E n Hebreos 12:10 se nos dice que el Señor nos disciplina para que participemos de su santidad. Disciplina es igual a enseñanza, educación; proviene de discere que significa “aprender”.
La santidad implica separación, separado de lo común y dedicado a lo sagrado. El principio: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Es necesario nacer de nuevo para entender las verdades espirituales (Juan 3:4, 5).
La santidad comienza con nuestra decisión de aceptar a Cristo, y se desarrolla para convertirse en una disciplina a partir de una vida centrada en el Señor. Es más que una manera de conducirse, la santidad es el carácter mismo de Cristo.
La santidad no es sólo una experiencia, una posición o un reconocimiento. Es una disciplina clara y específica cuya cualidad refleja a Dios. La presencia de Dios, que habita en nosotros por medio de su Espíritu Santo, produce transformación. Podemos comprender mejor la santidad como una manifestación progresiva del Espíritu Santo.
El siervo y la disciplina (El desierto)
Todo gran siervo ha pasado por el desierto y ha salido victorioso. En los desiertos nuestras vidas son transformadas y las raíces de la espiritualidad se hacen más profundas. La disciplina, como sabemos, no consiste en el castigo y el látigo. Más bien los desiertos son escuelas de disciplina para formar al siervo y forjar su carácter.
La disciplina es un proceso que nos lleva a alcanzar la madurez espiritual y el dominio propio. El castigo es corrección, la disciplina es instrucción de cómo lograrlo todo, la disciplina no es fuerza de voluntad, es nuestra decisión personal. Es en los desiertos donde se distingue el verdadero siervo. El desierto fue el lugar de la formación de la vida y el carácter de David.
El período en el desierto fue la etapa de formación social, moral y espiritual. Huyó al desierto de Zif (1 Samuel 23:14), al desierto de Maón (23:25), al desierto de En-gadi (24:1), y al desierto de Parán (25:1). En la Biblia existen quince relatos de David en el desierto. Dios lo llevo allí para formar su carácter. Sin duda, en la mente del hijo de Isaí estaban las palabras que Jehová había dicho a sus antepasados: Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos (Deuteronomio 8:2). En el polvo del desierto David recobró la humildad que tenía cuando Samuel el profeta lo ungió. Llegó a ser el varón según el corazón de Dios, pero antes su carácter tuvo que ser forjado a través de ese proceso en el desierto. Daniel Coleman en su libro Inteligencia Emocional Práctica, explica cómo muchas veces hacemos lo que la emoción nos dicta que hagamos, y no hacemos lo que realmente debemos de hacer, lo que tiene valor. Dios a través de Oseas dice: Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento (Oseas 4:6), Job también expresó: yo hablaba lo que no entendía… (42:3).
Recuerdo las palabras del Espíritu Santo hablando a mí vida diciendo: hablas lo que no prácticas. Mis palabras están en tu mente y en tu boca, pero no en tu corazón; te mando amar a Dios sobre todas las cosas, a tu prójimo como a ti mismo, y amar a tus enemigos, muchos años te he dicho lo mismo y tú caminas en rebeldía, te mando que te sometas a tu pastor en disciplina y sumisión. Al principio no entendía por qué Dios me decía estas cosas, pero me sometí a mi pastor en disciplina y obediencia; y el Espíritu Santo me dijo: por cuanto me has obedecido te voy honrar. Y el Señor me ha llevado a dimensiones y lugares donde nunca me imaginé llegar. A él sea la gloria, la honra y la alabanza. Cuando nos resistimos a someternos a nuestras autoridades, acarreamos consecuencias dolorosas. Recordemos el caso de María y Aarón que murmuraban contra Moisés (Números 12).
La voluntad de Dios es que seamos santos. Recordemos las palabras de Pedro: como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1:14-16). La disciplina y la santidad siempre van de la mano. Así que no menospreciemos la disciplina del Señor. Aceptemos pasar por los desiertos a los que Dios nos lleve. Aunque haya adversidades que enfrentar, también estarán ahí la nube, el fuego y el maná, esto es, la protección y la provisión divinas. El Señor siempre estará con nosotros