velo» (v. 20), y Él es nuestro Mediador con el Padre. Podemos ir al Padre confiadamente a través de Él.
□ Estimularnos unos a otros Hebreos 10:22-25
Hebreos 10:22-25 contiene tres declaraciones que llaman al pueblo de Dios a la fe y la perseverancia. (1) «Entremos directamente a la presencia de Dios» (v. 22, ntv). Esta es una expresión de fe en que hemos sido limpiados por Cristo y somos aptos para la presencia de Dios. (2) «Mantengámonos firmes sin titubear en la esperanza que afirmamos» (v. 23, ntv). Debemos de perseverar en nuestra fe, aunque nuestra recompensa final aún no se ha visto. (3) «Pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones. Y no dejemos de congregarnos, como lo hacen algunos» (w. 24,25, ntv). Los eruditos creen que esos lectores originales continuaban asistiendo a sus sinagogas mientras también asistían a la reunión de los cristianos—abandonando sus responsabilidades como creyentes para permanecer conectados con el judaismo. Dios llama a su Iglesia a funcionar en unidad y compañerismo. Esto incluye animarse, exhortarse y apoyarse unos a otros para seguir a Cristo, resistir la tentación y abandonar el pecado (véase 1 Corintios 12:12; 14:26; 1 Tesalonicenses 5:10-11; Hebreos 3:13).
¿Qué nos dice Dios?
La perseverancia en la fe puede ser difícil. El atractivo de la apatía y los valores mundanos es real. Debemos poner nuestros ojos fijos en lo que significa ser un seguidor de Cristo.