L a santificación es una de las obras más importantes que realiza el Espíritu Santo en la vida del creyente. Nuestra declaración de fe asambleísta la define como un estado de gracia al cual entra el creyente al aceptar a Cristo.
Su recepción es inmediata y su desarrollo progresivo. Si partimos de esta premisa, podemos decir entonces que el rol del Espíritu Santo es doble con relación a nuestra santificación. Inicialmente participa en la labor de convencimiento de nuestra necesidad del Salvador, posicionándonos delante de Dios en un privilegiado estado de gracia al recibir a Cristo como Señor. Por otro lado, trabaja de manera permanente y activa en nuestras vidas, ayudándonos en la desafiante aspiración de ser santos como nuestro Padre que está en los cielos es santo (1 Pedro 1:16).
El apóstol Pedro clarificó esto en el saludo de su primera epístola: Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas (1 Pedro 1:1, 2). Esto es más una proposición que un simple saludo. Pedro entendía que el encargado de realizar la obra santificadora era el Señor, a través de su Espíritu Santo, por ello resalta tres verdades respecto al proceso de la santificación en el creyente.
El creyente es elegido de acuerdo al conocimiento anticipado de Dios
La primera verdad es mencionada en la frase: elegidos según la presciencia de Dios Padre. Pedro hace aquí una extraordinaria revelación en cuanto a la obra santificadora de Dios. Indica que el cristiano fue elegido por la misericordia y por el contacto inicial de parte de Dios. Una realidad es que cuando el apóstol fue inspirado por el Espíritu Santo para escribir este mensaje, tenía en mente a los expatriados de la dispersión (1:1), literalmente a los “forasteros”.
Estos eran creyentes que, como el Israel de la antigüedad, estaban esparcidos por el mundo. Los destinatarios de esta carta eran predominantemente de trasfondo gentil más que judío (1:14), este hecho hermosea el mensaje de Pedro. Si concentramos toda nuestra atención en la hostilidad y la indiferencia del mundo o lo exiguo de nuestro progreso en la vida cristiana, bien podemos sentirnos desanimados.
No obstante, el apóstol recuerda a los creyentes desanimados, especialmente a los de trasfondo gentil, que hemos sido elegidos de acuerdo al conocimiento anticipado de Dios. La Iglesia no es una simple organización humana, su origen no se encuentra en la voluntad de la carne o en el idealismo de algunos hombres, o en aspiraciones y proyectos humanos, sino en el conocimiento y propósito eterno de nuestro Dios.
El creyente es elegido para ser santificado por el Espíritu
Una segunda verdad puede ser apreciada en la frase: en santificación del Espíritu. El apóstol revela el propósito de ser elegidos por Dios. Esta declaración es enunciada inmediatamente después de dejar en claro que los creyentes han sido elegidos por la gracia de Dios.
La palabra “santificación” (gr. jagiasmós, o jagiosune) procede de la misma raíz que la palabra griega para “santo” (jagios). En el Nuevo Testamento, las palabras “santidad” y “santificación” traducen la misma palabra griega y se usan indistintamente. La idea básica de la palabra griega es “separación”. Lutero decía: Creo que no puedo con mi propia razón o esfuerzo creer en mi Señor Jesucristo o acudir a él. Para el cristiano, el Espíritu Santo es esencial e indispensable en todos los aspectos de la vida cristiana en su andar diario en ella.
La obra santificadora del Espíritu Santo en el creyente es manifestada a través de algunas acciones relevantes: a) Despierta en nosotros el anhelo de Dios de santificarnos por completo (1 Tesalonicenses 5:23); b) Redarguye de pecado y nos guía a la cruz de Cristo, donde podemos recibir el perdón (Juan 16:8); c) Da la seguridad de llegar a morar con Cristo (Hebreos 12:14).
El creyente es elegido para vivir bajo la obra santificadora en Jesucristo
La tercera verdad expresada por el apóstol se ubica en la última frase: para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo. En el Antiguo Testamento hay tres ocasiones en las que se menciona la aspersión de sangre. Puede que Pedro tenga en mente las tres, y que estas tengan algo que contribuir al pensamiento que quiso expresar:
a. Cuando el leproso se curaba, se le rociaba la sangre de una avecilla (Levítico 14:1-7). Este acto era símbolo de purificación. Por el sacrificio de Cristo el cristiano es purificado del pecado.
b. El rociar con la sangre era parte del ritual de la consagración de Aarón y de los sacerdotes (Éxodo 29:20, 21). Era señal de que se apartaban para el servicio a Dios. El cristiano es apartado del mundo para servir al Señor.
c. Moisés tomó la mitad de la sangre del sacrificio y roció con ella el altar, y con la otra mitad roció al pueblo (Éxodo 24:1-8). La aspersión significaba obediencia. Mediante el sacrificio de Cristo el cristiano entra en una nueva relación con Dios, ya que al ser perdonados sus pecados pasados, éste asume el compromiso permanente de obedecer a Dios en lo sucesivo. Hemos sido llamados a ser santos conforme al propósito eterno del Dios que es santo.
Su deseo es continuar con la obra santificadora que comenzó en nuestras vidas en la regeneración obrada por Jesucristo en la cruz. Su anhelo es que todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Amén