Es algo enigmático, el escrito del profeta Joel: No se identifica con precisión al autor, la fecha de su composición es incierta, y se polemiza acerca de la naturaleza del ejército del Señor: ¿se limita a una plaga de insectos, o se refiere a una armada humana? Sin embargo, no admite discusión el cumplimiento parcial de una de sus predicciones: el advenimiento del Espíritu del Señor sobre toda carne. Pedro lo declaró así (Hechos 2:14-21).
Originalmente, Joel anunció al pueblo esta palabra en tiempos de gran calamidad, tiempos en que el mundo llegó a su fin para mucha gente. Una gran plaga de insectos aniquila los productos del campo, la fruta, el grano. También se registra una sequía cruel, e incendios, lo cual, aunado a lo anterior, representa una gran tragedia, prácticamente el fin del mundo, para cualquier sociedad agrícola. Joel aprovecha aquella situación desastrosa para anunciar a su auditorio el advenimiento del día del Señor, un día de juicio, espantoso y terrible. Pero la palabra de Joel también ofrece, no un rayo, sino un sol de esperanza: Dios tiene el poder y la voluntad para revertir aquella situación y traer tiempos de prosperidad y riqueza inéditas. Pero esto es insignificante, comparado con la predicción culminante de Joel: el pueblo será introducido a una dimensión espiritual, nueva y poderosa; Dios va a derramar su Espíritu sobre todo el pueblo ¡la gente común experimentará personalmente la presencia del Espíritu de Dios en su vida!
La promesa del profeta es revolucionaria, y las implicaciones enormes, pues el Espíritu es Dios mismo en acción. Él se movió sobre la faz de las aguas y creó el orden a partir del caos; él pastoreó a su pueblo por el desierto, él salía a las batallas con el ejército de Israel simbolizado en el Arca del Pacto, él capacitaba a jueces y reyes para ejercer su ministerio.
Pero la profecía de Joel revela un énfasis sumamente especial: Joel prevé que el derramamiento del Espíritu tendrá el efecto de convertir al pueblo en un vocero que anunciará la palabra de Dios. Jóvenes y ancianos, y aun los siervos, profetizarán por efecto de la presencia de Dios en su vida. Las naciones habrían de escuchar la palabra de Dios y tendrían la oportunidad de ser salvas antes del día del Señor, prefigurado por las calamidades que azotaron a los hebreos.
La promesa de Joel se aproxima bastante al cumplimiento del deseo manifestado por Moisés al enterarse que dos de sus asistentes profetizan, aún sin participar en la ceremonia de consagración. Lejos de inconformarse, Moisés manifestó el deseo de que todo el pueblo pudiera profetizar (Números 11:24- 29). 1 Crónicas 16:16-24 parece indicarnos que la aspiración de Moisés se encuentra alineada con la voluntad de Dios, pues dice el Señor: no toquéis a mis ungidos, ni hagáis daño a mis profetas. Este pasaje poético no se refiere a un profeta en particular, sino al pueblo de Dios en general. Israel sería una nación de profetas, proclamadores de la palabra del Dios verdadero a las naciones.
Probablemente Joel no entendía con claridad el mensaje que proclamó. Casi seguramente el profeta ignoraba que los últimos tiempos comprenderían un período de varios siglos, comenzando el día de Pentecostés, y que el día de Jehová aún se encontraba distante en el futuro. Pero en Pentecostés Dios comenzó a levantar un ejército de testigos que bajo la unción del Espíritu llevarían la Palabra, con valor y poderosas manifestaciones de Dios, a todas las naciones (Mateo 28:19, 20).
El día de Pentecostés los creyentes hablaron lenguas y profetizaron; los presentes entendieron en su idioma las maravillas de Dios. El reloj de Dios había avanzado; el Señor inaugura un tiempo en que que su palabra continuará difundiéndose vigorosamente hasta el advenimiento del día grande y espantoso. Finalmente, esto es la esencia del Pentecostalismo. La promesa del profeta Joel se comenzó a cumplir hace casi dos mil años, se sigue cumpliendo hoy en día, y continuará cumpliéndose hasta la consumación de los tiempos. Echemos mano de aquella promesa, y bajo la unción del Espíritu, anunciemos la Palabra a un mundo necesitado.