Dios me ha puesto por cabeza, no por cola (Deuteronomio 28:13) es la frase que en ocasiones sale de labios de no pocos líderes cristianos, haciendo referencia al supuesto liderazgo que ocupan dentro de la iglesia
Por tal motivo al hablar del liderazgo cristiano, se tiene que hacer referencia a la correcta posición que éste ocupa, la cual es una posición de privilegio y no de jerarquía, ya que un individuo puede ser llamado a ocupar una posición jerárquica dentro de una empresa, de una institución educativa o de cualquier otra índole. Puede postularse para determinado cargo público y ser democráticamente elegido. Puede ostentar el honroso título de presidente de la nación, gobernador del estado, gerente del banco, gerente de una planta industrial, pastor, anciano de la iglesia o diá- cono de la congregación. Todo muy honorable y digno de respeto pero, la etiqueta no hace el producto, o mejor dicho el hábito no hace al monje. El liderazgo va más allá de un título que alguien pueda ostentar al ocupar una posición. El liderazgo siempre es una función, una tarea que se debe cumplir. El liderazgo es un llamamiento divino al servicio
Cuando el apóstol Pablo trata el tema del liderazgo dentro de la iglesia, declara: …Si alguno anhela obispado, buena obra desea (1 Timoteo 3:1).
Existen no pocos cristianos que aspiran a un liderazgo, lo cual es respetable, pero esta posición no la quiere para servir, sino para tener poder y obtener una posición jerárquica, y cuando finalmente la logran, casi siempre, pasan a ser el obstáculo principal de la buena marcha de la iglesia. De esto podemos observar que un líder si tiene posición, pero no todos los que ocupan una posición son necesariamente líderes.
El más grande peligro del liderazgo posicional o jerárquico, es el de ser seducido por el poder, esto es tan antiguo como el pecado. No existe un pasaje en la Biblia que refleje mejor la tensión entre la naturaleza del poder y del liderazgo, que la historia de la petición que Juan y Jacobo hicieron a Jesucristo (Marcos 10:35-45).
Cierto día se acercaron al Señor para solicitarle que les concediera una petición. El tono es bien enfático, como diciendo: Maestro, no puedes contestarnos negativamente este favor que te pedimos, concédenos que en tu gloria uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Tal vez ellos podían imaginar vívidamente a Jesucristo ocupando el trono del centro, una vez que el reino mesiánico fuese consumado, recibiendo la honra y respeto de millones, y al mismo tiempo se imaginaban ellos mismos a su lado; si no recibiendo el mismo grado de honra, al menos algo no muy inferior.
Esto era en su mente el pináculo de la grandeza. Juan y Jacobo estaban solicitando las recompensas que llegan como resultado de haber cumplido efectivamente una misión. Pedían los beneficios, no el servicio. Aspiraban al premio por amistad personal, no por competir legítimamente sirviendo a los demás. La reacción de los otros apóstoles y la respuesta de Jesucristo indican con claridad que sólo estaban buscando el poder posicional o jerárquico y el prestigio que lo acompaña.
Juan y Jacobo cayeron en la trampa; confundieron poder con nobleza. Sólo aspiraban a una posición, no a una función. En su respuesta, saben que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas (v. 42), Jesús reconoció que, entre los políticos la búsqueda de la posición sólo es por obtener poder o por reconocimiento, es el móvil primordial de casi todas las acciones en la vida del hombre. El deseo insano de grandeza, con el objetivo mezquino y ególatra de enseñorearse de los súbditos y ejercer dominio sobre ellos (v. 42), de anteponer sus propósitos personales sin que importe el bienestar de sus dirigidos. Cristo, por el contrario, enfatizó que la verdadera grandeza, especialmente para sus discípulos, es el resultado del servir (v. 43). Que llegar a ser líder, es la recompensa de haber sido el esclavo de todos (v. 44). Que la ruta que conduce a la grandeza, es la del descenso; el camino de la humildad absoluta y el amor incondicional para Cristo y para toda persona.
Que el verdadero poder y la capacidad de influenciar significativamente, son resultantes de preferir los intereses de los demás por sobre los propios. Y, por si acaso sus discípulos no lo hubieran entendido, Jesús claramente lo ilustró con su propio ejemplo Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (v. 45). El contraste entre las ambiciones de los líderes de este mundo y las de Cristo no pueden ser más abismales. Mientras los principios con los que operan millones de personas son el egoísmo y la avaricia, Jesús, que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), que no necesita del voto de las personas para gobernar, vino a este mundo buscando el bien supremo del hombre, y para lograrlo puso su vida como rescate por todo hombre. A pesar de tener el poder absoluto y la grandeza intrínseca, con su acción y su palabra modeló el principio fundamental del liderazgo: que la posición de líder da poder: si, pero es la conducta y ejemplo de los líderes lo que gana seguidores.
Por lo tanto, la meta y el propósito de todo liderazgo debe ser el servicio. Se llega a ser líder sólo a través del servicio que se presta. Por tal motivo el liderazgo cristiano es básicamente, un liderazgo dedicado al servicio; siendo principalmente un servicio a Dios, un servicio a la organización, un servicio hacia los hermanos, y un servicio hacia todo aquel que, no siendo un individuo que forma parte de nuestra fe, necesite ser guiado eficazmente por un líder cristiano.
La palabra servicio, muy a menudo ha sido desvirtuada de su verdadero significado, y en muchas ocasiones el simple uso de esa palabra es una acción que muchos toman con menosprecio, porque pareciera que servir implicaría ser menos valioso que la persona a quien se le sirve, pero en el cristianismo, queda sobreentendido que los líderes están puestos en este mundo para servir, y que esto no implica ser mayor o menor, sino significa ser útil para el reino de Dios.
Es importante hacer esta aclaración, ya que hay gente a la que no le gusta servir, porque sienten que les resta importancia; y otros que sirven, lo hacen tratando de sentirse mayores que la gente a quienes ellos sirven, y ambas posturas son señales de inmadurez, y pérdida de perspectiva de la realidad cristiana a la que tiene que enfrentarse un líder. No se sirve para ser mayor o menor, sino para ser útil, esta es la manera como debe afrontar un líder el valor del servicio.
La razón de la existencia de todo líder debe ser el servicio, y el individuo que no sirve a los demás, no sirve de mucho. Cristo vino a servir, porque siendo el Creador de la vida, sabía muy bien cómo vivirla y dejó ejemplo para que se sigan sus pisadas. Siempre se debe tener presente, que servir no es lo opuesto a liderar, sino más bien el camino por el cual se debe liderar. En lugar de buscar posición o poder, se debe ayudar a otros a alcanzar el propósito de Dios sirviéndoles.
En todo momento el verdadero líder está en búsqueda de oportunidades para ayudar a los que lidera, tiene que ayudarles a que lleguen a ser todo lo que Dios espera que sean. Hay que amarlos incondicionalmente, y si su espíritu es el correcto, muy pronto ellos también tendrán la agradable sorpresa de ver que otros comenzarán a seguirles.
No importa cuán insignificante sea la tarea, ni cuán oscuro el lugar de servicio; y aunque la llama de tu antorcha sea pequeña y débil, otros vendrán a encender su antorcha en la tuya