El profeta Elías salió de la nada. Irrumpió del anonimato como aquellos impactados por una carga… con un peso de gloria.
Nuestro paladín acudió al llamado como aquellos dispuestos a hacer y cumplir la abrumadora visión que el Dios de Israel ha dejado caer sobre sus hombros: volver al pueblo de Dios a sus caminos. Fue enviado a una nación sumida en la idolatría y la corrupción, a un pueblo vendido al pecado. ¿Qué se espera del pueblo de Dios en tales circunstancias? La respuesta es por demás obvia. Al igual que Elías, debemos cumplir la urgencia divina del establecimiento de su Reino en los corazones que mueren por hambre y sed de justicia. Los pensamientos y el corazón se elevan al seguir la narrativa bíblica sobre la vida del profeta que se encuentra en 1 Reyes 17-19; 21:17-29 y 2 Reyes 1-2.
Atendiendo al testimonio alcanzado por la fe de nuestro ejemplar profeta, es posible enumerar las siguientes declaraciones que deseo queden impresas en los corazones, y seamos movidos a la pasión de esta tarea.
El mandato es necesario por la condición del pueblo
En Israel la adoración a Baal aumentaba desmedidamente. Esta era una de las deidades principales de los cananeos, cuyos rituales no eran más que inmoralidad sexual y sus sacerdotes eran meros infanticidas; en pocas palabras, era una adoración abierta al mismo satanás.
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La corrupción se daba en todos los niveles. Por ejemplo, se ve a un rey apropiarse de la heredad de Nabot en complicidad de la reina y el sistema de justicia de aquellos tiempos. ¿No le suena algo parecido a lo que estamos viviendo en nuestro país? La idolatría y los cultos paganos desbordan las calles en un supuesto colorido etno-cultural, los líderes religiosos no distinguen lo santo de lo profano, los gobernantes parecen más interesados en su propio bienestar que en el del pueblo y se quieren aprobar leyes promotoras del aborto, como un acto más de servicio y adoración a Baal. Es una triste y continua realidad.
El mandato es impostergable, por quien comisiona
Es la encomienda del Rey Supremo, aquél con la potestad en el cielo y en la tierra. En algún momento de la vida de Elías, Dios sembró el fuego del llamamiento al evangelismo en su corazón. Ese fuego es común a todos los que han sido
llamados por Jehová y no se apaga con el tiempo. Es motivo muchas veces de afrenta y persecución, es causa de conflictos internos cuando pareciera mejor desprenderse de ese peso de gloria. Veamos a Jeremías, que llegó al punto, trató de sufrirlo y no pudo. José Mujica lo ejemplifica así: “…pertenezco a una generación, que vivió con un fuego, quiso cambiar al mundo, fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de igualdad”. Para cumplir el mandato se necesita sentir un vivo celo por Jehová. El fuego es un elemento y un catalizador fundamental para quien desee ser usado por Dios. El Espíritu Santo no usa a los de doble ánimo, ni al indolente o al distraído por las cosas de este mundo ilusorio. Él usa a los que tienen un celo semejante al de la tribu de Leví, cuyos miembros en el día de la decisión estuvieron del lado de Jehová consagrándose para siempre al servicio de Dios.
El mandato siempre tendrá resultados, por lo preciado de la tarea
Sabe Dios, que al cumplir el mandato, habrá grandes resultados. La respuesta a la oración de los que sirven al Señor de corazón no se hará esperar, sin duda llegará. A causa del fuego que cayó en respuesta a la oración, cuando Elías retó a los sacerdotes de Baal, miles se convirtieron y se volvieron a Jehová de los ejércitos. Nuestro trabajo en él no es en vano. Dice la bendita Palabra del Señor: Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron. ¡Qué resultado tan espectacular! ¡Qué maravilla ver una congregación de más de siete mil almas sirviendo Dios con todo el corazón! ¿Y quién podría menospreciar semejante iglesia para pastorear? La tarea que Dios nos ha encomendado es importante para él, más de lo que es para nosotros y por tal motivo su Palabra no volverá vacía.
El mandato es a reconciliación, tanto del incrédulo como del que se aleja
El fuego del evangelismo también lleva la encomienda de restaurar a aquellos que una vez conocieron a Dios y se apartaron de él. Por alguna razón, en América Latina se está dando este fenómeno, muchos se están convirtiendo; pero también grandes multitudes están volviendo atrás. Por ejemplo, datos en Costa Rica reportan que hay más hermanos nuestros regresando a su vida antigua que gente inconversa; es decir, ahora parecieran más necesarios los pastores restauradores que los evangelistas. Sin embargo, no es así, ya que en esto consiste también la obra evangelística: alcanzar a la oveja perdida, a la moneda extraviada, al hijo pródigo. El mandato también debe llevar el peso de la restauración.
El mandato implica enfrentar a diferentes poderes
Elías fue llamado a enfrentar al poder de Baal, dios de la lluvia y la fertilidad. Podemos apreciar claramente cómo lo venció, pues tan solo por la palabra del profeta llovería, y como consecuencia la fertilidad cesó por todo el país. No había rastros de pastura verde, ni siquiera para las monturas del rey. De igual manera, enfrentó al corrompido poder religioso cuando mató a cuatrocientos cincuenta falsos profetas. En el monte Carmelo el fuego cayó de parte de Jehová. También tuvo que confrontarse con el poder político y se volvió enemigo de Acab, porque a los ojos del rey, Elías era un perturbador, cuando en realidad el monarca era quien acarreaba aflicción al pueblo por su maldad y avaricia. En todo, Elías salió ganador por el poder de Dios.
El mandato conlleva vencer nuestros sentimientos de desánimo
Elías era hombre sujeto a pasiones como las nuestras, se desanimaba al no ver resultados claros, deseaba morirse. Él pensaba que los paganos lo iban a felicitar en Jezreel por haber hecho bajar fuego del cielo. Pero ellos no quisieron nada de lo espiritual, incluso la malvada Jezabel lo sentenció a muerte. Entonces el gran hombre de Dios se encontró en medio del pozo de la desesperación con su gigante en medio, el desánimo, tratándolo de devorar. En esta situación sólo el silbo apacible de Dios puede derrotar al Goliat del hoyo. Elías se parece mucho a nosotros o nosotros nos parecemos a él; esto se entiende, porque estamos hechos de la misma madera. En ocasiones hasta en medio de grandes victorias nos sentimos desalentados y sin contentamiento. Es por demás decir que nosotros no vivimos para nuestras emociones y nuestros altibajos ministeriales, sino por el mandato divino a la evangelización.
El mandato es transgeneracional porque es hasta que él venga
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Al igual que Elías con Eliseo, es necesario trasferir el manto a alguien. Se deben abrir bien los ojos espirituales para con aquellos que ya están “arando con doce yuntas” es decir aquellos que tienen visión de trabajo. A ellos se les puede encomendar la demanda transgeneracional. La evangelización no es limitativa de una generación de pioneros que a su tiempo hicieron una labor gloriosa, pero que aún no ha terminado. No podemos conformarnos sólo con gozar de los grandes resultados que nos dejaron ellos, definitivamente no. Dios nos ayude a que siga en nosotros la carga de alcanzar al perdido hasta el retorno del Salvador a la tierra. Los Eliseos de Dios van a ser nuestros discípulos, incluso los hijos de nuestros evangelistas o pastores. Es lo que está haciendo el Espíritu Santo de una manera notable en esta nueva generación. ¡Cómo da regocijo ver y escuchar en nuestras magnas Asambleas que los hijos de misioneros, pastores, evangelistas y demás siervos del Señor están siguiendo los pasos de sus padres!
Finalmente, ¿qué se va a hacer con el mandato del Dios redentor al evangelismo? no es fácil ignorarlo, dejarlo atrás, guardarlo en la gaveta del escritorio de nuestra oficina, como un proyecto más que se queda en el olvido. La evangelización es la Gran Comisión, es el latir del corazón divino y la iglesia debe latir a ese ritmo, de lo contrario no estaremos a la altura de las exigencias del Dios de Elías. Sigue resonando por la eternidad la pregunta descrita así por Leonard Ravenhill: ¿Dónde está el Dios de Elías? respondemos: Pues ¡donde ha estado siempre: en su trono! Pero ¿dónde están los Elías de Dios?