S eguramente más de una vez hemos escuchado a un orador pronunciar un discurso en el cual no entendemos absolutamente nada de lo que está diciendo. Entre las posibles causas se encuentra el desconocimiento del tema, el uso de un vocabulario inapropiado, desinterés en las necesidades de la gente o la falta de preparación del discurso. La verdad es que esto causa aversión a este tipo de disertaciones. En nuestros púlpitos muchas veces pasa lo mismo. Cada predicador del evangelio necesita considerar la gran responsabilidad que tiene de cuidar que su sermón sea pertinente y oportuno para cada ocasión.
La palabra pertinencia se entiende como: la acción adecuada para el momento y las circunstancias. Sermón es el discurso cristiano u oración evangélica que se predica ante los fieles para la enseñanza de la buena doctrina. El concepto completo de la pertinencia en el sermón lo entenderíamos como: El discurso cristiano adecuado para el momento y las circunstancias, predicado a los fieles para la enseñanza de la sana doctrina bíblica Cristocéntrica.
En este sentido el apóstol Pablo aconseja al joven Timoteo en su segunda carta en el capítulo 4 lo siguiente: Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Esta es una advertencia, más que una invitación a la predicación. La Nueva Versión Internacional usa la palabra te encargo en lugar de te encarezco, además que pone como testigos a Dios y a Jesucristo mismo. Lo que sorprende a nuestro argumento aquí presentado es que el apóstol dice que lo haga a tiempo y fuera de tiempo, lo que a primera vista parecería incongruente, puesto que nos indicaría la falta de pertinencia. Lo que sabe Pablo y nosotros debemos estar convencidos de ello es que le ordena predicar la palabra, esta, como es de Dios, siempre tocará todos lo aspectos esenciales del ser humano y ya que los problemas y necesidades de la humanidad han sido los mismos a lo largo de la historia, entonces concluimos que la Palabra de Dios siempre es pertinente. A este respecto la carta a los Hebreos nos dice: Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12 NVI).
Enunciaré a continuación tres aspectos importantes que todo predicador debe considerar al preparar un discurso sacro para que este sea pertinente:
Estudio serio y responsable de las Escrituras
El saber que la Palabra de Dios es poderosa para transformar la vida del ser humano no es ninguna excusa para que el sermón carezca de preparación, sea ordenado y debidamente enfocado a las necesidades de nuestros oyentes. Mientras la Escritura es pertinente, la tarea del predicador es ordenar esas verdades de tal manera que el auditorio se identifique con ellas para que así pueda aplicarla sin dificultad a su vida.
En 2 Timoteo 2:15, Pablo aconseja al joven Timoteo: Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado… y cita qué acciones son necesarias para alcanzar este cometido: … como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad, evita vanas pláticas, huye de las pasiones, desecha cuestiones necias, y algunas más. La que nos ocupa en este momento es la de usar bien la palabra de verdad. La NVI dice: …que interpreta rectamente la palabra de verdad. De aquí inferimos que: la interpretación no se da de manera automática, requiere preparación, tiempo de estudio, meditación y oración constante, y sobre todo la iluminación del Espíritu Santo.
El estudio y buena interpretación de la Palabra, aunado a una exposición coherente y contextualizada dará como resultado una palabra fresca, entendible y acorde con las necesidades de la gente. En otras palabras, será adecuada para el momento y las circunstancias. ¡Pertinente!
Percepción de las necesidades de los oyentes
Es de tomar en cuenta, el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, quien siempre atendió las necesidades de quienes lo escuchaban. Al enfermo sanó, al hambriento alimentó, del sediento sació la sed. Aún más, sus palabras eran escuchadas porque hablaba con autoridad. El sermón de la montaña registrado por Mateo es uno de los mayores discursos en el cual Jesús habla de temas de actualidad para la ocasión y también para nuestros días. Jesús enseñaba de cosas que estaban en la boca de todos, con palabras que el más educado y hasta el más simple oyente podía entender. Qué decir de sus parábolas, que a fin de ser sinceros, tenía que explicar a sus discípulos más allegados, sin embargo, utilizaba ilustraciones que la gente conocía, las cuales se adecuaban perfectamente a su vida cotidiana.
Contenidos claros y persuasivos
¿Qué discurso por elocuente que este sea, puede afectar lo profundo del corazón del ser humano, en todos los ámbitos de la vida? Todavía más complejo aún, ¿cómo el mensaje de Cristo crucificado puede lograr cambios significativos en la vida de los oyentes? Pablo escribiendo a los corintios en su primera carta les dice: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios (1 Corintios 1:18 NVI).
Nuestros tiempos no son distintos a los del apóstol de los gentiles. Hoy al igual que en el primer siglo, lo que determina el éxito o el fracaso de nuestra predicación es nuestro contenido, es lo que predicamos, es el mensaje que transmitimos y sobre todo, cómo lo transmitimos. Para muchos, el mensaje de la cruz sigue siendo locura, pero sólo la exposición clara y persuasiva de la Palabra de Dios disertada con entendimiento puede ocasionar un verdadero cambio en nuestros oyentes.
Conclusión
Cada predicador del evangelio debe saber que para presentar con efectividad un sermón es imprescindible el estudio serio y cabal de las Sagradas Escrituras, desarrollar la capacidad de percepción de las necesidades de sus oyentes y sobre todo, nunca dejar de predicar a Cristo y a este crucificado. Que la Palabra de Dios llegue al corazón, en otras palabras que nuestro sermón sea pertinente
fuente: Aviva 2014 – Edición 10