L a predicación es una palabra que encuentra plenitud de expresión en el Nuevo Testamento. La tarea esencial de la Iglesia no es la enseñanza de rituales ni la memorización pasiva de preceptos ni la observancia de intrascendentes prácticas simbólicas ni la sujeción rigorística a las enseñanzas de un magisterio, sino que implica la activa integración de personas de todas las identidades nacionales, de todos los estratos socioeconómicos y sin distinción de género, a la vida eclesial comunitaria, mediante su profesión de fe, de lo cual la predicación es la proclama que reúne, que restaura, que convoca
En el Antiguo Testamento no se usa la palabra sino en Eclesiastés, como una traducción de cohélet, que es el hombre de la qahal, de la asamblea, a la que convoca y habla en medio de ella. Así que más que un predicador en el sentido de la expresión neotestamentaria debe de ser el congregador, que es la traducción etimológica más apegada. En forma similar está la expresión de Isaías 61:1, me ha enviado a predicar; la mejor traducción es a anunciar. El Maestro la toma para sí y en el contexto del Nuevo Testamento ya es propiamente a predicar (kerúksai) (Lucas 4:19). La predicación como tal se da en el contexto del evangelio, pudiendo equipararse al oficio profético veterotestamentario, en el que ambos, el profeta de entonces y el predicador de ahora, denuncian el pecado, llaman al arrepentimiento y enseñan el camino del cielo
Así pues, la predicación es tan evangélica como el Nuevo Testamento lo enseña en su orden litúrgico de 1 Timoteo 4:13, donde el predicador examina detenidamente una porción de las Escrituras y la explica (anagnósei) públicamente, para amonestar y alentar (paraklései), y enseña (didaskalía) a partir de esa reflexión. Predicar es publicar, es hacer patente y claro algo; es pronunciar un sermón, entendiendo por sermón el discurso cristiano que se predica a los fieles para la enseñanza de la buena doctrina. La estructura sermonaria da cabida al mensaje del predicador pero no lo debe ceñir al grado de alterar la esencia de su mensaje. Es más importante el mensaje que la estructura del sermón. En cambio la retórica es tan griega como Demóstenes, y se define como el arte del buen decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover.
Es la sabiduría de palabras; de este siglo; de este mundo; vanas palabrerías. Mucha elocuencia, mucha apelación al emocionalismo; mucho alboroto y poco del moverse de Dios, escasa profundidad devocional.
En ocasiones se ha hecho la traducción con la palabra predicar aunque en algunas expresiones del koiné no se consignen como tales. El Diccionario expositivo de W. E. Vine explica lo siguiente. Kerúgmatos aparece, entre otros, en 1 Corintios 1:21. Se usa como sustantivo y su denotación es la sustancia o el mensaje de lo predicado y no la acción de la predicación. Evangelidsómenoi es tal como aparece en Hechos 5:42 y otros pasajes.
El significado es anunciando la buena nueva aunque se traduce como predicar. Kerússon es citado en Mateo 3:1, por ejemplo, y significa proclamar. Prokerúksantos aparece en Hechos 13:24 aplicado a Juan el Bautista. Pro significa antes porque él proclamó la venida del Señor Jesucristo. En la propagación del evangelio es esencial su proclamación. Las ocupaciones administrativas (servir a las mesas) y de otra índole son loables pero no deben de hacer desatender la labor esencial de la palabra de Dios. Hechos 6:1-4 establece este orden de prioridades.
Los ministros deben de ocuparse prioritariamente en la oración y en el ministerio de la palabra. De la oración se deriva la autoridad para la enseñanza y la predicación con el poder del Espíritu Santo. Este trabajo de predicar y enseñar es digno de doble honor (1 Timoteo 5:17), llevado a cabo a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2)… en todas partes (Mr. 16:20)… con esfuerzo (Romanos 15:20), trabajo, fatiga, desvelos, ayunos y preocupación por los hermanos (2 Corintios 11:27, 28), pero, ante todo, de buena voluntad (Filipenses 1:15). Así, en su tiempo, se recibirá galardón completo (2 Juan 8). Amén.