2 Samuel 20:16-18 – 16 Entonces una mujer sabia dio voces en la ciudad, diciendo: Oíd, oíd; os ruego que digáis a Joab que venga acá, para que yo hable con él. 17 Cuando él se acercó a ella, dijo la mujer: ¿Eres tú Joab? Y él respondió: Yo soy. Ella le dijo: Oye las palabras de tu sierva. Y él respondió: Oigo. 18 Entonces volvió ella a hablar, diciendo: Antiguamente solían decir: Quien preguntare, pregunte en Abel; y así concluían cualquier asunto.
Venga aquí para que pueda hablar con usted, fueron las palabras de una mujer al imponente hombre de guerra; estaba frente a ella el temible Joab (2 Samuel 20:16 NTV). ¡Qué osadía de pedirle que se dignara a venir y hablar con una desconocida!
Veamos algunos aspectos que se des- prenden de la historia de esta gran mujer desconocida, la cual actuó con sabiduría para salvar a su ciudad de la destrucción.
El origen del conflicto
La ciudad de Abel-bet-maaca estaba bajo un ataque, en el momento crucial donde aparece ella, a quien sólo se le describe como una mujer sabia. Desconocemos su nombre, pero ¡Qué manera de enfrentar un conflicto! La ciudad estaba a un paso de ser destruida, y tras sus murallas se escondía el alborotador más buscado. Su nombre era Seba, un perverso que, al regreso de David, después de la fallida rebelión de Absalón, se pone en contra de la soberanía del rey sobre Israel.
Seba, hijo de Bicri, dirige una insurrección originando una división entre las tribus del norte y del sur. El rey David inmediatamente se da cuenta que
Seba puede provocar un daño muy grande, por tanto, decide su captura. La orden fue dada a Abisai, pero el temible Joab lo acompaña, teniendo, como de costumbre, algún propósito en mente.
En el camino se encuentran con Ama- sa, recién nombrado general del ejército de David, y de forma traicionera es asesinado por Joab. Mientras tanto Seba, el insurrecto, es seguido en apoyo por todos los miembros de su clan hasta la ciudad de Abel-bet-maaca, donde se preparan para la batalla. Al enterarse Joab del lugar donde se resguardaban Seba y su gente, ordena rápidamente el ataque a la ciudad. Este modo de actuar era característico en él y nadie lo detendría. En su historial contaba con el asesinato de tres hombres muy importantes para el rey, pero el hijo de Sarvia era tan poderoso, influyente y temerario que, aunque las muertes fueron en contra de la voluntad de David, éste no se atrevió a confrontarlo.
Sin pensarlo dos veces, Joab empieza a destruir la muralla de la ciudad. Aquí aparece en escena nuestra sabia mujer, que tiene el valor de enfrentar el conflicto y encarar al hijo de Sarvia diciéndole: Escúcheme, Joab. Venga aquí para que pueda hablar con usted (2 Samuel 20:16 NTV).
La intervención de una mujer valiente y sabia
¡Impresionante! fue lo primero que pide la mujer. No permitió que el enojo y la impotencia de ver a su ciudad bajo ata- que la controlara. No se unió a la batalla para descargar todo su coraje contra Joab y sus tropas, sino que solicita hablar con él. Si ella no hubiera encarado el problema los daños hubieran sido peores, y probablemente irreparables. Joab y su gente no sólo hubieran derribado una muralla para encontrar a Seba, hubieran destruido una ciudad, desatado una guerra y dejado definitivamente dividida una nación que apenas se sobreponía a la rebelión de Absalón. La sabia mujer toma la iniciativa y el valor de buscar un acercamiento con la parte atacante. No fue humillante, sino totalmente osado el tomar dicha acción, pero ella no quería más daños, porque amaba su ciudad y amaba la paz.
Entonces Joab accedió a la petición de aquella mujer y se acercó a ella para escucharla. Es aquí donde entramos a la parte peligrosa del diálogo, donde cualquier reacción de los dos, palabras, mensaje corporal o tono de voz, los podía conducir al fracaso o al éxito en la solución de este grave conflicto. Cuántos intentos de resolver un desacuerdo fallan por el inapropiado uso de nuestros comentarios, la entonación que le damos a una frase o un suspiro en el momento equivocado.
Aquella mujer nuevamente nos sor- prende con su actitud al dialogar con Joab. Escuche atentamente…, le dice (2 Samuel 20:17 NTV). Ella entendía a la perfección que para llegar a un acuerdo en medio de una disputa se necesita escuchar con mucha atención a la contra- parte. Si no escuchaba bien, en lugar de resolver el problema podía empeorar.
También, pudiéramos interpretar sus palabras como “vamos a concentrarnos en el asunto”. Había demasiadas distracciones que colocaban en peligro el diálogo. Si Joab enfocaba su mente en que aquella mujer que intentaba negociar con él era una simple desconocida, si llenaba su cabeza de prejuicios, la iba a menospreciar. Si, por el contrario, ella sólo consideraba el ataque que Joab había iniciado, y el daño a la muralla, sin convenio, la inconformidad le podía ganar. Sin buscar un culpable de la situación que los desgastaría, les haría perder tiempo, les agravaría el enojo. Cada uno encontraría suficientes argumentos para mantenerse en su posición e iniciar la batalla, y jamás terminaría el conflicto. Así que la mujer lo ubica: “Concentrémonos en las soluciones”.
Aquella dama continúa diciendo: Escuche atentamente a su sierva. ¡Ella estaba sufriendo el agravio! pero aún así se dirigió con respeto. La instruida mujer nos sigue impresionando con su actitud profundamente conciliadora. No le habló irrespetuosamente, aunque suponemos que ganas no le faltaron. Aquí se manifestaba su admirable característica, que en aquel momento fue más importante que su propio nombre, el cual nunca sabremos, que era asombrosamente sabia.
La mujer entendió que para encontrar solución al conflicto había que mantener el respeto. Quizás Joab no se lo merecía, pero ella, llena de sabiduría, sigue centrada en su propósito, y ¿qué hombre no se siente alaga- do al recibir un trato respetuoso? Pablo aconseja que las mujeres respeten a sus maridos como al Señor (Efesios 5:22) ¿Será que aquella dama entendía la naturaleza del hombre? Por lo tanto, su trato adecuado hacia Joab la hizo avanzar exitosamente.
Una mujer prudente que busca la paz
Prosigue el diálogo y la mujer sienta las bases para llegar a un acuerdo mutuo: Soy alguien que ama la paz. Aclara que su propósito no es pelear, sino encontrar una solución al conflicto; luego define el problema: Usted está por destruir una ciudad importante de Israel (2 Samuel 20:19 NTV). Observemos que no ataca a Joab, sino que lo dirige hacia el análisis de las consecuencias de este conflicto, el daño que está por ocasionar. No lo agrede, no lo ofende, no le reprocha sus acciones, no trae a la discusión su historial. Enseguida, la mujer lanza esa pregunta retórica que sacude el entendimiento de Joab: ¿Por qué destruyes la heredad de Jehová? (2 Samuel 20:19). Él inmediatamente responde que ese no era su objetivo; lo único que quería era capturar a Seba (2 Samuel 20:21 NTV). ¡Qué forma de llevarlo a la reflexión!
Al fin entiende Joab la razón por la cual estaba ahí, cumpliendo la orden de David, y que podían llegar a un acuerdo sin mayores efectos colaterales. En ese momento le propone a la sabia mujer: Si ustedes me entregan a ese hombre, dejaré a la ciudad en paz (2 Samuel 20:21 NTV). Inmediatamente ella acepta el trato. Quizás no era un arreglo perfecto. ¿Quién pagaría los daños de la muralla? ¿Quién sería el responsable de proteger al rebelde Seba y su clan? En este conflicto, como en la mayoría de las desavenencias humanas, era bastante difícil encontrar un trato ideal. Se buscaba la mejor solución, así que am- bas partes necesitaban ceder un poco.
La mujer se dirige a todo el pueblo y con esa sabiduría que la distinguía convence a la gente de arrojar la cabeza de Seba por la muralla y terminar así con el conflicto. ¿Cómo lo logra? ¿Qué no todos los miembros del clan de Seba, los bicritas, estaban reunidos en la ciudad para apoyarlo? (2 Samuel 20:14 NTV). Esto es lo que sabemos: La mujer fue luego a todo el pueblo con su sabiduría… (2 Samuel 20:22), y terminaron arrojando la cabeza de Seba hijo de Bicri a Joab, quien se retira con sus tropas.
En el asalto a la ciudad de Abel-bet-maaca ambas partes tendrían pérdidas, los daños serían irreparables y graves. Pero, ¿cómo esta mujer logra salvar la ciudad de una inminente destrucción? ¿De qué manera resuelve el conflicto? Aquella mujer tuvo el valor de enfrentarlo, no lo ignoró, no se negó al diálogo, sino que abrió una vía de comunicación. Pidió ser escuchada con atención, sin distracciones. No buscó culpables, sino que se centró en la solución. Su trato con la contraparte fue respetuoso, lo mereciera o no. Definió el problema y las consecuencias de éste. Aceptó un acuerdo no perfecto pero que beneficiaba a ambas partes. Sólo podemos resumir su actuar en dos palabras: fue sabia.
La vida está llena de discrepancias, y siempre estamos atrapadas en ellas. Recordemos a la mujer que entregó a Seba. Necesitamos la sabiduría divina para enfrentar cualquier tipo de conflictos. Santiago aclara que si alguien quiere sabiduría debe pedirla a Dios y él se la dará (Santiago 1:5).
Es indispensable reconocer que requerimos de la sabiduría de lo alto para hacer siempre lo correcto, por eso necesitamos pedírsela al Señor. Santiago agrega que si queremos recibirla debemos solicitarla con fe, sin dudar que Dios nos la dará (Santiago 1:6). De otro modo, si actuamos sin la sabiduría de nuestro Padre celestial es casi una garantía el fracaso en la resolución de un conflicto. Todas deseamos vivir en armonía. ¡Aprendamos de los principios aplicados por esta sabia mujer!