Autenticidad en la visión
Si hablamos de visión nos preguntamos ¿cuál es mi meta en la vida? Necesitamos una dirección a seguir, un punto específico en el cual fijar la mirada para no caminar a la deriva y sin sentido. Un ideal hacia el cual enfocar nuestro esfuerzo.
Tenemos que saber hacia dónde apunta el ministerio que desempeñamos. Veamos con los ojos espirituales a futuro y definamos el alcance de nuestras obras presentes.
El líder debe tener una visión propia
Las visiones prestadas no siempre funcionan. Lo que a uno le resulta en éxito a otro le produce frustración. Lo que detona el crecimiento en una empresa en otra resulta en detrimento. Quienes no tienen un ideal que perseguir en la vida o el ministerio son movidos por formas de trabajo y sistemas de organización que promueven las personalidades del universo eclesiástico. Algunos no sólo copian métodos, sino que importan contenidos doctrinales. La falta de discernimiento los hace seguir el lema de que no se debe adaptar, sino adoptar la estructura, sin el menor de los cambios. El riesgo de la contaminación teológica para una iglesia o un ministro siempre está latente para quien anda a la caza de modas religiosas o novedades de iglecrecimiento. No son pocos los que están dispuestos a sacrificar el buen depósito de la fe en aras de la multiplicación de los miembros de su congregación. El culto a los números provoca muchas deslealtades.
Lo mejor será siempre tener una visión auténtica para el ministerio y la iglesia. No quiere decir esto que dejaremos de estudiar la historia o cerraremos los ojos ante los aspectos relevantes de las congregaciones crecientes, mucho menos significa que evitaremos pedir consejo a los colegas que tienen éxito. De hecho no hay mejor forma de forjar una visión auténtica que leer, investigar y consultar a los expertos en el área en la cual incursionamos, ya sea de liderazgo pastoral o institucional. De la conjugación de estos factores resultará una conformación poderosa que nos ayudará a enfocar los esfuerzos y concentrar los recursos para la consecución del fin que perseguimos, sin desperdicio de fuerza ni desgaste emocional en exceso.
Lo ideal es que cada líder pida al Señor que le revele el propósito de su llamamiento, que repiense qué es lo que quiere, lo que pretende alcanzar, aquello que le daría la máxima satisfacción en su ministerio y la meta a la cual se dirige. La visión es el punto hacia el que enfocaremos nuestros esfuerzos.
Podemos tener una visión para nuestra vida personal, una para la familia, otra para la iglesia y una más para la institución a la que servimos. En cada aspecto debemos forjar una imagen mental clara de lo que vislumbramos como un futuro mejor. Los que tenemos una vocación por parte del Señor debemos esperar que él nos muestre su voluntad en cuanto a nuestro llamado. En ocasiones puede ser una revelación divina que nos ilumina para tener una visión precisa. Otras veces viene con el tiempo y la experiencia; al ver las necesidades de la obra nos damos cuenta del enfoque que debe tener nuestro liderazgo.
Tenemos que establecer metas personales y de grupo en el servicio a Dios. Busquemos un ideal a seguir, un ejemplo para moldear el temperamento y la personalidad con el fin de definir cuánto nos falta crecer en las distintas áreas de la vida. Es determinante que podamos plasmar la visión en una redacción precisa y en una planificación estratégica, para saber los pasos que necesitamos dar para llegar a cumplir y consolidar nuestra función ministerial para el grupo que dirigimos.
El líder debe tener un ideal
No pocos quieren ocupar puestos directivos y posiciones de liderazgo por simple aspiración personal. Desean estar en eminencia, ocupar sillas presidenciales. Algunos tienen hambre de poder o adicción nicolaíta. Piden apoyo para llegar a la cúspide de la pirámide organizacional. Sin embargo, son incapaces de expresar una idea y mucho menos un ideal a seguir. No tienen una causa por la cual luche la gente, simplemente creen que son los más indicados para presidir la obra.
Un liderazgo sin visión producirá un trabajo accidentado. Operar sin una meta a alcanzar, sin un objetivo a perseguir y sin un ideal a cumplir puede ser desgastante e improductivo. Y si acaso resulta algún bien por lo general nunca se alcanzará el nivel óptimo en el desempeño. La gente sigue al líder para obtener una razón y luchar por una causa. Jesucristo murió para salvar al mundo de la condenación, para formar una nueva humanidad, consagrada a Dios con un sacerdocio real, capaz de mostrar la diferencia entre la vanidad del cosmos contra la multiforme sabiduría divina.
Un universo sin pecado ni maldad es el ideal que persigue el proyecto divino de redención. La historia de la salvación testifica la lucha de los líderes por estrechar los lazos entre Dios y su pueblo. Todo apunta al ideal de que la tierra sea
llena del conocimiento de la gloria de Jehová como las aguas cubren el mar. La virtud del reino de los cielos se opone a los vicios de la corriente de este siglo, donde también hay líderes que promueven la idea de contaminar la tierra y degradar a la humanidad hasta el infierno.
Cada líder detecta una necesidad y forja una visión por la que lucha para conseguir. Moisés concibió la idea de un Israel libre, Josué pugnó hasta conquistar la tierra de Canaán, la cual soñaron los padres, para su generación. Samuel pensó en una nación donde se perpetuara la profecía y la voz de Dios se dejara escuchar siempre. David idealizó a su pueblo como el asiento del reino de Jehová, por eso restauró el tabernáculo, reformó el culto y propuso la construcción de un templo en Jerusalén. Pablo se esforzó por conquistar al mundo gentil para integrarlo en la iglesia de Cristo. Una idea, una visión, una meta o una misión ayudan a enfocar y concentrar los esfuerzos de la gente sin desperdicio ni distracción. Si el líder sabe lo que quiere y comunica al pueblo su idea entonces la obra tiene un rumbo y se logra la eficiencia.
El líder debe tener ideas
El líder aparte de tener un ideal debe generar ideas que se conviertan en proyectos que ayuden al avance del grupo hacia la visión que persigue y la misión que se pretende cumplir. Las fuentes de las ideas pueden variar. Un proyecto puede nacer de la iluminación del Espíritu Santo en la mente del líder, o del consejo de algún sabio que brinde su opinión o asesoría, de alguna persona que percibe una necesidad y comparte su inquietud con el líder, o hasta de alguna lectura donde se trate un asunto que detone en una conexión con el ideal que perseguimos. Puede incluso dejarse en las juntas de trabajo un espacio para aportaciones de los miembros de un equipo o directiva en las que se presenten oportunidades de presentar proyectos o proponer actividades que ayuden a la realización de la visión.
El líder debe tener estrategia
Los proyectos que se presentan deben incluir estrategias de ejecución, valoración de resultados y sistemas de aplicación. De nada sirve tener ideas si no se sabe cómo llevarlas a cabo. Termina en frustración la feliz idea de ponerle cascabel al gato si los ratones no saben quién tendrá la osadía de hacerlo. Muchos programas que despiertan emoción acaban provocando decepción porque se lanzan como la gran solución o la bendición más impactante, pero se realizan sin pericia, técnica ni estrategia y cae pronto el ánimo a causa de la falta de sabiduría al aplicarse. En un proyecto bien definido se propondrá la idea, se dirá cómo ayudará a la consecución del ideal y se presentará una metodología para su aplicación en las diferentes áreas que abarcará, los objetivos que se perseguirán en cada área, las actividades que se realizarán para cumplirlos, las personas que colaborarán para su aplicación, los cronogramas de avances y los recursos que se invertirán para cada actividad. La estrategia debe ser determinada con precisión. De esta manera podremos medir más objetivamente la eficacia de la idea.
El líder debe dominar un sistema administrativo
Tiene que saber elaborar un plan de trabajo que incluya una meta a alcanzar, una forma de organización, una metodología de evaluación y una previsión de control y corrección para contingencias. La planificación iniciará en el análisis de las necesidades de la institución, sigue con el establecimiento de metas y objetivos, así como las técnicas y estrategias para alcanzarlos. Un buen trabajo de planificación nos ayudará a erradicar uno de los más dañinos hábitos en las organizaciones: la improvisación. No debemos caer en el error de los que nunca prevén las contingencias, y por ello nunca contemplan un estudio serio sobre las situaciones que se pueden presentar.
Es importante que al inicio de su función el líder se dedique a elaborar un plan de trabajo o plan regulador para su administración. Se trata de un proyecto por escrito que plasmará la visión del líder, sus ideas para alcanzar la visión y los pasos que seguirá en el proceso de su administración en beneficio de la organización. El plan de trabajo incluirá el objetivo general que perseguirá en un período determinado. Incluirá las áreas en las que se trabajará, con objetivos específicos en cada área.
También se definirán las actividades que ayudarán a alcanzar los objetivos de cada área. Así como las personas y los grupos que apoyarán en cada actividad. Desde luego que incluirá un calendario de actividades. Para elaborar un buen plan los directivos deben estudiar la realidad, las necesidades de la obra y la proyección que tiene de acuerdo a sus fortalezas y las áreas de oportunidad que se detecten. Pablo cuando llegó a Éfeso primero quiso conocer bien la realidad de la iglesia en la ciudad. Se encontró con doce discípulos, que al parecer Apolos había dejado. Los evaluó Saulo a través de preguntas que permitirán ver el nivel doctrinal y experimental de los creyentes efesios en cuanto al evangelio. El análisis dejó notar que tenían vacíos teológicos serios. No sabían que había Espíritu Santo e ignoraban aspectos fundamentales de la enseñanza de Cristo. Los vacíos teológicos habían producido vacíos experimentales.
La doctrina incompleta los había llevado a un bautismo incompleto y a una experiencia limitada. En base al resultado del estudio Pablo supo cuál era el punto del que debía partir su programa de trabajo para consolidar a la congregación. El estudio dejó ver las necesidades de la obra: Se requería enseñanza sobre la persona y la obra de Cristo, el bautismo en agua y la persona, la obra y las manifestaciones del Espíritu Santo. Pablo entonces entregó una explicación bíblica certera y satisfizo las necesidades de los creyentes.
Proyectó a la iglesia de Éfeso hasta convertirla en la principal de Asia Menor. Si no queremos disparar al aire, predicar sin objetivo y enseñar sin apuntar a una meta específica debemos analizar la realidad de la iglesia o la organización, detectar sus necesidades primordiales y planificar su proyección hacia la consolidación y el crecimiento integral. Entonces se verá la manera de ejecutarlo con la mayor operatividad. Para poder elaborar un plan serio, consistente y efectivo es bueno consultar a los líderes de opinión, expertos en la materia o personas de trayectoria. Se pueden consultar a los anteriores líderes, a las personas de renombre en la organización, a maestros o educadores claves, a pastores. Dos preguntas nos pueden ayudar a extraer con las respuestas una riqueza considerable de ideas para tomar buen rumbo en la planeación:
¿Cuáles son las principales necesidades de la obra? ¿Qué considera usted que es el deber de mi liderazgo aportar?
Con las ideas propias y las que recolectaron en el campo, se conformará un proyecto sólido que incluya objetivos claros y programas claves que conduzcan a alcanzar la visión.
El líder debe establecer un sistema de educación y capacitación para los miembros de su organización
La gente con la que trabaja el líder debe conocer la visión, los valores y el plan regulador. La información debe correr por las venas de la institución. Entre más integrantes del grupo conozcan la idea y la forma de realizarla se logrará mayor efectividad. Se tiene que instruir a las personas clave en lo que corresponde a su campo de acción.
El liderazgo integrará programas educativos que se concentren en el aspecto de la productividad del sistema de la iglesia, el distrito o el concilio. Desde la dirección organizacional procurará asegurar la capacitación de los oficiales de cada parte de la estructura en sus diferentes departamentos a fin de asegurar la calidad de la eficiencia ministerial para las generaciones futuras. El proceso pedagógico ha de producir el recurso humano necesario y suficiente que garantice la permanencia y el avance de la obra. El líder tiene que aprovechar la estructura para hacer que la visión integre todos los niveles de liderazgo institucional.
La educación, la capacitación y el entrenamiento para el servicio se realizarán a través del flujo de información por todas las vías posibles y con talleres y seminarios de capacitación regionales, o bien concentraciones distritales, por zona o nacionales en los que se comparta la visión y las ideas con las metodologías para aterrizarlas a nivel de la iglesia local. Se elaborará un proyecto que satisfaga las necesidades de la obra en cuanto a discipulado de nuevos creyentes, consolidación de los miembros en el aspecto doctrinal, equipamiento de los santos para la obra del ministerio, seguimiento al cuerpo de Cristo en cuanto a la conservación y la preservación de la sana doctrina; proyección nacional en el evangelismo y mundial en la obra misionera. El líder reunirá a su equipo para delegar responsabilidades a cada integrante de la directiva en su área respectiva. Cada uno se comprometerá a cumplir su parte del plan y él hará las veces de supervisor y presidirá las juntas y las reuniones. Se encargará de que se apliquen los acuerdos y que la calidad de los programas sea de lo mejor.
El líder de una institución se ancla en el ayer, sin dejar de mirar al futuro. Su prioridad es asegurar que toda la organización esté alineada con la visión que persigue, y que ese camino se recorra lo más rápido y de la mejor forma posible. Quien anhela que los miembros de su grupo siempre retornen a sistemas antiguos o formas de siglos anteriores no respeta la contemporaneidad de su gente. Los principios son eternos y es necesario defenderlos siempre, pero no debemos proyectar la idea de que los de antes eran mejores que los de ahora. Si hubo buenos ejemplos a seguir, hay que ponerlos en relieve y destacar aplicaciones que los de ahora necesitan saber. Sin embargo no hay que hacer sentir a los actuales que serán reprobados si no copian las formas de los pasados.
Oremos al Señor que nos ayude a forjar una visión auténtica, que tengamos el privilegio de recibir dirección del Espíritu Santo en la obra específica a la cual nos ha llamado. Observemos con atención las necesidades del campo y de las personas a las cuales ministramos. Luego procuremos definir un ideal a seguir en nuestro trabajo. Imaginemos a la organización, a la iglesia en su mayor potencialidad al servicio del reino, y al mundo impactado con el poder del evangelio desde nuestra trinchera. Finalmente enfoquemos todos los recursos y esfuerzos hacia la consecución de ese fin y la realización de esa visión. La nuestra, la que no es copia burda, la que Dios nos entregó para su honra y gloria y para enriquecimiento de la gente que puso bajo nuestro liderazgo.