El perfume
Se me acabó el perfume y al ver el frasco vacío me hizo reflexionar. Aunque toda mi vida he usado loción o perfume, no obstante me considero un ignorante en cuestión de aromas y marcas.
Tengo más de 30 años ejerciendo el ministerio como líder, maestro y pastor y al hacer un análisis sobre la loción que uso he llegado a la conclusión que nunca he comprado un perfume. Los que he usado me los han regalado.
¿Qué marca usas de perfume? No lo sé. Ahora me doy cuenta que algunas amistades que me aprecian venden productos de Avón, Jafra o Fuller y me han regalado algo de lo que venden o un producto que no pudieron acomodar.
Realmente no podría pagar un perfume muy caro. La mayor parte del trabajo que hago como ministro no es remunerado. Predico en una iglesia en la orilla de la ciudad y sus ingresos son pocos; no alcanza ni para un salario mínimo, tengo que vender libros o buscar otras alternativas de ingresos. Aunque tuviera el dinero, nunca pensaría en comprar un perfume caro.
El olor de mi perfume no es mérito mío. No es mi gusto. Es según el gusto o circunstancias en que lo adquirió la persona que me lo regaló. Dice una anécdota que una señora fue a una plática de motivación para mujeres y allí le dijeron que se pusiera bonita, que cautivara al esposo, que se perfumara y que lo esperara provocativamente en la recamara. En la noche que llegó el marido, se llevó las manos a la nariz y olfateó profundo. Cuando ella se dio cuenta de esa reacción del marido ante el perfume, dijo entre si ¡ya caíste amorcito! Entra el marido a la habitación con las manos en la nariz y le pregunta ¿a qué huele? Y ella coquetamente le contesta: ¡adivina! Y el responde abriendo los ojos con sorpresa ¿fumigaste? Por demás es decir que esto fue suficiente para que se esfumara todo el encanto y preparativos de la que pudo haber sido una noche llena de pasión.
Es probable que no podamos controlar la fragancia de un perfume, pero si podemos controlar el olor que produce nuestro carácter, acciones y actitudes. Dice la Biblia: Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable (Ecl. 10:1).
Nuestra vida debe producir un perfume de calidad. Todo lo que hacemos produce un olor bueno o malo. Si nuestras acciones no son de calidad somos un perfume corriente. Pero si lo que hacemos agrada a Dios somos un perfume fino. “Olor de vida para vida u olor de muerte para muerte” (2 Co. 2:16).
No es mi intención ofender a nadie con mis acciones. Deseo que mi vida siga perfumando el ministerio que Dios ha puesto en mis manos. No quiero ser un frasco vacío. Anhelo mantenerme lleno de su suave fragancia. Que mi vida y nuestra iglesia se mantengan llenos de la presencia divina para producir un perfume agradable para su gloria.
Ayúdame Señor a presentar mi vida como un sacrificio vivo, santo, agradable a ti, de tal manera que se pueda decir de mi vida, como se dijo de las ofrendas y sacrificios que se presentaron en la antigüedad que eran de olor grato para ti.