E n el Antiguo Testamento el Espíritu Santo descendía sobre algunas personas para que cumplieran con tareas específicas de acuerdo a los planes y propósitos divinos.
En el caso particular de Gedeón, el Espíritu del Señor reposó en su vida para librar a Israel de los madianitas. Cada año, en el tiempo de la cosecha, los enemigos venían a despojar de sus bienes al pueblo de Dios. Le quitaban el fruto de la tierra, la cría de los rebaños y dejaban en bancarrota a toda la nación.
El Señor determinó utilizar la vida de Gedeón para librar a Israel de sus enemigos. Fue mediante la manifestación del Espíritu de Dios en la humanidad de una persona para derribar a la nación enemiga (Jueces 6:34). El Espíritu de Jehová le dio a Gedeón capacidad, estrategias y dirección para organizar el ejército y seleccionar el número de soldados para la guerra. El método y las acciones que debían poner en marcha. Los instrumentos de combate fueron cántaros y teas ardiendo para no llevar espadas. Únicamente fueron trescientos elementos de guerra para que quedara demostrado que fue Dios quien venció a sus enemigos.
Jefté fue otro hombre en quien reposó el Espíritu del Señor para librar a Israel del dominio de los amonitas (Jueces 11:29).
Jefté vivió experiencias amargas y dolorosas. Fue hijo de una prostituta y cuando su padre se casó y procreó hijos con su esposa, los medios hermanos lo corrieron. Para hacer más difícil y pesada la carga emocional, le señalaron que no recibiría ninguna herencia de su padre. La historia bíblica describe que Jefté se fue a la región de Tob donde se reunió con una banda de delincuentes que lo seguían. Parece que el apoyo moral que no tuvo en su casa, lo encontró en la calle con una pandilla de vagabundos. Al paso del tiempo los ancianos líderes de Galaad fueron a buscarlo para ofrecerle que fuera el comandante del ejército de Israel para poder vencer a los enemigos.
Resulta sorprendente observar el carácter y la vida de Jefté. Fue capaz de superar muchos desprecios y de vencer al desaliento. Fue lo suficientemente firme para sobreponerse a un pasado que lo acusaba y no permitió que el odio y la amargura se anidaran en su corazón. Lleno del Espíritu del Señor derrotó a veinte pueblos desde Aroer hasta Minit y hasta Abel Queramín. El Espíritu de Dios puso sabiduría en el corazón de Jefté y le dio valor y fuerza suficiente para pelear y vencer a los amonitas. Un tercer hombre en quien vino el Espíritu de Jehová fue Sansón, quien libró a Israel de los filisteos (Jueces 13:24, 25; 14:19, 20; 15:14, 15).
Sansón fue hijo de Manoa, cuya esposa era estéril al igual que Sara, Ana y Elizabeth. Su nacimiento, como en el caso de Isaac y Juan el Bautista, fue anunciado por un ángel (Jueces 13:3).
Estaba destinado a ser consagrado a Dios, es decir, sería nazareo. El distintivo de este personaje fue la fuerza sobrehumana capaz de despedazar a un león como quien despedaza un cabrito. Rompió las cuerdas con que lo amarraban y fue al extremo de arrancar las puertas de una ciudad. No fue un personaje muy ejemplar, pero en su vida se manifestó el poder del Espíritu de Dios, por lo que hizo grandes cosas y finalmente venció a los filisteos. Sansón entendía que el poder de su fuerza venía de parte del Señor. Sabía que debía seguir manteniendo su consagración. Apartándose del mal tendría grandes victorias. Lamentablemente descuidó su vida.
La Palabra de Dios nos enseña que si por el Espíritu hacemos morir las obras de la carne viviremos (Romanos 8:13). Sansón mató a un león con sus propias manos, atrapó a 300 zorras y las ató de sus colas. Quemó sembrados, viñas y olivares, pero le faltó sabiduría para valorar al Espíritu de Dios que se manifestaba en su vida, y para consagrarse al Todopoderoso. Hoy nosotros tenemos el desafío de consagrar nuestra vida para aquel que nos llamó a su servicio y nos ha dado de su Espíritu Santo.