L a muerte es, según el diccionario Larousse, cesación definitiva de la vida. La Escritura, señala que existe la muerte física (Filipenses 1:21) la muerte eterna (Romanos 6:23) y la muerte espiritual (Efesios 2:1).
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En relación a la muerte espiritual, Watchman Nee dice que “la muerte del espíritu es el cese de su comunicación con Dios… Así pues, cuando decimos que el espíritu está muerto no implica que ya no haya espíritu. Sólo queremos decir que el espíritu ha perdido su sensibilidad hacia Dios y por esto está muerto para él. La situación exacta es que el espíritu… es incapaz de tener comunión íntima con Dios.”
Efesios 4:17-19, señala cómo son las cualidades de los seres humanos espiritualmente muertos: 1) andan en la vanidad de su mente, es decir, viven de acuerdo con sus tontas ideas. (TLA) 2) tienen el entendimiento entenebrecido, o sea, su inteligencia está en tinieblas… (BL95) 3) son ajenos de la vida de Dios… como dice Matthew Henry: tienen ausencia de Dios en sus vidas. 4) Han perdido toda sensibilidad, que equivale a la cauterización de la conciencia. Y como resultado, 5) se entregaron a la lascivia (gr. aselgeía; una de las principales obras de la carne, Gálatas 5:19) para cometer con avidez (sin freno alguno) toda clase de impureza. La NVI lo traduce: se han entregado a la inmoralidad, y no se sacian de cometer toda clase de actos indecentes.
La muerte espiritual de la humanidad es visible por las guerras (Santiago 4:1) Sólo en Siria, 100 mil personas han muerto en dos años y medio; asimismo por las legislaciones de bodas del mismo sexo que se celebran en el planeta, y el culto a la Santa Muerte, que al decir de un artículo publicado de la universidad de Londres “ya es un fenómeno social”, por mencionar algunos.
La consecuencia principal que sufren los que espiritualmente están muertos, es la muerte eterna. Según la oficina de Censos de los Estados Unidos, mueren físicamente en el mundo 105 personas por minuto; 6,321 cada hora y 151,729 por dia.
La pregunta es: ¿cuántos van a la vida eterna? y ¿cuántos a muerte eterna?
Hoy por hoy, la presencia manifiesta de Dios en el creyente, es la respuesta a los males espirituales de la humanidad. Al profeta Elías, le tocó enfrentar a los idólatras, muertos espiritualmente, en su tiempo. Su vida, embargada con la presencia de Dios, nos enseña el perfil que debe tener todo creyente verdadero: Era hombre de fe (1 Reyes 17:2, 14), sensible a la voz de Dios (17: 2, 8; 18:1) obediente (17:5; 18:2) sustentado y respaldado divinamente (17:9, 22) por lo que era reconocido como un varón de Dios (17:24) a quien el Espíritu Santo guiaba (12:12).
Consciente de la voluntad y la presencia de Dios en su vida (17:1; 18:15) Elías desafió a los profetas de Baal (18:20), y a todo el pueblo de Israel (18:21), usando una estrategia divina para que el pueblo resucitara espiritualmente (18: 23- 29). Para que demostrara el poder del Altísimo pidió que se acercaran a él (18:30), y en el nombre del Señor Jehová (18:32) arregló el altar que estaba arruinado (18:30) Finalmente, hizo una oración de fe, reconociendo al Dios de sus padres (18:36) Esta oración tenía como fin, entre otros, que Israel recordara quién es su Señor (18:36) que los paganos reconocieran al Dios verdadero (18:37) y que todos supieran que el Todopoderoso los estaba llamando al arrepentimiento (18:37).
El hecho que Elías manifestara la presencia de Dios, propició que descendiera fuego de Jehová (18:38), todo el pueblo reconoció quién es el Dios verdadero (18:39) y exhibió públicamente a los falsos profetas (18:40).
Como Elías, los hombres de Dios de todos los tiempos, que han impactado a su generación fueron portadores de la manifestación de la presencia de Dios en sus vidas, porque tuvieron una comunión íntima con el Señor. Jerónimo Savonarola se dedicó con más ahínco a la oración, al ayuno y a la contemplación de la presencia de Dios; de Lutero se dice que “oraban hasta sentir la presencia divina entre ellos”. Respecto a Jonathan Edwards, acostumbraba pasarse estudiando y orando trece horas diarias y su cuerpo estaba muy enflaquecido de tanto ayunar y orar. Juan Wesley escribió que “es muy importante que permanezcamos … ante la presencia de Dios cuando ayunamos y oramos”.
Jorge Whitefield dijo que “el poder de la presencia divina nos acompañó, donde los arrepentidos lloraban y los salvos oraban”. Christmas Evans se humillaba ante Dios, agonizando por la salvación de los pecadores… Arrodillado en una playa de la India Enrique Martyn derramaba su alma ante el Maestro y oraba.
Adoniram Hudson acostumbraba pasar mucho tiempo orando de madrugada y de noche. Carlos Finney dijo: “Yo tenía la costumbre de pasar mucho tiempo orando” De Carlos Spurgeon su esposa Susana comentó: “La bendita presencia de Cristo, que para muchos creyentes parece imposible alcanzar, era para él la atmósfera natural…” Jhonatan Goford dijo: “al subir al púlpito me arrodillé un momento, como de costumbre, para orar”.
Ante la muerte espiritual que vive nuestro mundo, y específicamente nuestro país, el deber de la iglesia asambleísta y del ministerio en todo el territorio mexicano será siempre, a través de la comunión con Dios, manifestar su presencia como Elías y los hombres de la historia. Esta divina presencia es la que le da sentido al llamado. Es la que hay que procurar. Es la que los pecadores buscan en nuestras reuniones pentecostales