J onás es un hombre totalmente atípico, siendo profeta huye de la presencia de Dios o pretende huir, hace oración desde el vientre de un pez, predica esperando que nadie se convierta y que el Señor envíe el castigo a los habitantes de Nínive, Dios le concede una “megaiglesia” puesto que todos se arrepintieron y este profeta rebelde menosprecia la obra que Dios hizoHuir de la presencia de Dios es imposible, pero huir de la voluntad de Dios es lo que con frecuencia ocurre.
La presión que ejerce la sociedad en que vivimos hace que nuestras convicciones cristianas se debiliten y cuando menos pensamos ya estamos haciendo lo que la situación presente nos empuja hacer.
Levántate y ve a Nínive y pregona contra ella, tal fue la orden de Jehová para Jonás y éste hizo exactamente lo contrario, viajó hacia Tarsis y hasta estuvo dispuesto a pagar sus viáticos, pagando su pasaje, tal es el caso de quienes están dispuestos a cubrir los gastos con el fin de no hacer la voluntad de Dios.
Vivir fuera de la voluntad de Dios produce tormentas a nuestro alrededor, nadie se escandaliza porque un individuo se rebele y vocifere en contra de Dios, pero si trata de un cristiano y mayormente un ministro, se levantan olas de críticas y ataques no sólo en contra del que comete el pecado sino también se lanzan sobre los demás creyentes.
No hacer la voluntad de Dios tiene sus consecuencias no sólo en el cristiano rebelde sino también en las personas que le rodean; los marineros tuvieron miedo; ya cuando un marino tiene temor es porque el peligro es real.
Se espera que la presencia de un profeta ayude a traer paz a quienes lo rodean, pero en esta historia el mar embravecido produjo miedo en la tripulación del barco.
Qué triste el hecho de que un incrédulo le diga al profeta ¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios; quizá tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos. Cuántas veces habremos estado en el camastro de la indiferencia hacia los propósitos de Dios para nuestra vida y la necesidad de quiénes nos rodean nos grita que les prediquemos. ¿Cuál será el pez que trague a quiénes huyen de la presencia de Dios y su voluntad y los vomite precisamente en el lugar en que el Señor quiere que estén? Es un hecho que es muy poco el tiempo que oramos en comparación a las tareas que realizamos, espero que no tengamos que hacerlo desde las entrañas de un gran pez y con las algas enredadas en el cuello para finalmente encontrarnos en el lugar que Dios quiere que estemos y haciendo precisamente lo que a él le plazca. ¿Predicamos lo que Dios quiere y sobre todo con la compasión que el Señor siente por el pecador? ¿Cada vez que abordamos el púlpito esperamos que Dios cambie aquellos feligreses que nos han causado tanto problema? ¿O esperamos que caiga fuego del cielo y los consuma? ¿Disfrutamos más la sombra de la calabacera, es decir los bienes materiales que recibimos o de las personas convertidas a Cristo? Dejemos que el amor de Dios por los perdidos y su compasión llene nuestros corazones y vayamos a ellos cumpliendo la orden del Señor Id y predicad el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Escuchemos las palabras que Jesús le dio a Pedro después de su rebelde huida, apacienta mis ovejas (Juan 21:15). Y seguramente él cumplirá su promesa he aquí estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20)