Más allá de las tesis que se pudieran aventurar para explicar lo sucedido entre Génesis 1:1 -donde Dios crea los cielos y la tierra (y sabemos que él todo lo hace bueno en gran manera)- y Génesis 1:2 -en donde se enfatizan los dos aspectos preponderantes de la creación en ese momento, su desorden y vacuidad-, sólo la intervención de Dios pudo y puede establecer o restablecer el orden, y así lo hizo con el poder de su palabra: dijo Dios…
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Es la sublime irrupción de la gracia del Señor que devuelve orden al caos, llenura al vacío, luz a las tinieblas y se detiene el moverse del Espíritu de sobre las aguas para descender sobre toda carne. Es Dios el creador que no abandona la obra de sus manos sino que además la sustenta con la palabra de su poder.
El ser humano, por consiguiente. Creado por Dios en estado de inocencia, cae en pecado, trastoca su brújula moral y llega el desorden y el vacío espiritual a su vida. Pero es el hombre quien se aleja por sus decisiones equivocadas. Al reconocer el caos de su vida y acudir al perdón de la gracia divina Dios restablece el orden y su Espíritu desciende como sello y bautismo para culminar la obra salvífica y equipar al creyente para el servicio.
La gracia de su comunión se convierte entonces en un anhelo profundo. El testimonio de David, por ejemplo: Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Pablo la expresa como una necesidad presente y continuada en los creyentes; así lo patentiza en su saludo de despedida de los de Corinto: la comunión con el Espíritu Santo sea con todos vosotros.
En el mensaje a las iglesias de Asia Menor el restablecimiento de la comunión es una demanda y promesa a la vez. Aunque el pecado empañó su comunión con Dios o la presencia de personas impías en sus congregaciones hizo estrago en algunos, Cristo Jesús se revela para revelar sus propósitos de comunión con los creyentes vencedores, que no debieran de ser unos pocos sino todos y cada uno de ellos.
A la iglesia de Éfeso a pesar de su frialdad se le promete en su arrepentimiento la comunión: les daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.
Al lugar en que precisamente se vio afectada la comunión con Dios y del cual fueron expulsados los primeros padres y colocada en el camino una espada flamígera para impedirles su acceso, es donde ahora el Señor llama a comer de la verdadera vida de su comunión.
A la iglesia de Esmirna en la hora de la tribulación se le da la promesa de la corona de la vida. El pecado mata espiritualmente y arruina la comunión, pero el perdón de Cristo Jesús la restaura y devuelve la vida porque él mismo es la vida eterna.
A la iglesia de Pérgamo que había terminado por tolerar que los pecados sexuales fueron parte de su escenario diario se le demanda el arrepentimiento para recibir la comunión mediante la piedrecita blanca, que según la explicación de La cueva se trata de lo que ahora llamamos un pase intransferible para tener acceso al convite del Señor.
Esas piedrecitas de la antigüedad se partían a la mitad y en la que se entregaba al invitado se escribía su nombre. Así se garantiza un acceso personalísimo a la fiesta de su comunión.
A la iglesia de Tiatira que no tuvo las fuerzas espirituales para oponerse a la influencia del secularismo que produce esa mezcolanza tan cercana al populismo y tan ajena a la santidad, al arrepentirse se le ofrece el esplendor de la estrella de la mañana, que es Cristo Jesús mismo: Yo soy… la estrella resplandeciente de la mañana. En 2 Pedro 1:19 dice, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Las tinieblas del sinsentido y de la pérdida de rumbo son aclaradas con la dulce comunión con el Maestro.
A la formalista y ritualizada iglesia de Sardis, con su falta de fervor y pasión espirituales se le demanda arrepentimiento para poder ser vestida de vestiduras blancas y su nombre fuera confesado delante de mi Padre y de sus ángeles. Gabriel le dijo a Daniel: tú eres muy amado. ¡Es privilegio de los adoradores genuinos ser conocidos, reconocidos y amados en los cielos!
A la iglesia de Filadelfia, fiel y perseverante, se le ofrece un lugar en el templo de donde nunca más saldrá de allí. Ya decía el salmista que su elección era estar a la puerta de la casa de mi Dios, pero no es afuera sino adentro donde estarán los que disfrutan de la comunión.
A la tibia iglesia de Laodicea, tan confiada en sí misma, tan gustosa del deleite terrenal, había dejado afuera de su comunión al Señor. Pero desde afuera él sigue llamando a los quebrantados de corazón para abrirle las puertas de su vida y permitirle que siga siendo Rey y Señor en la vida propia. Al final, la promesa: que se siente conmigo en mi trono. Al perder las pretensiones socioeconómicas se hallará la verdadera esencia del cristianismo, la verdadera y perdurable grandeza.
Las Escrituras instan a conservar la comunión y a mantenerse firme en la profesión de nuestra esperanza.
El himno Dulce comunión también habla de ello. Y así, en cada día… Dulce comunión la que gozo ya En los brazos de mi Salvador. ¡Qué gran bendición en su paz me da! ¡Oh!, yo siento en mí su tierno amor