No es un sinsentido, es más bien un contrasentido, un caminar en sentido contrario pero que al final, no resultaba tan contrario el caminar sino del todo congruente con la solidez de las Sagradas Escrituras.
Es que hay perspectivas desatinadas. Mientras los no pocos optan por recorrer literalmente bibliografía y mundo procurando hallar la piedra filosofal que haga detonar aquello en lo que están inmersos. Los hay otros que tienen la mirada clavada en el horizonte para cazar a la primera la novedad o lo novedoso que, según, les permita el impulso para remontar por sobre las limitaciones autoimpuestas de su contexto. Finalmente, qué decir de los patrimonialistas, de quienes se sienten las únicas voces autorizadas y autoritarias para la neumatología en este tiempo.
En realidad, en hablando del Espíritu Santo, de la gloria de su presencia, del poder de su gracia, de la majestad de su santidad, de la manifestación sublime de su obra, de su consuelo y consejo, no lo hallamos mirando por encima del hombro para ver o imitar lo de otros. Lo hallamos en el ayer que es un siempre hoy de nuestros propios y amadísimos aposentos altos. El aposento alto es una voz singular que expresa fraternidad. No hay aposentos altos personalísimos, todos ellos son congregacionales. Es en la intimidad de la comunión que se trasciende lo personal para convertirse en lo comunitario, donde el anhelo por la divina presencia se convierte en un asunto de iglesia. Entonces la manifestación del Espíritu Santo se deja sentir sobre la iglesia. En otras palabras, el anhelo de uno pudiera resultar infructuoso para la congregación.
Pero cuando se convierte en el anhelo de varios, de muchos o mejor, de todos, es la esencia que hizo realidad el aposento alto, y lo sigue siendo. La obra del Pentecostés es pueblo, es comunidad, es iglesia. El ministerio neotestamentario del Espíritu Santo tiene que ver con la comunidad de creyentes viviendo en la unanimidad espiritual, en el mismo sentir. Incluso en 2 Crónicas 7:14 ya se anticipa la reacción del cielo frente a la acción colectiva del pueblo unido:
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
En este sentido naturalmente se resalta el final de Hechos 2:1, referido por la Reina-Valera Contemporánea como todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. La Biblia de Jerusalén, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. La Nueva Versión Internacional, estaban todos juntos en el mismo lugar. La Traducción en Lenguaje Actual, estaban reunidos en un mismo lugar.
La Reina- Valera de 1960, estaban todos unánimes juntos. La suma: estaban juntos, todos juntos, reunidos, un mismo lugar, un mismo objetivo, unánimes. ¡Las voces de oración que concuerdan con estos criterios espirituales de unidad y armonía encuentran los cielos abiertos! Hechos 4:24 lo vuelve a destacar, ahora de frente a la adversidad. Enfrentados a la oposición respondieron con lo que antes habían aprendido a hacer: orar en armonía, en un solo parecer. Ellos alzaron unánimes la voz a Dios, y obtuvieron su porción, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. ¡El aposento alto nos sea siempre anhelado! Francisco Lacueva escribe en esta porción: ¿Queremos que se derrame sobre nosotros el Espíritu en toda su plenitud? Amémonos fraternalmente y estemos unidos. ¡Volteemos a ver al pasado! A los caminos antiguos, a la Palabra de Dios, al aposento alto, pasado, presente y futuro, de nosotros y de nuestros hijos, siempre todos unánimes juntos. Así sea.