Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venia a la casa de ella a comer. Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón Santo de Dios (2 Reyes 4:8, 9).
[dropcap]E[/dropcap] l testimonio del profeta Eliseo impactó la vida de muchas personas. Su nombre evidenciaba una relación personal con Dios, se identificaba como: Jehová es mi salvador.
La primera referencia que se hace a Eliseo lo presenta arando, haciendo la tarea de un labrador (1 Reyes 19:19).
Resulta interesante observar como Dios elige a un trabajador rural para ejercer un ministerio y realizar grandes cosas para su reino. El Señor lo selecciona, estando en la soledad y en el anonimato, lejos del bullicio de una gran ciudad, donde Dios mismo forja el carácter y va modelando a la persona para que sea idónea a fin de cumplir con los propósitos del reino de los cielos.
Cuando el profeta Elías lo encuentra y pasa delante de él, echó su manto sobre Eliseo. Cabe señalar que el manto de Elías representaba la presencia del Espíritu y del poder de Dios con él. Cuando cayó el manto sobre aquel labrador era como si la mano del Todopoderoso descendiera para tomarlo de una manera especial y separándolo para un ministerio profético glorioso.
Eliseo caminó sirviendo al lado de Elías. Aprendió actitudes, formas de actuar y principios valiosos que gobiernan la vida de un hombre de Dios.
Elías sabía que Eliseo era el hombre para relevarlo en el ministerio profético. Seguramente el profeta viejo compartió sus experiencias al profeta joven. Cuando enfrentó al rey Acab denunciando la idolatría de Israel, cuando oró para que lloviese, la provisión del Señor mediante cuervos (1 Reyes 17:3-6). La forma en que Jehová respondió con fuego en lo más alto del monte Carmelo y muchas más que sirvieron para fortalecer la fe de Eliseo.
Eliseo se apegó a Elías. Pasaron por Gilgal, siguieron a Betel, continuaron por Jericó y llegaron al Jordán (2 Reyes 2:1-6).
Fue en el Jordán donde Dios honró una vez más a Elías y al golpear las aguas con su manto el poder sobrenatural del Creador dividió el río y cruzaron en seco. Fue entonces cuando Eliseo pide una doble porción del espíritu de Elías.
No pidió riquezas, honores, reconocimientos, pidió una doble porción del Espíritu. Minutos después un carro de fuego, con caballos de fuego, apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. La doble porción del Espíritu vino a la vida de Eliseo y a partir de ese momento el poder y la gloria de Dios se manifestaron en su existencia.
Al enfocar el ministerio del Profeta, su carácter y personalidad se distingue su santidad.
1. La santidad es reconocida por la gente
La mujer de Sunem interpretó con discernimiento el valor que tenía un hombre de Dios. Eliseo, el labrador, ahora convertido en un profeta. La santidad era identificada con toda claridad. Una santidad práctica y no teórica, real y no fingida, genuina y no falsa. La mujer de Sunem dio: He aquí ahora, yo entiendo que éste que siempre pasa por nuestra casa, es varón Santo de Dios (2 Reyes 4:9).
El toque de Dios se nota. El ministro de culto, el pastor, el siervo, el evangelista. Todo aquel que vive en intimidad con su redentor tiene rasgos, acciones, actitudes distintivas. El vivir bajo la sombra del Omnipotente, el caminar dentro de las normas divinas, el obedecer al Señor es muy notable. Cabe destacar que la mujer siempre invitaba a Eliseo a comer a su casa cuando pasaba por allí. Y fue así como se pudo dar cuenta que Eliseo tenía las marcas de un hombre de Dios, las huellas inconfundibles de un siervo apegado a la presencia del Señor. No hay necesidad de decir que somos santos, no hay necesidad de gritar nuestros títulos… se nota lo que somos, de qué estamos llenos. Se descubre lo que llevamos en el corazón. Así como el pescador tie-ne impregnado el olor del mar, el cazador el aroma del campo, el chef la fragancia de los condimentos, de la misma manera el hombre de Dios proyecta la santidad como una huella imborrable de la consagración. La intimidad con Dios no se puede ocultar, la cercanía al Espíritu Santo se nota.
Cuando el sol sale por las mañanas no grita para anunciar su presencia, simplemente la luz que irradia hace notar su existencia. El varón de Dios es reconocido como tal y su santidad trasciende e impacta en todos los medios y estratos donde participa.
2. La santidad provoca reacciones diversas
La mujer de Sunem le sugiere a su esposo la construcción de un lugar para hospedar cómodamente al profeta. Además propone que aquel lugar se amueble con cama, mesa, silla y candelero. ¡Un departamento amueblado! (2 Reyes 4:10, 11).
La hospitalidad de esta familia fue como un oasis donde el varón de Dios podría descansar de sus largos viajes. No se necesita pedir y mucho menos exigir. La gente que reconoce la integridad de un siervo, la santidad como rasgo característico de quienes predican el evangelio, manifiesta su generosidad y comparten sus bienes y atenciones en favor de quienes son una bendición con su ministerio.
Uno nunca sabe de dónde o en qué lugar las bendiciones nos alcanzarán. Sunem era un pueblo rural ubicado a 40 km de Samaria. Eliseo pasaba con frecuencia, el pasaje declara que pasaba siempre por allí. No cabe duda que el profeta era dinámico y desempeñaba su tarea pastoral con un alto sentido de responsabilidad. Su ministerio profético no estaba estancado. La gente ve si hacemos o no, si trabajamos o somos negligentes. La santidad y el trabajo van juntos. Muchas personas reaccionan con bondad y generosidad ante el testimonio de santidad y servicio. Dios siempre tendrá un Sunem para cada Eliseo.
El Señor moverá a toda clase de personas para recompensar la verdadera santidad, las acciones de justicia, un ministerio ungido y una labor pastoral responsable.
3. La santidad produce respuestas de Dios
Eliseo era un hombre agradecido. La gratitud nunca la debemos de olvidar, procuremos dar gracias a Dios y a las personas que nos bendicen.
Eliseo pregunta a su criado: ¿Qué haremos por ella? Giezi le responde que no tiene hijo, y su marido es viejo (v. 14).
Es entonces que el hombre de Dios da una palabra profética, una promesa de parte del autor de la vida. El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo (v. 16).
La reacción de la mujer es instantánea, sorprendida por las palabras de Eliseo creyó que era una burla (v. 17).
Dios hizo el milagro y recompensó a la mujer; lo que parecía imposible se hizo posible. El Señor siempre realiza obras y señales que respaldan a los hombres de Dios; maravillas y hechos portentosos para autenticar la misión de quienes sirven al Señor y viven agradeciéndole.
Sin santidad nadie verá al Señor. Eliseo conocía el poder de Dios y entendía su capacidad. El profeta habló con toda la confianza en el poder creativo del Señor y respaldado por una vida de santidad.
Nosotros también servimos al Dios que Eliseo sirvió. Las maravillas y señales del Todopoderoso siguen siendo una realidad.
Vivamos una vida de santidad, una vida que complazca a nuestro redentor y disfrutemos las bendiciones y el respaldo divino.
La santidad no es una opción, es un estilo de vida, una marca inolvidable, una señal inequívoca de quienes somos llamados para servir en el reino de los cielos.
La respuesta de Dios se realiza con prontitud en la medida en que le agradamos. Las señales y obras portentosas del Señor siempre respaldan a quienes pagamos el precio de la santidad. ¡La santidad se ve!