(4) Advertencias contra la mundanalidad

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Tal vez haya escuchado la historia del niño pequeño que fue obligado a sentarse y luego se le escuchó murmurar: «¡Puede que me vean sentado, pero por dentro estoy parado!»

A veces, los adultos nos comportamos de esa manera. Puede que estén haciendo—por fuera—lo que se les pide, pero sus actitudes distan mucho de lo que Dios quiere que sean.

En esta lección, veremos que Santiago abordó algunas de las actitudes más comunes que motivan nuestro comportamiento. Podemos estar motivados por el orgullo o la humildad, por la confianza en nosotros mismos o la fe en Dios. Mientras estudia esta lección, piense en sus actitudes y las acciones que derivan de ellas. ¿Cómo puede ajustar su actitud para servir a Dios más eficazmente?

Las actitudes que resalta Santiago en su epístola son atemporales. El orgullo condujo al pecado en el Huerto cuando la serpiente tentó a Eva a comer del fruto para ser como Dios. El orgullo sigue plagando a la raza humana a medida que los individuos y las naciones compiten por ser mejores o más poderosos. Lamentablemente, también es la raíz de muchos con­ flictos dentro de la Iglesia. Dios llama a su pueblo a la humildad y la sumisión a su plan. A medida que cumplimos su plan, encontraremos la clave del ver­ dadero éxito.

Parte 1—El orgullo produce conflicto

□ Conflicto con los demás Santiago 4:1-3

El conflicto en la familia de Dios a menudo obstaculiza el crecimiento espiritual. Según Santiago, muchos conflictos serios—«las guerras y los pleitos» (Santiago 4:1)—provienen de los malos deseos. Nuestros deseos equivocados están en conflicto con nuestra concien­ cia, y esta guerra dentro de nosotros mismos produce conflicto con los demás. Los celos son evidencia de orgullo. Santiago dijo: «matáis y ardéis de envidia» (v. 2; «traman y hasta matan», n t v ) para obtener lo que desean. Si bien la codicia intensa puede conducir al ase­sinato, Santiago probablemente se estaba refiriendo al odio, que es equivalente al asesinato (véase Mateo 5:21,22; 1 Juan 3:15). Los fuertes deseos a menudo han llevado a las personas a destruir la reputación de otros para obtener lo que desean.

Santiago dijo que sus lectores no oraban a Dios, el dador de buenas dádivas (Santiago 1:17). Y si lo hacían, era buscando el placer de este mundo en vez de la voluntad de Dios.

□ Enemigo de Dios Santiago 4:4-6

Los que aman al mundo son adúlteros espirituales (Santiago 4:4). Codiciar las cosas del mundo indica amistad con el mundo y enemistad con Dios (véase Mateo 6:24). La palabra mundo se refiere a los valores que se oponen a Dios o niegan su existencia. Esto incluye la gratificación personal y la eliminación de cualquier restricción moral o espiritual.

La palabra «espíritu» en Santiago 4:5 podría referirse al Espíritu Santo en cada cre­ yente. La frase «nos anhela celosamente» se refiere a que Dios ama a la humanidad con tal pasión que no compartirá su lugar con nada ni con nadie. Dios es un Dios «celoso» (Éxodo 20:5; véase 34:14). Los israelitas en el Antiguo Testamento adoraron ídolos, a veces mez­ clando la adoración de ídolos con la adoración de Dios. Nuestra amistad con los valores del mundo es tan idólatra como la falsa adoración del Antiguo Testamento.

Algunos comentaristas interpretan Santiago 4:5 como una referencia a nuestro espíritu humano. Si no se controla, tiene una inclinación natural al pecado (véanse w . 1,2). Pero como creyentes, tenemos la ayuda divina—la gracia de Dios. Independientemente de la interpretación del versículo 5, el mensaje subyacente es que cuando adoptamos los valores del mundo para ser aceptados por él, elegimos convertirnos en enemigos de Dios.

Según el versículo 6, Dios resiste a quienes siguen las tendencias humanas hacia el pecado. Pero por la gracia de Dios podemos vencer la tendencia hacia el pecado.

Parte 2-La necesidad de la humildad

□ Humildad ante Dios – Santiago 4:7-10

Para vencer el pecado, debemos someternos humildemente a Dios (Santiago 4:7). La palabra someterse es un término militar que significa «ponerse en el rango apropiado».

Cuando nos sometemos a Dios, dependemos de Él para que nos guíe con sabiduría y autoridad. Santiago también era consciente de la fuente de nuestra tentación. Si vamos a vencer el pecado, debemos «[resistir] al diablo» (v. 7). Cuando resistimos su influencia y dependemos de Dios, el diablo huirá de nosotros.

Acercarse a Dios comienza con confesar nuestros pecados, porque el pecado nos impide acercarnos a Dios. En segundo lugar, nos acercamos a Dios leyendo su Palabra para conocerlo y aprender a obedecerle y agradarle. Tercero, a medida que pasamos tiempo en oración, nos acercamos más a Él. Además, siendo fieles a nuestra iglesia, recibimos la enseñanza y el compañerismo que necesitamos.

Las acciones descritas en Santiago 4:9 hablan del arrepentimiento. Debemos arrepen­timos de nuestros pecados y cambiar nuestra manera de vivir. El verdadero arrepenti­miento trae dolor por haber violado los mandamientos de Dios (véase 2 Corintios 7:10).

Santiago habla nuevamente de la humildad (v.10). Algunos tratan de exaltarse a sí mis­ mos a través de la contienda, la envidia y una actitud egoísta. Pero cuando nos humillamos ante Dios, Él revelará nuestro valor y nos exaltará ante Sus ojos.

□ Sin derecho a juzgar Santiago 4:11,12

Santiago ya había hablado sobre la importancia de controlar la lengua (Santiago 3:1-12). Volvió a ese tema al hablar sobre el orgullo y la humildad cuando advierte a los creyentes que no hablen mal unos de otros. El chisme—aun disfrazado de petición de oración—tam­ bién se cuenta en esta forma de hablar.

Hablar mal de un hermano en la fe sería juzgar a esa persona. Tal discurso es también hablar mal de la Ley o juzgarla. Probablemente se refería a Levítico 19:18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Un creyente que critica a otro está violando esta ley, esen­ cialmente afirmando que esta ley es innecesaria, aunque Jesús la llamó el segundo gran mandamiento (véase Marcos 12:31). Aquellos que juzgan la Ley de esta manera están asu­ miendo una autoridad que pertenece sólo a Dios. Como dador de la Ley (Santiago 4:12), recompensa a los que lo obedecen y trae juicio sobre aquellos que no lo hacen.

Esto no significa que los creyentes no puedan evaluar si una creencia o un compor­ tamiento es bueno o malo, pero debemos ser redentores, evitando la crítica que condena. Debemos obrar para edificarnos y animarnos unos a otros en la fe (véase Judas 20).

Parte 3 – Cuídense de la presunción

□ Confianza en uno mismo Santiago 4:13,14

Las personas exitosas a veces creen que tienen el control de su propio futuro. Sin embargo, las Escrituras no garantizan el día de mañana—y mucho menos otro año—para ninguna persona. A medida que buscamos la dirección de Dios, Él puede guiar nuestros planes y ayudarnos a cumplir su voluntad para nuestra vida. Establecer metas sin buscar primero la dirección de Dios muestra una falta de respeto por el plan de Dios.

El tipo de planificación que Santiago menciona en el versículo 13 se basa en la sabi­duría del mundo en lugar de la confianza en Dios. A la luz de la eternidad, la vida en la tierra es como la neblina de la mañana que se desvanece conforme el sol calienta el aire (v. 14). Hacer planes sin tener en cuenta a Dios, que es el único que conoce el futuro, es una necedad y una falta de fe.

□ Confianza en Dios Santiago 4:15-17

La gente a veces cree que servir a Dios garantiza el éxito personal y financiero. Eso simple­ mente no es verdad. Sin embargo, Dios ofrece paz, fortaleza y frutos espirituales cuando confiamos en Él y seguimos su dirección. Cuando hacemos planes, debemos considerar la voluntad de Dios (Santiago 4:15). Él sabe lo que es mejor para nosotros, y conoce los dones y habilidades que nos ha dado. Conforme buscamos su voluntad, Él nos dirigirá.

Entonces, ¿cómo equilibramos el depender de Dios y el hacer el esfuerzo necesario para cuidar de nosotros mismos y de nuestra familia? Piense en la alimentación. Dios espera que la gente siembre, coseche y prepare el alimento. Pero Dios proporciona la semilla, la hace crecer y da fuerza a las personas para hacer el trabajo. Santiago concluye con una advertencia: no reconocer la soberanía de Dios de determinar nuestros planes y nuestro futuro es un pecado de omisión.

¿Qué nos dice Dios?

En vez de ser orgullosos y autosuficientes, deberíamos ser humildes y dependientes de Dios. En vez de hacer planes basados en metas y motivos egoístas, deberíamos buscar la dirección de Dios en los planes que hacemos y en la manera en que los implementamos. Cada parte de nuestra vida debería reflejar los valores del reino de Dios.

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