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lunes, diciembre 9, 2024
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Aprende a Adorar a Dios en tiempos de prueba y superar tus crisis

La alabanza a Dios puede alen­tarnos en cualquier situación. Salmo 56:12 Sobre mí, oh Dios, están tus votos; te tributaré alabanzas.

Si alguna vez en la vida se ha sentido abrumado, ciertamente no está solo. Tal vez ha sufrido la pér­dida de un ser querido, la pérdida de un trabajo, o el alejamiento de un familiar o un amigo. Todo ser humano enfrenta luchas que le causan miedo y ansie­dad. Sin embargo, como hijos de Dios, no tenemos que enfrentar solos a esas luchas. Nuestro Padre amo­ roso estará a nuestro lado y nos acompañará incluso en la noche más oscura.

En el Antiguo Testamento, la raíz de la palabra ado­ ración es «inclinarse», una referencia a dar el debido honor y reconocimiento a un individuo (casi siempre a Dios). Cuando se aplica a Dios, la palabra se refiere a acciones externas que reflejan actitudes y valores internos. Por esta razón, si bien esta palabra sólo aparece diecisiete veces en los Salmos, la adoración a Dios está presente a lo largo de este libro, y se ve en respuestas tales como la confianza, alabanza, gloria y honra dirigidas hacia Dios. A medida que avanzamos en esta unidad, observe las muchas maneras en que podemos expresar a Dios nuestra adoración sincera. Hoy comenzamos este recorrido examinando la ado­ ración en los tiempos de prueba.

Parte 1—Confíe en Dios cuando tenga miedo

□ Cuando estamos bajo ataque Salmo 56:1-7

El peligro de los enemigos y el miedo resultante es un tema común en el libro de los Sal­ mos. Estos enemigos pueden ser gobernantes y ejércitos o amenazas individuales como en el Salmo 56. Los comentaristas señalan que los ataques provienen de personas que no ven con seriedad al Señor o su Ley, y esto se refleja en la forma en que tratan a su pueblo. Los ataques dirigidos a nuestra fe presentan peligros reales—físicos, emocionales o espirituales.

Este salmo de David registra el desesperado clamor de su corazón cuando huyó a Gat mientras Saúl lo perseguía. Amenazado por el rey de Gat huyó de nuevo (véase 1 Samuel 21:10 a 22:1). Temeroso de sus enemigos, David suplicó a Dios su misericordia (Salmo 56:1-3). Si bien los atacantes de David eran reales, eran débiles en comparación con Dios.

David proclamó su confianza en el Señor; no temía lo que el hombre pudiera hacerle (v. 4). Sus enemigos tergiversaron sus palabras y buscaron oportunidades para hacerle daño (w. 5-7). Sin embargo, él confió que Dios impondría consecuencias sobre ellos. Quizá hoy no enfrentemos peligro físico, pero nuestras palabras podrían ser torcidas y nuestras creencias atacadas por quienes rechazan la autoridad de Dios. Cuando vienen los ataques, podemos estar confiados en que Dios es más grande que cualquier enemigo.

□ El Señor es más grande que nuestros temores Salmo 56:8-13

Salmo 56:8 proporciona hermosas imágenes para ilustrar la increíble compasión de nues­ tro Señor. David pide a Dios que recuerde sus pesares y las lágrimas que ha derramado. Esto no era para reabrir las heridas del pasado, sino para testificar del fiel cuidado de Dios en los momentos difíciles de la vida.

En este punto, el salmo se convierte en una especie de celebración de la confianza en Dios—del reconocimiento de que Dios es más grande que los enemigos de David: «Serán luego vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare; esto sé, que Dios está por mí» (v. 9). Tal seguridad tiene sus raíces en las promesas de Dios: promesas en las que se puede confiar. Los versículos 10 y 11 son similares a los versículos 3 y 4, y sirven como un estribillo poético para los pasajes entre este par de declaraciones. David reconoció que sus enemigos eran reales. Si hubiera tenido que arreglárselas solo, habría una razón genuina para el miedo. Pero confiaba en que Dios intervendría. Esa confianza le aseguró que nin­ gún mortal podría quitarle las promesas de Dios.

El salmo termina con la aceptación de David de su responsabilidad de responder ade­ cuadamente al seguir fielmente los mandamientos de Dios con un corazón de alabanza (w. 12,13). La vida como hijo de Dios es una relación construida sobre el reconocimiento de quién es Dios y la gratitud por todo lo que Él ha hecho. Una vida así puede estar gloriosa­mente libre de temor.

Parte 2-Alabe a Dios cuando esté abrumado

□ El Señor es nuestro refugio Salmo 61:1-4

David comenzó el Salmo 61con una declaración que puede llegar al corazón de todo segui­ dor de Dios: «Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti» (w. 1,2). Él proyecta una sensación de desesperación acentuada por la frase «desde el cabo de la tierra». Para un rey como David, esto podría referirse a liderar sus tropas en una batalla militar en una tierra desconocida. Para nosotros, puede ser más per­ sonal y menos visible. Con lo desconocido viene la incertidumbre, e incluso la ansiedad, conforme luchamos por comprender las batallas que enfrentamos. Experimentamos toda clase de incertidumbre, ya sea financiera, relacional o social. En estos entornos desconoci­ dos, el corazón del creyente clama a Dios.

David a menudo había disfrutado las bendiciones de Dios. «Porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo» (v. 3). Dios lo había protegido de las intencio­nes asesinas de Saúl, y le había proporcionado grandes victorias militares. La torre fuerte del versículo 3 es inalcanzable para cualquier ser humano. David sabía que sólo Dios podía protegerlo. No es de extrañar que David orara por vivir para siempre en el santuario de Dios, «tu tabernáculo» (v. 4), donde el pueblo se encontraba con su Señor. David anhelaba descansar a salvo en Su presencia.

En momentos abrumadores, somos tentados a adoptar la batalla como propia—a confiar en nuestros propios instintos y fortaleza para lograr la victoria. Pero, la batalla per­tenece al Señor. En vez de llenar nuestro corazón con pensamientos ansiosos y temerosos, debemos de llenar nuestro corazón con alabanzas.

□ Alabaremos a Dios con cantos y obras Salmo 61:5-8

Las misericordias de Dios existen en una relación entre el Señor mismo y su pueblo. David no tomó sus votos a la ligera. Su saludable comunión con Dios le dio la seguridad de que se le había dado la herencia del Señor—una herencia reservada para quienes le temen (Salmo 61:5-7). El reinado eterno del Mesías, que surgiría del linaje de David se presagia en los versículos 6 y 7. Las promesas de preservación de Dios tienen sus raíces en la esperanza que tenemos en Cristo.

Lo que comenzó como un clamor desde un lugar solitario y distante al comienzo del salmo se convirtió en un momento íntimo con Dios en el santuario de su presencia. A pesar de las abrumadoras circunstancias de David, las promesas de Dios eran imperturba­bles. Preservaría al rey David y su linaje y consumaría su amor por la humanidad a través de Cristo.

La comunión con Dios es una relación de alabanza, tanto de palabra como de acción. David ofreció alabanzas a Dios con su oración y su canto. También cumplió su compro­ miso como un acto de alabanza, y reconoció que Dios siempre estaba cerca suyo.

Parte 3-Confíe en Dios cuando enfrente oposición

□ ¿Qué habría ocurrido si el Señor no hubiera sido nuestro aliado? Salmo 124:1-5

El Salmo 124 es un canto de ascensión que el pueblo de Dios cantaba mientras atrave­saba Jerusalén y ascendía al templo para adorar. (Los quince cantos de ascensión son los Salmos 120 a 134.) El pueblo pasaba por el Valle de Cedrón hacia los escalones del templo y luego subía esos escalones hasta la entrada del templo. Estos salmos, que suelen ser bastante alegres, ensalzan y exaltan al Señor, reconociendo su poder, su gracia y su misericordia—un preludio para un tiempo de alabanza colectiva en su presencia.

El Salmo 124 fue escrito después del exilio babilónico. El pueblo había sido testigo de lo que ocurre cuando Dios no está de su lado. Si no fuera por el Señor, el pueblo de Dios habría sido presa indefensa de animales voraces. Habrían sido inundados por las furiosas aguas diluvianas, atormentados por los odiosos actos de sus enemigos. Los ene­migos de la fe también se oponen a nosotros de maneras que pueden afectar nuestras relaciones, nuestra reputación e incluso nuestro sustento. Cuando nos preguntamos: «¿Qué ocurriría si el Señor no estuviera de mi lado?» estamos obligados a confiar en El.

□ Alabemos a Dios por preservarnos Salmo 124:6-8

Dios no era simplemente una fuerza pasiva e impersonal para su pueblo. Estaba pro­ fundamente envuelto en la vida de ellos. Sabían que sus enemigos podrían haberlos despedazado y destruido. Pero Dios intervino, y por eso ofrecieron una exuberante ala­ banza (Salmo 124:6). El pueblo de Dios también reconoció que sus enemigos tenían la capacidad de engañarlos artificiosamente. Sin la ayuda del Señor, podrían encontrarse en una trampa, presa de un astuto cazador. Pero el Señor había roto esa trampa. Habían escapado. Esto, también, proporcionaba una razón para alabar al Señor.

Hay un marcado contraste entre el versículo 8 y el versículo 1. El pueblo de Dios no podía derrotar a sus enemigos por sí solo, pero tenía la ayuda del Señor. Ninguna prueba es más grande que Aquel «que hizo el cielo y la tierra».

¿Qué nos dice Dios?

Ser hijo de Dios no siempre nos libra de las pruebas, pero nos da la confianza de saber que Dios está con nosotros. Si está luchando con una prueba hoy, dedique tiempo a alabar a Dios y reconocer su presencia y su protección.

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Editorial VIDA
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