¿Pueden imaginar el desasosiego del momento? ¿El cúmulo de emociones encontradas que estaban experimentando en ese entonces? Recién el Maestro les había asegurado que no los dejaría solos: No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros (Juan 14:18).
Lo confirmó días después, transcurridos los eventos tan dolorosos como gloriosos y sublimes de la crucifixión y resurrección: y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). ¿Y ahora? Vean la escena que dibuja Lucas: Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo (Hechos 1:9-11).
Dijo y confirmó que no los dejaría, pero entonces es ascendido y lo pierden de vista entre las nubes. En ese ‘post scriptum’ que igualmente es de inspiración divina, verbal y plenaria, Juan 21:3-4 refiere: Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. ¿Deserción? ¿Nostalgia? ¿Hambre? El caso es que por ¿descuido?, ¿ensimismamiento?, ¿sentido de vacuidad?, vaya usted a saber, pero los otrora expertos ahora nada pescaron en toda la noche. ¡Hasta que la presencia ausente se hizo presente y los guió!: Echad la red a la derecha de la barca. ¿El resultado? La red se atiborró y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Ajá, sin la gloria continuada de la presencia divina ni lo de antes resulta efectivo en el tiempo presente y se embota incluso el sentido espiritual y se torna en incapacidad para distinguir su cercanía, pues los discípulos no sabían que era Jesús. ¡No es un lujo, es de primerísima necesidad!, porque sin él nada somos y nada tiene sentido.
<-817" title="20622041 1386445758091720 4919104705401996847 N" /20622041_1386445758091720_4919104705401996847_n.jpg" alt="20622041 1386445758091720 4919104705401996847 N" width="960" height="539" />
Alejados de él, nada podemos hacer; hasta los expertos se hacen inexpertos. Por eso nos hizo provisión, para que la existencia tenga significación, para que la labor sea efectiva, para nunca más quedar atorados en medio de la noche de la intrascendencia y el desasosiego. Hechos 2:1-4 la refiere: Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Gloria a Dios. Así, sí, hasta lo último de nuestros días para que la Iglesia llegue en victoria hasta el fin del mundo. Amén. En el entre tanto, tal como 1 Corintios 2:12-3:1 lo declara, hay tres clases de seres humanos: los que tienen el espíritu del mundo, que es el hombre natural, el no regenerado; los que son habitados a plenitud por el Espíritu que proviene de Dios, que son los espiritual, y los que son creyentes carnales, espiritualmente inmaduros, como la NVI los denomina. Los primeros, en quienes habita el espíritu del mundo, están muertos espiritualmente en sus delitos y pecados (Efesios 2:1) y no pueden entender las cosas espirituales.
Ellos necesitan la obra del Espíritu Santo mediante el instrumento de la predicación (Romanos 10:14) para que decidan si responden afirmativamente a la gracia del perdón en Jesucristo. Ahora el hombre ‘natural’ es renacido en hombre ‘espiritual’, el cual debe de avanzar mediante un proceso de discipulado de su cualidad de neófito a convertirse en un creyente lleno del Espíritu Santo, maduro en la fe (1 Corintios 2:6). La inmadurez espiritual es rebeldía, es tomar decisiones según el querer y no de acuerdo al deber; es dejarse dominar por el temperamento, por la emoción, por el sentimiento; es vivir en la infancia espiritual, en egoísmo y negligencia, descuidando el compromiso por la conveniencia del momento.
<-705" title="18670954 1319114788158151 8258074325155088990 N" /18670954_1319114788158151_8258074325155088990_n.jpg" alt="18670954 1319114788158151 8258074325155088990 N" width="960" height="539" />En tanto que la madurez es derivada de haber recibido el don del Espíritu Santo como arras y primicias, reflejándose en responsabilidad, lealtad eclesiástica y alianza inquebrantable con Dios, derivadas de una relación devocional con el trinitario Señor. En otras palabras la madurez en la vida cristiana no es tanto mera cuestión de antigüedad o de espiritualidad extática, el creyente maduro no es el que más tiempo tiene en la vida cristiana, sino el que posee hábitos de un discípulo: lee la Biblia, ora, ayuna, asiste al tempo, cumple con su mayordomía, testifica y alaba a Dios sin cesar.
El cristiano no es alguien perfecto en el sentido de impecabilidad, sino que se ha arrepentido de sus pecados y se ha sometido al poder purificador del Espíritu Santo (1 Juan 2:1). Pero la influencia de su vieja naturaleza está latente (Romanos 8:26-27).
Es entonces que si el hombre espiritual se desapega de la obra del Espíritu Santo se convierte en el tercer tipo de persona: el creyente carnal. En él se manifiestan las obras de la carne (Gálatas 5:16-21), que contrastan violentamente sus obras con el fruto del Espíritu; son creyentes salvos pero estorbosos para sí mismos. La tragedia de los carnales es que además reducen el ambiente de espiritualidad y cumplimiento de la misión de la iglesia, porque ella es la suma de sus partes, de sus miembros, de los creyentes.
Así como creyentes maduros producen familias maduras e iglesias maduras, los creyentes carnales construyen hogares carnales e iglesias carnales. La personalidad del promedio de creyentes arroja la personalidad de la congregación como tal, en una suerte de valores defendidos o de valores simulados, según sea el caso. Pero el creyente espiritual maduro da un distingo de espiritualidad a su entorno, al andar en su vida diaria bajo la dirección del Espíritu Santo, que viene a habitar en su vida, a convertirlo en su templo (1 Corintios 6:19). Así, dondequiera que vaya él va el Espíritu Santo, va la iglesia como unidad corporativa. ¡Nos permita el cielo ir de llenura en llenura espiritual, de plenitud en plenitud! Por eso la iglesia es comunidad y vida comunitaria.
Lo que hagamos o dejemos de hacer nos afecta como personas pero también afecta a nuestra congregación. Desde que cruzamos el puente del Calvario hacia el Padre nos convertimos en parte de esta pluralidad unida llamada iglesia. De nueva cuenta, el rostro colectivo de la iglesia es el resultado de múltiples rostros individuales que cumplen con lo suyo: el servicio bajo la dirección del Espíritu Santo.
La iglesia bajo el influjo del Espíritu Santo no rehuye en su vocación profética de denunciar al pecado, así de los naturales como de los carnales, no para condenar sino para llamar al pecador al arrepentimiento. Obvio que el duro de corazón nunca reconocerá su pecado, incluso cuando haya restituido las consecuencias de su mal, para meramente guardar las apariencias y no por genuino quebrantamiento.
Al contrario, hasta es posible que se vuelva en contra de quien no hacía sino cumplir con su vocación divinamente encomendada. Entonces el cielo ministra: Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros. Amén sin desmayar ni hacer concesiones. Nada más somos los mensajeros, así que hagamos lo que debamos de hacer y que nuestras intenciones y acciones sean siempre agradables a Dios y no para buscar el favor de la gente. Haga con nosotros como dice en la Escritura: He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes.
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Como diamante, más fuerte que pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos… (Ezequiel 3:8-9). ¡Lo nuestro es seguir proclamando la palabra que da vida, y vida en abundancia…! Lo ya vivido no es el todo que nos aguardaba, todavía el Espíritu Santo hará cosas mayores en nuestras vidas, si seguimos rendidos, todos juntos, reconciliados en integridad y en pureza.
Las congregaciones seguirán siendo comunidades de vida y de servicio, entregadas de lleno al cumplimiento de su responsabilidad, en pos de su visión, ofreciendo a los fieles un espacio para la comunión, la interacción, la convivencia y espacios para el desarrollo de los dones de cada uno, bajo la rectoría sublime y guía inefable del Espíritu Santo, don de Cristo Jesús enviado por el Padre para que sigamos en lo nuestro, hasta el fin del mundo. ¡Amén…!