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¿Cuánto estaría dispuesto a sacrificar por su fe en Cristo? ¿Su carrera? ¿Su hogar? ¿Su vida? Servir a Jesús conlleva recompensas mayores de las que pueda imaginar, pero tiene un costo. Sin embargo, la salvación no se compra ni se gana con obras. Jesús ya pagó el precio de nuestra salvación. Pero andar con Él implica un compromiso. Cualquier sacrificio por seguirlo no tiene el valor eterno que trae la vida en Él.
Las buenas nuevas del evangelio—el ofrecimiento del perdón por los pecados y la transformación total— viene con un llamado inseparable al sacrificio personal. A primera vista, no consideraríamos esto una buena noticia. Qué tragedia es cuando las personas menosprecian la vida eterna en Cristo, que hizo posible con su muerte y resurrección, para aferrarse a algo que se desvanecerá.
Una invitación a morir al yo no suena como un gran ofrecimiento, pero nada de lo que usted tiene se compara con lo que una vida de servicio a Dios ofrece o con el sufrimiento eterno de estar apartados de Él.